Fútbol

Siempre había pensado que el fútbol estaría siempre del lado equivocado de la ecuación que yo determino: lógica. Que no vale la pena ir detrás de un balón a menos que ese balón fuera de Luis Suárez, y que es increíblemente desconcertante cómo mueve masas que en su vida han tenido preocupación alguna por unir a un país entero.

Ni con las tragedias cotidianas sinónimo del pan de cada día de nuestro país, ni con el conflicto armado en Colombia, ni la sequía que está viviendo la Guajira, y ni siquiera con la llegada de Álvaro Uribe como senador en el congreso, se ha logrado unificar a millones de colombianos que no tienen nada en común más que clavarse el puñal (hay que aclarar que el dolor siempre es efímero) de la intolerancia y la desigualdad, cada vez que pueden.

Cabe decir que la alianza desarticulada de la que hablo es para defender cualquier causa que tenga el más mínimo grado de justicia. En otras palabras, siempre había discurrido en que el fútbol carecía de dialéctica y razonamiento, algo así como Oscar Iván Zuluaga en los debates televisivos para las elecciones presidenciales, hasta que vi su trascendencia hace ya más de un mes.

La publicidad hizo de las suyas y nos vendió un sueño que vivimos paso a paso. Pienso que a veces carecemos tanto de estos mismos, que no nos queda otra opción sino la de poner en las manos de los grandes conglomerados publicistas y mediáticos con sed de poder, algo que nuestro mismo país nos ha llegado a negar: soñar con los ojos abiertos. Pero lo hicimos. Lo logramos.

Claro, esto anterior con la excepción de las personas que murieron en este campeonato mundial sea por riñas, apuestas, suicidios por parte de una hinchada exasperada, sobreabundante conmemoración y demás razones que aún no encuentro ecuánimes.

Adidas vendió multimillonarias cantidades de camisas, Cerveza Águila logró convertir un elemento que en su consumo excesivo ha causado siniestros crímenes, en algo patriótico. Esto no tuvo otro objetivo sino el de crear vínculos afectivos que hicieron que pensáramos que sin unas ‘polas’, no éramos dignos de decir que amábamos a nuestro país . La televisión nacional se apoderó de las mentes colombianas llenas de euforia y desinterés político, social e incluso moral, para subir su rating e ignorar los demás desenfrenos y desvergüenzas que estaban pasando en este país de emociones.

Esos desenfrenos que le da de qué escribir a los medios. Eso que me da de qué escribir a mí y a la minoría que opina (por más vana e insustancial que esta opinión sea) sobre este circo que baila al son de un gol mientras su vecino agoniza. Pero lo importante es que lo hace con la camiseta de la selección puesta.

En fin, podría seguir y decir que nunca pensé que el poder del fútbol nos diera ‘paz’ por un ratico. El problema es contextualizar

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