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Las Galápagos De La Tabla Periódica


Enviado por   •  15 de Octubre de 2013  •  Ensayos  •  1.161 Palabras (5 Páginas)  •  250 Visitas

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LA CUCHARA MENGUANTE.

CAPITULO 3.

LAS GALÁPAGOS DE LA TABLA PERIÓDICA.

PODRÍA decirse que la historia de la tabla periódica es la historia de los muchos personajes que le dieron la forma que hoy tiene. El primero tenía uno de esos nombres de los libros de historia, como Dr. Guillotin, o Charles Ponzi o Jules Léotard, o Étienne de Silhouette, que nos hacen sonreír sólo con pensar que alguien pudiera responder a ellos. Este pionero de la tabla periódica merece una especial alabanza, pues el mechero que lleva su nombre ha hecho posibles más novatadas que ningún otro equipo de laboratorio. Lamentablemente, el químico alemán Robert Bunsen no inventó su mechero, tan sólo mejoró su diseño y lo popularizó a mediados del siglo XlX. Pero incluso sin el mechero Bunsen, logró provocar bastante peligro y destrucción a lo largo de su vida.

La primera pasión de Bunsen fue el arsénico. Aunque el elemento treinta y tres tiene mala reputación desde la antigüedad (los magnicidas romanos solían untarlo en higos), pocos científicos respetuosos con la ley sabían demasiado sobre el arsénico antes de que Bunsen comenzara a meterlo en tubos de ensayo. Trabajó sobre todo con cacodilo, una sustancia química de arsénico cuyo nombre proviene de la palabra griega que significa “hediondo”. Los cacodilos huelen tan mal, que Bunsen decía que le hacían alucinar, produciendo un instantáneo cosquilleo en manos y pies, incluso mareo e insensibilidad. Su lengua quedó cubierta por una capa negruzca. Quizá por interés personal, no tardó en desarrollar lo que todavía es el mejor antídoto contra el envenenamiento por arsénico, el óxido de hierro hidratado, una sustancia química relacionada con la herrumbre que atrapa el arsénico en la sangre y lo arrastra consigo. Con todo, no pudo protegerse de todos los peligros. En un descuido, la explosión de un matraz de vidrio que contenía arsénico a poco estuvo de arrancarle el ojo derecho, y lo dejó medio ciego para los sesenta años de vida que le quedaban. Tras el accidente, Bunsen dejó el arsénico a un lado y se abandonó a su pasión por los explosivos naturales. A Bunsen le gustaba todo lo que saliera despedido desde el suelo, así que durante varios años se dedicó a investigar los géiser y los volcanes, para lo cual recogía en persona los vapores y líquidos en ebullición. También improvisó en su laboratorio un falso Old aithful3 y descubrió cómo se acumula en los géiser la presión hasta que ésta se libera en forma de un surtidor. Bunsen volvió a dedicarse a la química en la Universidad de Heidelberg en la década de 1850, y pronto se ganó la inmortalidad científica al inventar el espectroscopio, que utiliza la luz para estudiar los elementos. Cuando se calienta, cada elemento de la tabla periódica produce unas bandas estrechas y bien definidas de luz de colores específicos. El hidrógeno, por ejemplo, emite siempre una banda roja, una verde amarillento, una pequeña azul y una añil. Si se calienta una sustancia desconocida y se observa que emite esas líneas específicas, puede apostarse lo que sea a que contiene hidrógeno. Éste fue un importante descubrimiento, pues por primera vez permitía investigar el interior de compuestos exóticos sin necesidad de fundirlos con calor o desintegrarlos con ácidos. Para construir el primer espectroscopio, Bunsen y uno de sus estudiantes montaron un prisma en el interior de un caja de cigarros, para así evitar que entrase la luz no deseada,

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