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La cruz de Atenguillo

cuauhtenochTarea8 de Diciembre de 2015

830 Palabras (4 Páginas)175 Visitas

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De camino a la encomienda de Tenamaxtlán, iba Raúl –capataz de una de las encomiendas de aquel lugar– en su carreta cuando a cierta distancia notó una cruz tirada a la orilla del camino. Mientras Raúl levantaba la cruz y se disponía a inspeccionarla, miró a un joven acercarse a su encuentro.

-Buen día señor -dijo el joven -¿Qué hace al lado del camino con esa cruz? -preguntó el joven a Raúl.

-Buenas joven. Iba pasando y la vi tirada; considero que es una falta de respeto, así que me la llevaré para darle un buen uso -dijo Raúl mientras se persignaba.

-¿Pero cómo sabe que no es de nadie esa cruz?

-No lo sé. Solo supuse que no tendría dueño, al estar ahí toda abandonada. ¿Tú sabes a quién le pertenece? -Interrogó Raúl al joven.

-Pertenece a la tumba de alguien que falleció por este camino hace un tiempo.

-Pues entonces con mayor razón me la llevaré para arreglarla y devolverla como nueva. Está muy descuidada –dijo Raúl mientras subía la cruz a su carreta.

-Pero y a usted qué le importa, si ni siquiera conoció al difunto –replicó el joven. -¿O sí?

-No, pero el sepulcro de un buen cristiano debe de llevar siempre una cruz –respondió Raúl, ya sobre su carreta disponiéndose a seguir su camino.

Sin esperar respuesta del joven desconocido, Raúl ordenó a sus animales que avanzasen. Mientras se alejaba, alcanzó a ver por el rabillo del ojo como el joven desconocido se quedaba parado, con una gran sonrisa en su rostro.

Algunos días después, nuevamente de camino a la encomienda, Raúl recordó que llevaba la cruz ya restaurada –espero no olvidar el lugar donde la encontré –se dijo así mismo. Avanzando unas cuantas leguas más, a lo lejos alcanzó a divisar al mismo joven, sentado en el lugar donde había encontrado la cruz.

-Pensé que no cumpliría su palabra de regresar la cruz –dijo el joven, quien parecía un tanto aliviado por ver de nuevo a Raúl.

-Me ofende joven –respondió Raúl con un gesto de desagrado –robar es un pecado; y robar una cruz es un sacrilegio.

El joven se limitó solo a hacer una mueca de sonrisa.

Durante el tiempo que tardó Raúl colocando la cruz de nuevo en su lugar, el joven no se movió de donde estaba. Lo único que hacía era mirar como quedaba la pequeña tumba y sonreír, como si estuviera asintiendo en forma de aprobación.

-¿Bueno usted de dónde es, o a dónde viaja? –dijo Raúl rompiendo el silencio.

-Yo soy de ese pueblo que ve usted a lo lejos. Se llama Atenguillo –confesó el joven –me llamo Eudocio, mucho gusto.

-Raúl, un gusto.

Así continuaron conversando mientras Raúl seguía con la restauración.

Una vez terminado el trabajo, ambos comenzaron a prepararse para seguir su camino. Esta vez fue Raúl el que inició la conversación: -Bueno Eudocio, me dio gusto platicar contigo, pareces muy buena persona, pero tengo que continuar mi viaje que aún me queda varias paradas y tengo que llegar hasta Tenamaxtlán.

-Igualmente Raúl, eres una persona muy amable; no cualquiera se hubiera tomado las molestias que tú te tomaste, de verdad te lo agradezco mucho –dijo Eudocio con un gesto solemne.

-¿No hay de qué? –respondió Raúl sin entender el agradecimiento, aunque no le tomo mucha importancia.

Antes de marcharse, Eudocio volteó hacía Raúl preguntándole: -Oye Raúl, abusando de tu gentileza, ¿podría pedirte otro favor? ¿Podrías llegar a Atenguillo a darle un recado a mi madre y darle estas monedas? Ella trabaja en la plaza vendiendo flores y se llama Josefina.

-Claro –asintió Raúl –igual ese pueblo también está dentro de mis paradas, así que no tengo ningún problema.

Agradeciendo de nuevo a Raúl, y profiriendo algunas palabras de despedida, Eudocio se alejó hasta perderse de vista.

Una vez concluidos sus asuntos, Raúl fue en busca de la madre de Eudocio. Al llegar a la plaza, vio solo a una señora vendiendo flores, por lo que se alegró de haberla encontrado tan fácilmente. Conforme se fue acercando, Raúl notó en la señora una expresión un tanto sombría y de abatimiento.

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