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Jadad y la felicidad


Enviado por   •  11 de Noviembre de 2013  •  Ensayos  •  661 Palabras (3 Páginas)  •  271 Visitas

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Jadad y la felicidad

Muchos pobres ya no son flacos de hambre, sino gordos mal alimentados: grasas de carnes rojas en las comidas rápidas, gaseosas repletas de azúcar como bombas calóricas que vaticinan diabetes, y sobre todo un montón de carbohidratos blancos: papas fritas, arroz, pan de molde, almidón, plátanos, arepas blancas precocidas...

Los alimentos sanos con frutas y verduras frescas de todos los colores, granos integrales, bebidas con poca azúcar, nueces, pescados de mar, son tan caros que apenas los ricos los pueden comprar.

O incluso cuando algunos alimentos sanos no son tan caros (arroz integral, fruta en cosecha), no nos los enseñan a cocinar o a comer. La pobreza de hoy no consiste tanto en no tener que comer, sino en comer mal. Estados Unidos no exporta solamente armas letales o espionaje a escala mundial: exporta una dieta dañina para toda la humanidad, y eso a pesar de que sus mejores universidades y sus mejores médicos nos advierten que lo que allá está comiendo la parte más gruesa de la población es fatal.

Creemos que la incultura consiste en no saber quién compuso el Triple Concierto, o quién escribió Guerra y paz, cuando la educación debería enseñar, mucho antes que esto, a alimentarnos bien. Creemos que el problema del tráfico en las ciudades se soluciona haciendo más y más vías para los carros, cuando lo que habría que educar es el sentido que tiene caminar más, usar más la bicicleta, proteger el aire, tener parques, y no pretender que el transporte público pare en cada esquina, sino enseñarnos a andar hasta paraderos distantes.

Cosas así aprendí o recordé oyendo el otro día, en la Universidad de Antioquia, a un gran científico colombiano, Alex Jadad. Él es un médico de esos raros, de los que sanan con solo oírlos hablar, con amor, humor y sabiduría. De los que estimulan las ganas de pensar y de cambiar. Durante su charla sobre “medicina y felicidad”, volví a sentir la vieja pasión de mi padre por la salud pública y la medicina social. Lo que mejora la vida no son los medicamentos de vanguardia ni los tratamientos en clínicas muy sofisticadas: lo que mejora nuestras vidas es el agua limpia, la educación, la formación de hábitos sanos de vida en ejercicio y alimentación, y la existencia de médicos compasivos que en vez de dedicarse a salvar enfermos a última hora, nos enseñen a vivir y a morir mejor. Porque lo ideal no es tampoco, nos decía Jadad, morir como se muere en las espantosas UCIs de nuestros hospitales: cualquiera de nosotros preferiría morir, así sea unos años antes, dignamente, en la propia casa, con el menor dolor posible, y no en esas neveras infectas y malolientes.

Cuando me hacen la pregunta proustiana de cómo quisiera morir contesto siempre lo mismo: en mi cama, dándome cuenta de que me estoy muriendo, como última experiencia de la vida que quiero filtrar por la conciencia, y ojalá sintiendo en el cuerpo y en los oídos la compañía de los seres que quiero y que me quieren, con palabras que acaricien y caricias que hablen. Nada más. Y es eso lo que hoy nos impiden tener las dantescas unidades para enfermos terminales y la medicalización de la vida y de la muerte. Decía Jadad que los médicos de hoy saben mucho sobre electros y valores hepáticos, pero nada o casi nada sobre el dolor. Sobre el dolor, apostaba, saben más los veterinarios y los dentistas que los médicos.

Gracias a Jadad llegué también a una página de Internet (nada científica), Deathclockk, que calcula cuándo nos vamos a morir. Me dio la fecha: 21 de julio de 2032. No creo en el vaticinio. De lo que no hay duda es de que un día me voy a morir, como todos; pero, mientras tanto, no se trata tanto de alargar la vida, sino de vivirla más plenamente y mejor, con la dosis irremediable de enfermedad, y con la menor cantidad posible de infelicidad.

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