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El Transferido

Tania198420 de Marzo de 2014

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VERONICA ROTH

Ministry of Lost Souls

Traducido en:

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LA TRANSFERENCIA:

UNA HISTORIA DE DIVERGENTE

merjo de la simulación con un grito. Mi labio escuece y cuando quito mi mano de ellos, hay sangre en mis dedos. Debo haberlo mordido durante la prueba.

La mujer de Intrepidez que está aplicando mi prueba de aptitud –Tori, dijo que era su nombre– me da una mirada extraña mientras empuja su cabello hacia atrás y se lo ata en un nudo. Sus brazos están marcados arriba y abajo con tinta, llamas, rayos de luz, y las alas de halcón.

―Cuando estabas en la simulación... ¿estabas consciente de que era real? ―me pregunta Tori mientras apaga la máquina. Suena y se ve despreocupada, pero es despreocupación estudiada, aprendida de años de práctica. La conozco cuando la veo. Siempre lo hago.

De pronto estoy consciente del latido de mi corazón. Esto es lo que mi padre dijo que pasaría. Me dijo que me preguntarían si era consciente durante la simulación y me dijo qué decir cuando me lo preguntara.

―No, ―respondo―. Si lo fuera, ¿crees que me hubiera roto el labio?

Tori me estudia por algunos segundos, muerde el aro que tiene en su labio y luego

habla.

―Felicidades. Tu resultado es clásico Abnegación.

Asiento, pero la palabra “Abnegación” se siente como un nudo en la garganta.

―¿No estás satisfecho? ―dice ella. ―Los miembros de mi facción lo estarán.

―No te pregunté sobre ellos, te pregunté a ti, ―la boca y ojos de Tori se inclinan en las orillas como si cargaran con pequeños pesos. Como si estuviera triste por algo―. Esta es

una habitación segura. Puedes decir lo que sea que quieras aquí.

Sabía lo que mis elecciones en el test de aptitud darían como resultado antes de llegar a la escuela esta mañana. Escogí la comida sobre el arma. Me lancé en el camino del perro para salvar a la niñita. Me di cuenta de que luego de haber hecho esas decisiones, la prueba terminaría y obtendría Abnegación como resultado. Y, no sé si hubiera hecho diferentes elecciones si mi padre no me hubiera entrenado, si no hubiera controlado cada parte de la prueba. Así que, ¿qué esperaba? ¿Qué facción quería?

Cualquiera. Cualquiera menos Abnegación.

―Estoy satisfecho ―digo firmemente. No me importa lo que ella diga, este no es un cuarto seguro. No hay habitaciones seguras, no hay habitaciones seguras, no hay secretos seguros de contar.

Aún puedo sentir los dientes del perro cerrándose alrededor de mi brazo, rasgándome la piel. Asiento hacia Tori y empiezo a avanzar hacia la puerta, pero antes de que me vaya, su mano se cierra alrededor de mi codo.

―Eres el único que tiene que vivir con tu decisión ―dice―. Todos los demás lo superarán, avanzarán, no importa lo que decidas. Pero tú no lo harás.

Abro la puerta y salgo.

Regreso a la cafetería y me siento en la mesa de Abnegación, entre las personas que apenas me conocen. Mi padre no me permite ir a la mayoría de los eventos comunitarios. Dice que causaré problemas, que haré algo que dañará su reputación. No me importa. Estoy

más feliz en mi habitación, en la silenciosa casa, que rodeado por los deferentes y compungidos Abnegación.

La consecuencia de mi constante ausencia, es que los otros Abnegación son cautelosos conmigo, están convencidos de que hay algo mal en mí, que soy raro o inmoral. Incluso aquellos dispuestos a saludarme con un asentimiento no terminan de mirarme a los ojos.

Me siento apretando mis rodillas con las manos, observando las otras mesas, mientras los demás estudiantes terminan sus pruebas de aptitud. La mesa de Sabiduría está cubierta con material de lectura, pero no están estudiando, sólo están haciendo un espectáculo, intercambiando conversación en lugar de ideas, sus ojos regresando a las palabras cada vez que creen que alguien los están observando. En la mesa de Sinceridad están hablando alto, como siempre. En Concordia se están riendo a carcajadas, sonriendo, sacando comida de sus bolsillos y compartiéndola. Los de Intrepidez son estridentes y escandalosos, colgándose de las mesas y sillas, apoyándose el uno en el otro, empujándose y burlándose.

Quería cualquier otra facción. Cualquiera, excepto la mía, donde todo el mundo ya había decidido que no valgo su atención.

Finalmente una mujer de Sabiduría entra en la cafetería y levanta una mano para pedir silencio. Abnegación y Sabiduría se calman de inmediato, pero tiene que gritar “Silencio” para que Intrepidez, Concordia y Sinceridad la noten.

―Las pruebas de aptitud ya han terminado ―dice―. Recuerden que no tienen permitido discutir los resultados con ninguna persona, ni siquiera sus amigos o familiares. La Ceremonia de Elección será mañana por la noche. Planifiquen llegar por lo menos diez minutos antes de que inicie. Pueden retirarse.

Todo el mundo se precipita hacia las puertas, excepto nuestra mesa, donde esperamos a que todos salgan antes si quiera de ponernos de pie. Sé el camino que mis compañeros de Abnegación tomarán, saldrán al pasillo hasta las puertas de entrada, hacia la parada del autobús. Podrían estar ahí durante una hora, dejando que otras personas se coloquen delante de ellos. No creo que pueda soportar más de este silencio.

En lugar de seguirlos, me deslizo por una puerta lateral hacia el callejón a un lado de la escuela. He tomado este camino antes, pero por lo general me arrastro lentamente a lo largo, queriendo no ser visto ni oído. Hoy todo lo que quiero hacer es correr.

Corro hasta el final de callejón y entro a la calle vacía, saltando por encima de los baches del suelo. Mi chaqueta de Abnegación se mueve suelta al viento, dejando su rastro tras de mí como una bandera. Recojo las mangas hasta los codos mientras corro, disminuyo a un trote cuando mi cuerpo ya no puede resistir la carrera. Se siente como si la ciudad entera se apresura en un borrón, los edificios fundiéndose. Escucho el golpeteo de mis zapatos como si fuera algo separado de mí.

Finalmente tengo que detenerme, mis músculos están ardiendo. Estoy en la zona baldía de los Sin Facción que se encuentra entre el sector de Abnegación, la sede de Sabiduría, la sede de Sinceridad y los lugares comunes. En cada reunión de facciones, nuestros líderes, que usualmente hablan a través de mi padre, nos dicen que no tengamos miedo de los Sin Facción, que los tratemos como humanos en lugar de como criaturas rotas y perdidas. Pero nunca se me ha ocurrido estar asustado de ellos.

Me muevo a la acera para poder mirar a través de las ventanas de los edificios. La mayoría del tiempo todo lo que veo son muebles viejos, todas las habitación están vacías, restos de basura en el suelo. Cuando la mayoría de los residentes de la ciudad se fueron – como debieron de haberlo hecho, dado que la población actual no llena todos los edificios– no deben haberse marchado con mucha prisa, puesto que los espacios que ocuparon están muy limpios. No queda nada interesante.

Cuando paso por la esquina de uno de los edificios, siento algo dentro. La habitación detrás de la ventana está tan vacía como cualquier otra, pero dentro puedo ver una luz, carbón encendido.

Frunzo el ceño y me detengo para ver si la ventana se puede abrir. Al principio no cede, pero la muevo hacia atrás y adelante, y se abre. Empujo mi torso a través de ella y luego mis piernas, cayendo en el suelo. Mis codos arden mientras se arrastran en el piso.

El edificio huele a comida cocinada, humo y sudor. Me inclino, para escuchar las voces que me advertirán de la presencia de los Sin Facción, pero sólo hay silencio.

En la siguiente habitación, las ventanas están oscurecidas con pintura y suciedad, pero un poco de luz diurna pasa a través de ellas, de modo que puedo ver espátulas esparcidas por todo el piso y viejas latas con pedazos de comida seca en ellas. En el centro de la habitación hay una parrilla de carbón. La mayoría de los carbones ya están blancos, pero uno aún se mantiene encendido. Y juzgando por el olor y la abundancia de viejas latas y mantas, hubo bastantes de ellos.

Siempre me enseñaron que los Sin Facción vivían sin comunidad, asolados unos de otros. Ahora, viendo este lugar, me pregunto por qué lo creí. ¿Qué los detiene de formar grupos, justo como nosotros lo hemos hecho? Está en nuestra naturaleza.

―¿Qué estás haciendo aquí? ―demanda una voz y me recorre como una descarga eléctrica. Me giro y veo a un hombre con el rostro ceniciento, limpiando sus manos con una toalla.

―Yo sólo estaba... ―mirlo la parrilla―. Vi fuego. Eso es todo.

―Oh, ―el hombre mete la esquina de la toalla en su bolsillo trasero. Está usando pantalones negros de Sinceridad con parches de tela de Sabiduría y una camisa de Abnegación, la misma que yo estoy usando. Es tan delgado como un riel, pero se ve fuerte. Lo suficientemente fuerte para herirme, pero no creo que lo haga.

―Gracias, supongo ―dice―. Aunque, nada está incendiado aquí.

―Puedo verlo ―digo―. ¿Qué es este lugar?

―Es mi casa ―dice con una fría sonrisa. Le falta uno de sus dientes. ―No sabía que tendría invitados, así que no me molesté en limpiar.

Muevo la mirada de él a las latas.

―Debes moverte mucho, para

...

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