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FELICES DIAS TIO SERGIO


Enviado por   •  20 de Febrero de 2013  •  8.841 Palabras (36 Páginas)  •  922 Visitas

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Magali García Ramis parece atender uno de los señalamientos fundamentales que hace Julia Kristeva (y otras feministas como Rossi Braidotti, por ejemplo) en cuanto al discurso literario de la mujer dentro de la cultura androcéntrica y heteronormativa. Básicamente las mujeres escriben de dos maneras, nos dice Kristeva. Producen libros altamente compensatorios y sustitutivos de lo que debe ser la familia (como la autobiografía, el romance, las historias o fantasías sobre la unidad familiar), o proceden, por otra parte, como escritoras histéricas, bichas apegadas a los síntomas del cuerpo y a su desequilibrado ritmo.[1] Se les concibe ya piadosas como la Virgen María o como seres histéricos guiados por los síntomas del cuerpo hacia la transgresión neurótica. A través de los siglos modernos, especialmente en siglo XX, las cosas se han complicado y no son así de dicotómicas (tal vez nunca lo fueron), sobre todo con la mentalidad vanguardista de los años 20 y la de los años 70. Hay mucho de perspectivismo e ironía en todo esto del discurso y proceder de la mujer. Gran cautela debemos también mantener los que escribimos que, aunque seamos gays, seguimos siendo hombres, inevitablemente comprometidos con ese campo semántico del androcentrismo compulsivo.

Muy peculiarmente ante la visión tradicional de lo que ha sido, la representación y visión de la mujer en Puerto Rico, se nos revela Magali García Ramis en su celebrada novela Felices días Tío Sergio de 1986.[2] Esta obra representa un gran avance en la cultura letrada puertorriqueña mayormente dominada por los hombres, hasta que desde la Generación del 30 (un poco antes M. L. Capetillo) y sobre todo en los años 70, implosiona el discurso feminista puertorriqueño. Mediante la protagonista del relato (Lidia), García Ramis nos expone lo que se podría considerar como un gran esfuerzo de superación ante una sociedad altamente opresiva, equívoca y desequilibrada, neuróticamente dominada por el Orden Simbólico (andronormativo) de la cultura masculina y patriarcal.[3] Éste es precisamente el orden que construye el tipo de escritura femenina que denuncia Kristeva y que Magali supera muy conscientemente al escribir una novela que problematiza la orientación de la mujer en el mundo.

Se esmera García Ramis, además, en alcanzar un nuevo espacio significativo de reconocimiento de la vida tanto a nivel del Orden Simbólico de la cultura como del Orden Imaginario de la integridad del ser.[4] Tan esmerada superación no significa, de ninguna manera, que a niveles sumamente profundos las significaciones de la obra no dejen de estar sumergidas en cierta ambigüedad e incertidumbres. Por ejemplo: luego de haber superado, a nivel imaginario, el problemático mundo que síquica e ideológicamente hostiga a la protagonista Lidia, y al tío Sergio también, queda en ella el deseo de encontrar la explicación de una gran Falta. La heroína termina comprendiendo no sólo el equívoco y desequilibrio de la cultura dominante de la cultura patriarcal, sino también la incompleta y la, en parte, trunca y marginal disidencia representada por el tío Sergio que tanto ama. De ahí que el deseo de superación no sólo se exprese ante la cultura dominante del Simbólico masculino que oprime tanto a la heroína como al tío, sino que se revele también frente al temeroso y distanciado proceder de este último ante esa cultura. Tal vez Lidia tenga mucho de gay, subconscientemente, y se prepara para un mundo en que la defensa de la sexualidad diferenciada es una militancia. Pero de esto último no se habla abiertamente en la novela, aunque se sugiere.

Bien podemos decir que el deseo de superación de un mundo degradado y de falsos valores permanece en la obra en lo incierto y en la ambigüedad. La lucha frente a las (no tan viejas) estructuras y valores que han regido la existencia del sujeto en la cultura no se presentan en la obra como algo culminado. Las expresiones de una cultura enajenada de sí misma, y que tanto termina repudiando y despreciando la heroína, a finales de la obra no han sido derrotadas y mucho menos aparecen cercanas a ser sustituidas. Porque no se trata tan sólo de una superación ideológica y cultural, sino también de alcanzar nuevos procesos conducentes a reconstruir la sique a nivel amplio, sobre todo en lo relacionado al Eros de la mujer y del hombre mismo en la sociedad. Son alcances que tío Sergio no pudo reclamar, si consideramos que representa aspectos que Lidia parece terminar repudiado, ya adulta, en lo de un orden cultural alienante y opresor que se nutre precisamente de las fallas y vulnerabilidades del personaje mismo (que se esconde), y no permite la expresión plena de las posibilidades de su ser. Felices días Tío Sergio es, en ese sentido, mucho más que una novela feminista, pues se esmera en delinear el perfil de un nuevo sujeto de la cultura nacional puertorriqueña, que pueda ser más frontal y que entienda que liberación política y sexualidad deben ir unidas. Cabría preguntarse también si Lidia es ese nuevo sujeto. Como vemos a finales de la obra, ya para tío Sergio no hay remedio cuando lo sorprende la muerte en el anonimato y el escondite.

Mas habría que considerar detenida y cautelosamente la importancia que posee la figura de Sergio en esta obra. A nivel profundo en la lectura, el personaje se nos revela a la larga como un significante que, proveniente desde lo distante, vendrá a colocar a Lidia en contacto con una otredad[5] cargada de significaciones muy diferentes a las de la represiva, intolerante y antipática cultura de las tías y los otros adultos. Tío Sergio representa, por una parte, el otro sutilmente rechazado y marginado por los familiares y adultos, mientras que, por otra, deviene en un sujeto de gran importancia para los niños al ofrecer precisamente gratificaciones y valores contrarios al proceder de represiva madre, y de los demás adultos. En ese mundo de valores de adultos anquilosados, la niña se encuentra asediada y hostigada por prejuicios y equívocos que no le permiten expresar libremente su ser. “Así nos iban educando —nos afirma— con una mezcla de conceptos científicos y religiosos, verdaderos y falsos, liberales y conservadores, producto de miedos y prejuicios o de sus conocimientos y convicciones, que nos tomó una vida reorganizar y clasificar” (28).

Y para ofrecer una perspectiva de la desacertada ideología de este mundo, la novelista acude al contexto histórico de la cultura puertorriqueña para señalarnos el escenario que se perfila a partir de la mentalidad estadolibrista y muñosista de la década del 50. Esta sociedad y sus valores sirven de trasfondo ideológico a la simbología representada en la novela. Se trata del contexto cuya ideología habrá de retener el enajenado sujeto de la modernidad neocolonial[6] (todo visto a través de las personas adultas que rodean a

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