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Lazarrillo

banbinotresss18 de Noviembre de 2014

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El Lazarillo de Tormes

Autor: desconocido

Prólogo

Lazaro cree que hay escritos que deben publicarse antes de echarse al olvido:

Yo soy de las personas que piensan que hay cosas que no conviene enterrar en el olvido sino que se escriban y llegue a muchos pues habrá gente que las aprecie y otras que se deleite con leerlas y aunque es verdad que los gustos de todas las personas son diferentes ningún escrito debería ser tachado de malo (siempre y cuando no sea tan detestable que todos sus lectores opinen lo mismo) sino que debería comunicarse a todos pues alguien sabrá sacarle provecho y fruto.

Hay gente que escribe para ser leída, no por dinero:

Porque hay gente que escribe que no quieren que se les recompense con dinero, sino solamente con que lean sus obras. Al propósito dice Tulio:

“La honra cría las artes”

¿Alguien podría decir que el soldado esta deseoso de morir? Seguro que no, pero es el deseo de ser reconocido lo que le hace ponerse al frente a combatir, de igual manera sucede con las letras y las artes. Predica muy bien el sacerdote y no busca el provecho suyo sino de sus fieles, pero pregúntele si no le agrada que le digan lo bien que ha hecho su reverencia. Hasta el caballero que pelea muy mal en una justa, le obsequia sus armas a su ayudante solo porque este le dijo que peleó muy bien. Imagínense que le daría si fuera verdad.

Lázaro no considera ni a él ni a sus historias especiales:

Todo esto es para decir que yo no soy nadie especial ni más santo que mis vecinos y escribo en un estilo grosero y espero que alguien halle algo de bueno en mis aventuras y que sepan que vive un hombre con tantas fortunas, peligros y adversidades.

Suplico a vuestra merced reciba el servicio de este hombre que se presenta ante usted.

Aclara que toda la historia es escrita por encargo de vuestra merced:

Y ya que vuestra merced me pidió que le escriba el caso completo así sea extenso, me pareció correcto empezar por el principio para que sepa completamente por todo lo que me ha tocado vivir y como la fortuna les da más de lo que merecen a algunas personas mientras que otras, con la fortuna en contra, supieron nadar contra corriente y llegar a buen puerto.

Resumen del Lazarillo de Tormes

resumen

Muy Completo

TRATADO PRIMERO

Resumen:

Nacimiento y familia de Lázaro:

Sepa vuestra merced que mi nombre es Lázaro de Tormes, hijo de Tomás Gonzáles y de Antonia Pérez, naturales de Tejares que es una aldea de Salamanca. Nací dentro del río Tormes y de ahí viene mi sobrenombre. Sucedió de esta manera: mi padre trabajaba en una aceña en la ribera de ese rio y una noche, estando en medio del trabajo a mi madre le vinieron los dolores del parto y nací ahí, dentro del río.

Cuando tenía ocho años acusaron a mi padre de robar parte de la harina y fue apresado y luego fue como acemilero de un caballero que fue a combatir contra los moros y ahí acabó su vida.

Lázaro tiene un padrastro negro y un hermanito negro:

Mi madre, que se quedó viuda, se mudó a la ciudad y trabajó cocinando y lavando ropa. Así conoció a un hombre moreno que visitaba nuestra casa y se iba a la mañana siguiente. Al principio tenía miedo cuando lo veía, pero, ya que llevaba pan, carne y leña en el invierno, empecé a sentir cariño por él.

De esa forma mi madre me dio un hermanito negro muy bonito al que yo ayudaba a calentar y cuidar. Recuerdo que, viendo a mi padrastro negro y a mí y a mi madre blancos, el niño se corría detrás de mi madre y señalando con el dedo decía:

— ¡Mamá, coco!

— ¡Hideputa! —contestaba el negro riéndose.

Yo, aunque era muy pequeño, pensé: “¡Cuantos debe haber en el mundo que juzgan a otros porque no se ven a sí mismos!”

Quiso la mala fortuna que se descubra que mi padrastro robaba los leños, la carne, los panes y todas las cosas que traía a casa para cuidar a mi hermanito. No debieron juzgarlo tan duramente porque lo que hizo fue motivado por amor. Hasta a mí me hicieron confesar sobre unas herraduras que había vendido por encargo de mi madre.

Al pobre de mi padrastro lo azotaron y luego lo pringaron y mi madre también recibió azotes. Luego prohibieron que en casa del comendador no entre el negro ni que mi madre lo acogiese en la suya. Mi madre se esforzó en cumplir la sentencia y se fue a trabajar a otro lugar y ahí, padeciendo mucho, crió a mi hermanito hasta que aprendió a caminar. Yo trabajaba haciendo mandados para los huéspedes.

Encuentro con el ciego:

En ese tiempo paso un ciego y como necesitaba un muchacho que le sirva de lazarillo, me pidió a mi madre. Ella le dijo que era hijo de buen hombre y que si me iba a llevar que cuide bien de mí. Él respondió que no me trataría como a criado sino como a hijo. Cuando mi amo decidió que debíamos partir, me abracé a mi madre, y ambos llorando, ella me dio su bendición y me despidió diciendo:

—Ya no te veré más, hijo mío. Procura ser bueno y valerte por ti mismo. Que Dios te guíe.

Y así partí junto a mi amo

Episodio del toro de piedra:

Al salir de Salamanca pasamos por un puente que tenía a la entrada una piedra grande con la forma de un toro. El ciego me ordenó que me acerque al animal y me dijo:

—Lázaro, junta tu oído a ese toro y escucharás un gran ruido salir de él.

Apenas yo pegué la oreja al animal, el ciego, me cogió de los cabellos y me estrelló la cabeza contra la piedra con tal fuerza que me duró tres días el dolor.

—El criado de un ciego debe ser más astuto que el mismo diablo -me dijo el ciego y se rio mucho de su burla.

Yo dije para mí: “Es verdad lo que dice, debo ser astuto y pensar como valerme por mí mismo porque a nadie tengo”. Y en los días siguientes el ciego empezaba a hablarme en jerga y como notaba mi ingenio me decía:

—No puedo darte dinero, pero si muchos consejos para vivir te mostraré.

Y así fue, que después de Dios, el ciego me dio la vida pues me adiestró en la carrera de vivir.

Oficio y avaricia del ciego:

Y sepa vuestra merced que Dios no debe haber creado alguien tan astuto como este ciego. Se sabía cientos de oraciones de memoria y rezaba con unos gestos muy solemnes. Además de esto se sabía muchas otras oraciones para mujeres que no parían, para las que no eran queridos por sus maridos y muchas otras. Hasta entraba en asuntos de medicina y recomendaba hacer esto o el otro o coge tal hierba o tal raíz.

De esta forma todo mundo lo solicitaba, sobre todo las mujeres, quienes creían todo lo que él decía. Y de esta forma el ciego ganaba en un mes lo que cien ciegos no podrían hacer en un año. Sin embargo, por más bien que ganaba, jamás vi hombre tan avaro y mezquino que por poco me mata de hambre si mis astucias y mi ingenio no me permitieran sobrevivir con las burlas y engaños que le hice.

Episodio del pan:

El guardaba el pan en una bolsa de tela que cerraba con una argolla y candado. Y lo guardaba y sacaba con tanto cuidado que no le podía robar ni una migaja más de las que me daba. Pero cuando tenía el saco cerrado con candado y se descuidaba, yo lo descosía por un lado y lo que podía en pan, algunos tocinos y longaniza. Y cada vez que podía, repetía mi hazaña.

Lázaro cambia las monedas de una blanca por otras de media blanca:

Lo que podía robarle lo llevaba en monedas del valor de media blanca y cuando a él lo mandaban rezar y le daban monedas del valor de una blanca completa, yo ya tenía lista la media blanca para remplazarla y la blanca la guardaba en la boca. Cuando, por el tacto, el ciego reconocía que solo tenía media blanca, se lamentaba diciendo que yo era su desdicha porque antes le daban blancas completas y hasta monedas de un maravedí, cuyo valor es de dos blancas.

También él no acababa sus rezos y me tenía indicado que cuando se vaya aquel que le haya ordenado rezar, le avise jalándole de la ropa para que el interrumpa la oración.

Episodio del jarro de vino:

Solía llevar un jarrillo de vino cuando comíamos, al que apenas me permitía darle un par de sorbos y luego lo protegía con tanto cuidado que no se separaba de él. Pero yo había preparado una paja larga de centeno que metía en la boca del jarro y chupando el vino lo dejaba vacío. Pero, como era astuto el ciego, a partir de entonces apoyaba el jarro sobre sus piernas y tapaba su boca con la mano y como vi que ya de nada me servía la paja le hice un agujero pequeño en la base del jarro y lo tapaba con un poco de cera. Así que después de comer, con el pretexto del frío me acurrucaba sobre las piernas del ciego y, derretida la cera, el vino empezaba a destilar directamente en mi boca. Cuando el pobre ciego luego quería beber, no hallaba ni una sola gota y empezaba a maldecir.

—No dirás, tío, que he sido yo —le decía— pues usted no le quita la mano al jarro.

El ciego tanteó parte por parte el jarro y dio con el agujero, pero lo disimuló para que yo vuelva a repetir la travesura. Así un día, sin saber el peligro que corría, estaba boca arriba, recibiendo el dulce vino y con los ojos medio cerrados para disfrutar mejor. El ciego, consciente de que era momento de vengarse, alzó el jarro con las dos manos y lo dejó caer contra mi cara, con tanta fuerza que creí que me había caído el cielo con todo lo que en él hay.

Fue tal el golpe que me dejó sin sentido, varios pedazos del jarro se me incrustaron en la cara y perdí varios dientes sin los que vivo hasta ahora. Desde entonces tuve resentimiento contra

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