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El Refranero

mateoemiliano4916 de Julio de 2014

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EL REFRANERO

(CUENTO)

Manuel Mateo va caminando por la callejuela… su caminar es cansado, pensativo. Otra vez regresa a casa sin dinero. Aquella mañana salió para recibir “algo” qué le pagarían por un trabajo de carpintería que hizo la semana pasada. “No por mucho madrugar amanece más temprano”.

Su silueta es sombría: toda ella enmarca la desilusión. Las paralelas del camino forman una línea, que, parece se le cierran. Está harto de andar buscándole la cara a la gente para que le pague. No quiere ser abonero, “En los apuros y afanes pide siempre consejo a los refranes”.

La espalda extenuada, limita la fatiga para continuar el paso. La columna arqueada y cansada la siente rellena de piedras, que impiden al caminante llegar a su destino. “Nunca te apures para que dures”. Otra vez, la cantaleta de su mujer:

- ¡Necesito dinero, no hay para la comida!

- ¿Qué vamos hacer?

- ¿hasta cuándo, va a seguir esto?

Manuel Mateo, solamente la escuchaba. Había aprendido a callar, a no decir nada…”En cojera de perro y en lágrimas de mujer, no hay que creer”.

Recuerda la última vez que habló: sintió un deseo tremendo de…tal vez de matar, ¡sí!..de matar, pero…a a Don Apolinar, quién le encargó un trabajo (hacer un ropero). Éste le dio un anticipo de dinero y que luego terminara, le daría el resto. “En boca del mentiroso, lo cierto se hace dudoso”

El lunes muy animado, salió a cobrar. Llegó a la casa de su patrón, tocó la puerta y preguntó por Don Apolinar. La muchacha del servicio contestó por el interfón qué no se encontraban los patrones.

-¿Gusta dejar algún recado? –le preguntó a Manuel Mateo.

Él ingenuamente contestó, preguntando --¿regresará pronto el señor? “Más vale maña que fuerza”. La “chacha” dijo que no, que se había ido de viaje a “las Uropas”, con su señora Doña Maquildita. “Nadie, sabe para quién trabaja, pero la culpa no es del indio, sino del que lo hace compadre”.

Manuel Mateo, solamente escuchaba, había aprendido a callar…a no decir nada. En ese momento (“El que no habla, Dios no lo oye”) escucho el sonido melodioso surgiendo de un organillo, que el viento provocativo apuntaba a sus oídos: recordó a su padre Don Toribio Mateo, corpulento y con desatada fuerza por el uso constante de las herramientas. Un artesano de la madera preciosa, que de sus manos toscas hacía brotar exquisitamente una silla porfiriana o una mesa para el té. Evoca los momentos en que acompañaba a su padre a cobrar los trabajos que había realizado, ¡a él siempre le pagaban!...pensó- “El hablar a todos bien y darles buena respuesta mucho vale y poco cuesta”. Manuel Mateo es carpintero por necesidad, no le quedó otro remedio. Su padre lo mandó a la escuela…pero a él nunca le interesó aprender. Los tiempos irreflexivos se le vinieron encima. Cuando despertó de sus sueños, ya estaba casado y con hijos. “En todas partes se cuecen habas”. Recuerda como Esperanza, su mujer…le coqueteaba, acostumbraba a pasar lo sábados por la carpintería, volteaba para verlo y luego le sonreía sin ninguna pena. Le atrajo desde que la vio, el contorno de su delgada figura, enmarcada con ropa sencilla, su expresión gitanesca, misteriosa…pero tímida hizo que se interesara en esa joven alegre. “En gustos no hay nada escrito”. Esperanza trocó de alegre andante a ser dominante y molesta como una cucaracha que hay que pisar en ese instante, sino, va extendiendo su nido. Otra vez la cantaleta de su mujer por las noches como si fuera una enfermedad:

--¡Dame dinero, para comprar un vestido!

--¡Los niños, necesitan zapatos!

--Quiero, que me lleves al cine!

--Quiero, dame, necesito, tienes qué!...

Manuel Mateo, solamente escuchaba,

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