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Dialéctica Zapatista

vargv2 de Octubre de 2011

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Cuando se habla de la ciudad de Jiquilpan, los temas más comunes bien podrían ser el cardenismo y todo lo bueno y malo que sobre el pueblo ha dejado, o en menor término (por desgracia) Rafael Méndez Arceo considerado en su tiempo el mejor trompetista del mundo y autor, entre otros, del tema de inicio de la serie gringa el avispón verde, Damián Alcázar quien es uno de los grandes referentes del cine mexicano contemporáneo, entre otros muchos pensadores, políticos, poetas, etc. sin embargo, un tema que a primera vista podría considerarse poco relevante es el del mercado Zaragoza como eje y sustento de diversas tradiciones muy particulares en el pueblo de Jiquilpan en general, siendo así parte importante de la historia y la vida social de una de las más bellas e importantes ciudades del estado de Michoacán.

El mercado Zaragoza fue durante gran parte del siglo XX el núcleo de la vida social, un lugar donde coincidían todas las clases sociales a favor de una economía local en desarrollo, un lugar adonde acudían personas de todo el municipio así como de municipios vecinos como Sahuayo, Villamar y Marcos Castellanos tanto para adquirir como para ofrecer productos básicos en extremo diversos, un lugar donde el General Cárdenas solía ir a almorzar acompañado de los saludos afectuosos y muestras de admiración de todo aquel que encontraba en su camino, un lugar donde Don Salva trabajaba cargando bolsas de mandado cuando niño, aspectos (entre otros muchos) que convertían al mercado en una especie de analogía de la vida social prehispánica , uno de los pocos remanentes que se han conservado hasta este tiempo, donde coincidían comerciantes de todo tipo y de todos lugares, personas que iban por agua del zalate, o por guamúchiles (antes de las primeras lluvias), o por una simple gelatina para comerla en la plaza y ver pasar a la gente, sentado bajo la sombra de un azabache o caminando tranquilamente hacia el atrio, acompañados de la familia, disfrutando del envidiable clima jiquilpense.

El problema de investigación que intento evidenciar a lo largo de este ensayo es la influencia que ha tenido el capitalismo y las políticas de estado neoliberales en el deterioro y decremento de la importancia social del mercado Zaragoza en la vida jiquilpense y sobre todo, el papel que ha tenido el capitalismo y las políticas de estado en la desaparición o deterioro (en el mejor de los casos) de ciertas tradiciones en torno a dicho mercado, siendo así que ha dejado de ser lo importante que antaño fue, repercutiendo considerablemente en la economía local.

La razón principal que me ha motivado a escribir sobre el mercado Zaragoza es la importancia capital que tuvo el mercado en el siglo XX (sobre todo la primera parte) como uno de los centros más importantes de la vida social de la ciudad, en un principio mi trabajo se orientaba hacia una de las tradiciones que existieron en torno al mercado, el agua del zalate, que es la fuente de agua más cercana al mercado, por la parte poniente que da al jardín Zaragoza, donde hoy existe un sitio de taxis y algunos comerciantes, dicha fuente abastecía de agua a un sinnúmero de familias, sobre todo de las clases medias y bajas, quienes solían ir una o dos veces al día cargados de baldes para acarrear agua hasta sus casas y poder cocinar, bañarse, lavar, etc. sin embargo, al transcurrir un par de entrevistas y elaborar un escenario mental de aquellos años en que esta tradición tuvo su auge, me di cuenta de la importancia que tuvo el mercado Zaragoza para que el agua del zalate fuera tan importante en el colectivo social, y por supuesto, cuánto ha influido que el mercado haya dejado de ser uno de los puntos neurálgicos de la vida social jiquilpense para que el agua del zalate desapareciera como una tradición y ahora la poca agua que otorga de vez en vez sea usada para lavar algunos taxis o trapear algunos locales. Además claro, del papel que ha tenido el capitalismo, que ha transformado la manera de consumir y ha hecho una alegoría del consumismo en forma de agua embotellada.

El mercado en la época post revolucionaria o la imagen mental de una diversidad cultural

Don Salva nos cuenta que a la edad de once años comenzó a trabajar en el mercado durante las vacaciones para ganarse unos pesos y comprar agua de gas e irse al cerro de San Francisco para traer tierra de encino y revenderla. Por aquellos primeros años que aparecen en el recuerdo de Don Salva, Lázaro Cárdenas había dejado hacía pocos años la presidencia de la república y vivía retirado cerca de Pátzcuaro, sin embargo, recuerda que el general pasaba también muchos días de visita en su pueblo. Para Don Salva representaban una alegría las visitas de Don Lázaro, pues según recuerda, una buena parte del pueblo salía a la calle con cualquier excusa, con la esperanza de toparse con el general, quien solía pasar los días paseando por el centro y saludando todo aquel que encontraba en su camino, dedicándoles tiempo para escucharlos y conversar. “Siempre se quedaba platicando con la gente que trabajaba la tierra, porque ellos le contaban sus necesidades y Don Lázaro los escuchaba un rato y casi siempre les ayudaba en algo” dice Don Salva. Aunque la figura de Lázaro Cárdenas ya no tenía los reflectores políticos sobre si, para la gente de Jiquilpan siempre fue una alegría recibir a uno de sus hijos predilectos (sino es que el más) pues en cierta manera representaba esa utopía revolucionaria que se derrumbaría sexenios más tarde con los gobiernos en turno. Sin embargo, en Jiquilpan, el tiempo parecía transcurrir más lento, un hecho que perdura hasta estos días es la tranquilidad con que viven las personas, esa vida de pueblo mágico que la modernidad aun no ha podido arrebatar del todo y que en aquellos años debió de ser una postal, una inspiración para mil novelas y mil cuentos, ese aire de pueblo mágico que todo lo permeaba, hasta la vida misma. Un Jiquilpan de portales que acogían al visitante, de calles estrechas y empedradas que se andaban a caballo, o a pie, un Jiquilpan de casas de muros gruesísimos de adobe y hermosos techos de teja, pintadas de color blanco y tinto, un Jiquilpan digno del mejor Juan Rulfo. También desfilaban por el mercado y sus alrededores personajes de la pequeña burguesía como Amadeo Betancourt al lado de su esposa y que según palabras de Don Salva “era un señor que a todos les caía bien”.

Más allá de aquellos personajes reconocidos que pudieron pasearse por el mercado, la vida y esencia se la daba el ciudadano común, aquel que encontraba en el mercado un medio de abastecimiento de lo más elemental, así como todos aquellos que acudían al mercado para ofrecer sus mercancías. Venían indígenas de Tarecuato a vender aguacates, personas de Tingüindín viajaban hasta Jiquilpan para vender las tradicionales semas, también bajaban muy seguido personas del Cerro en sus caballos o en sus mulas, traían al pueblo tierra de encino, leña, y a veces elotes y se llevaban de regreso verduras, agua y cuando tenían un buen día incluso un buen pedazo de carne. Una relación comercial que en aquellos tiempos aun era importante, pues representaba para los ambas partes un beneficio, lo cual remite en cierto sentido al trueque pues hasta donde recuerda el entrevistado, “a veces nomás dejaban la leña y se llevaban media caja de jitomates, pero casi siempre se ponían a vender eso y la tierra, luego el agua la agarraban del zalate y se iban de regreso”.

El agua del Zalate

Aunque a estas fechas la fuente del Zalate sigue funcionando, lo que ha cambiado es esa condición de tradición social en torno a ella. El día de hoy no se ven amas de casa acompañadas de sus hijos acarreando agua para la casa, la imagen moderna de la fuente es la de taxistas captando agua para lavar sus autos, locatarios que llevan el agua a sus locales para asearlos. Dicha imagen dista mucho de ser la de antes, con aires de romanticismo incluso, según recuerda Don Salva “cuando ya se quedaba sólo [el mercado] en la tarde, a veces nos íbamos con otros chiquillos a la fuente y nos echábamos agua jugando, en la mañana siempre nos regañaban”.

Si bien el capitalismo cambió la manera de consumir agua en las personas de aquellos años, al hacerles más fácil la vida diaria, pues, por una parte, nacieron las primeras embotelladoras de agua en la ciudad, en específico el Agua Purificada Jiquilpan que en palabras del entrevistado comenzó a funcionar en algún momento en los sesentas. Así pues, el agua llegaba hasta la puerta de la casa y con una calidad más o menos buena, el agua del zalate, en cambio, había que hervirla para poder tomarla. En este sentido las embotelladoras representaron un ahorro para las familias en cuanto al tiempo invertido en acarrear agua, además del ahorro en combustible para hervirla (leña y petróleo mayoritariamente). Por otra parte, el impulso de políticas sociales por parte del gobierno proveyó de agua entubada a una parte de la población. Las letrinas dejaron su lugar a los modernos baños que funcionaban a base de agua, ya no era necesario ir por agua al zalate para lavar la ropa, ni ir al río, pues el agua comenzó a llegar hasta la casa, tampoco era necesario caminar un rato con un par de baldes a cuestas para después hervirla y tomarla por la tarde cuando se hubiese enfriado. Así,

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