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En La Piel De Grey


Enviado por   •  30 de Octubre de 2013  •  991 Palabras (4 Páginas)  •  287 Visitas

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CAPÍTULO 1

La luz del atardecer baña mi suite del Heathman. Ha sido un día largo, pero productivo. Me cuesta apartar de mi mente la imagen de Anastasia emergiendo detrás del mostrador de la ferretería. Podría acostumbrarme a ser mirado desde abajo por ella. Ya lo hizo la primera vez que nos vimos, en mi oficina en Seattle.

- ¿Qué quiere que haga con esto, señor Grey? –me pregunta Taylor indicándome la bolsa de Clayton.

- Déjala aquí, gracias, Taylor. Menos el mono de trabajo. Ese tíralo.

Taylor asiente diligente y se marcha. Echo un vistazo al contenido de la bolsa, las bridas, la cinta adhesiva, la cuerda… El mono azul fue claramente una concesión, quería que Anastasia se sintiera útil, pero qué ingenua. ¿De verdad se habrá creído que para lo que tengo en mente lo necesito? Me bastan mis jeans gastados. Acaricio la cuerda y pienso en ella, en cómo la fibra natural se ajustaría a sus muñecas, en los surcos rojizos que dejaría sobre su piel.

En ese momento suena el teléfono. Sé que es ella. No necesito mirar la pantalla de mi Blackberry antes de contestar el mismo frío y seco saludo de siempre:

- Grey.

- ¿Señor Grey? Soy Anastasia Steele.

Suena atropellada y tímida. Su nerviosismo y su ingenuidad son una mezcla explosiva, y me doy cuenta de lo excitado que estoy mientras retuerzo entre mis dedos con fuerza una de las bridas de plástico. Es evidente: está alterada. Una parte de mí no estaba seguro de que tuviera el valor de llamar pero lo ha hecho, a pesar de lo asustada que está, de lo intimidada que se siente a mi lado. Eso me gusta.

- Señorita Steele, qué placer tener noticias suyas.

- Bueno, nos gustaría hacer la sesión de fotos. Mañana, ¿dónde le vendría bien?

Sonrío para mis adentros. Mañana tendré a Anastasia en mi terreno.

- A las 9:30 en mi hotel. Lo estoy deseando, señorita Steele.

Dejo que esas cinco palabras se llenen de significado, que transmitan todo lo que quiero para mí. Y para ella.

Ya ha caído del todo la noche sobre Portland cuando cuelgo el teléfono. La llamada de Anastasia me ha puesto de muy buen humor, y en mi cabeza empiezan a sonar las notas de una melodía de Thomas Tallis.

Me pongo mis pantalones de deporte y voy al gimnasio, necesito descargar adrenalina. Siento como la tensión va abandonando mi cuerpo a medida que el desgaste físico va ganándole terreno a la imagen de Ana caída en la alfombra de mi despacho. Fue en ese momento en el que decidí que ella sería la siguiente. Tan vulnerable, tan dócil. Su forma de tropezar y mirarme desde el suelo implorando mi perdón antes siquiera de saber qué falta había cometido. Eso me excita. Y me excita aún más pensar lo lejos que está ella de saber lo que pretendo. Me concentro

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