EL tiempo y la Historia.

EL HISTORIADOR FRENTE A LA HISTORIA

Esta lectura trata dos temas, el historiador y la conciencia del pasado.

Filosofar sobre la historia es dificilísimo. La historia, es objeto de tanta reflexión, de tantas consideraciones, que casi resulta temerario pensar en nuevas filosofías entorno a ella.

La verdadera historia, en el sentido de quehacer historiográfico, es búsqueda de significaciones. El que investiga sobre el pasado toma ante todo conciencia de que el objeto de su atención no es algo estático o fosilizado.

El historiador, en consecuencia, tiene que habérselas a una suma de interrogantes. La primera cuestión es preguntarse, ¿Qué es y que significa existir en el tiempo?

Ahora bien, concentrémonos en nuestra conciencia. Si todo cambia, es que yo también cambio. Yo cambio, en todo y en cuanto a todo. Nuestra conciencia es capaz de percibir el cambio. La medida del cambio, expresado así, en forma sumaria, es el tiempo. En toda conciencia de cambio, como desde una atalaya, se hace una integración para captar y entender, como en el cálculo infinitesimal, se da el salto al límite. La conciencia integra el cambio, lo que va aconteciendo en el día, en un mes, a lo largo de los años. La conciencia integra el cambio y, por consiguiente, abarca la sucesión de los tiempos.

Los historiadores pretenden integrar el tiempo que ya NO existe ya que a todos los humanos los limitan el tiempo y el espacio.

La historia es recompensa de la brevedad de la vida porque ni los tiempos, ni los lugares la limitan.

El historiador tiene que integrar aconteceres de ese tiempo pasado que ya no están a su alcance, para intentar realizar su tarea.

Un historiador, si se interesa por estudiar una cultura, tiene que ir en busca de los vestigios y testimonios que hay de ella. El objetivo es reintegrar la vida a un pasado que se antoja muerto. Integrarlo lo quieren decir demostrarlo, ya que en la historia no se puede demostrar como en las ciencias fisicomatemáticas. Por su parte el historiador, en su integración del pasado, puede llegar a saber mucho más que aquellos que lo vivieron

La historia es ciencia. Sí y no. Si lo es porque tiene sus formas científicas de proceder. Pero la historia no es ciencia en cuanto que no establece ley alguna y en cuanto que no tiene una forma fácil de comprobación.

El historiador puede armar su gran imagen y esa gran imagen es la integración de los hechos. El historiador insufla vida a los testimonios.

El caso del historiador cuyo interés es integrar una imagen coherente de las antiguas culturas de Mesoamérica, su tarea no es fácil aunque disponga de testimonios valiosos, como los monumentos arqueológicos con inscripciones y pinturas y de unos cuantos códices ya que la representación en la mezcla de lenguas de los frailes traductores de ese entonces pueden llegar a confundir la verdadera historia gracias a sus costumbres y creencias religiosas.

No hay duda que el historiador que ha escogido como tema de sus investigaciones el pasado prehispánico de México, siempre que acuda a los testimonios, bien sean de lengua indígena o en castellana que se redactaron en el periodo colonial, tiene que habérselas con fuentes en las que confluyen efectivamente dos tiempos culturales radicalmente distintos. Y si se llegaran a limitar a solo un aspecto de fuentes, ya sea a lengua indígena o castellano, quedarían en la obscuridad muchos aspectos de gran importancia. Mucha de la antigua cultura resultaría incomprensible si el historiador mesoamericanista prescindiera de los testimonios indígenas que se elaboraron durante el periodo colonial.

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