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Los Valores


Enviado por   •  22 de Octubre de 2013  •  4.558 Palabras (19 Páginas)  •  250 Visitas

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LA CONSTRUCCIÓN DE VALORES COMUNES Por Norbert Bilbeny

He intentado justificar hasta ahora que una sociedad de cultura compartida, sin la cual no son posibles las políticas de reconocimiento y protección de la diversidad cultural, es una sociedad basada tanto en principios contractuales para la convivencia como en principios precontractuales con el mismo objetivo. Estos últimos son los que he propuesto identificar con una ética común a todas las culturas, o ética intercultural.

No hay ética sin valores

Una ética, expliqué también, no es lo mismo que una moral. Pero difícilmente puede haber una ética sin moral, pues si hace honor a su significado práctico no puede desentenderse de la clase de conducta que trata, como ética, de defender y razonar.

La ética es forma, pero remite a contenidos. Ello corresponde también a una ética intercultural. Presupone o demanda «valores» —creencias y hábitos de conducta— que le dan contenido moral, aunque sea mínimo, para no interferir más de lo necesario con los valores particulares de cada cultura.

En otras palabras, una ética intercultural no tendría sentido si no se acompañara de unos valores comunes o compartidos, bien porque haya, de hecho, un fondo moral común a las culturas, bien porque exista el propósito de ir a la búsqueda de estos valores.1 Mientras, no es verdad que todas las culturas «evolucionan» hacia un mismo paradigma ético, como piensan algunos optimistas de la moral, y menos si este paradigma resulta ser el más parecido a la moralidad occidental, con su insistencia en los valores individuales y la visión juridicista de la sociedad y sus instituciones. Occidente da la primacía al individuo sobre la colectividad, otras culturas hacen al revés, y aún otras difuminan la diferencia entre ambos extremos.

Los pictogramas de la lengua china no distinguen entre lo colectivo y lo individual.

A la vista de todo ello, la tesis de la convergencia de valores, incluso a favor de los Derechos Humanos —impregnados de mentalidad occidental—, no deja de ser una declaración de fe. Sin embargo, nada obsta, contra las discrepancias existentes, para que podamos y debamos pensar, siguiendo el mismo ejemplo, que individuo y grupo sean preeminentes a la vez, ya que el individuo sin el grupo es una ficción, y éste sin aquél una amputación. Si bien la frontera entre uno y otro valor es difícil que llegue a ser clara y definitiva, pueden y deben encontrarse coincidencias de hecho o de principio entre, por ejemplo, la cultura occidental, constituida por «comunidades individualistas», y las culturas no occidentales, integradas por «individuos comunitarios». En sus caminos divergentes hay intersecciones explícitas o veladas que una ética intercultural no puede ignorar.

Puede y debe haber valores compartidos. Del «debe» ya he hablado en todas las páginas que preceden. Del «puede» lo voy a hacer a continuación desde una perspectiva biológica, en primer lugar, y desde un punto de vista cultural, después. En ambos casos me baso en el terreno de lo empírico: en hechos, no en aspiraciones morales ni meros principios abstractos. En todo caso, la posibilidad de justificar unos valores compartidos valiéndome de criterios más teóricos y menos experimentales la reservo para otro libro.

Valores en clave biológica

La humanidad comparte «valores» en la medida en que, como especie, aplica estrategias iguales —no distintas según las culturas— a la hora de resolver los conflictos que se les plantean a todos sus individuos. Estas estrategias son el resultado de la evolución humana y pueden ser interpretadas como reglas de interacción entre los individuos, cada una simbolizable, a su vez, en una forma prototípica de comportamiento a la que puede llamarse, en lenguaje moral convencional, «valor».

Habrá, pues, tantos valores comunes a la humanidad como estrategias de este tipo existan. Tomemos, para empezar, el valor de la «igualdad». En términos evolutivos corresponde a aquella situación en que dos individuos se encuentran en equilibrio entre sí: ninguno de los dos pierde ni gana en la relación. Este sería el grado cero, por así decir, de la interacción humana, que es «igualitaria» porque nadie se beneficia ni se perjudica a causa de los demás. El valor de la «tolerancia» ya refleja otra cosa: indica una relación de aceptación, por la cual alguien hace que otro incremente sus recursos o aptitudes de vida, sin que él o ella se beneficie o perjudique con ello. Un valor contrario, la «intolerancia», expresa la relación de rechazo: hacemos que el otro pierda sin ganar nosotros nada.

Pensemos, además, en el altruismo. Aquí, a diferencia de la tolerancia, el hecho de hacer que otro incremente sus oportunidades va en detrimento de las nuestras. El altruismo es la manera de designar que ha habido una transmisión de beneficios a los demás a expensas de uno mismo. Así ocurre en las acciones que calificamos como «veraces», «nobles» y «heroicas». Para Darwin el altruismo es el instinto social por excelencia. No hay valor superior a este de dirigir favores a extraños. Justo lo contrario, el «egoísmo» simboliza la conducta de actuar en provecho propio. Incrementamos nuestras oportunidades a costa de las ajenas. Numerosas faltas morales indican esta desproporción: por ejemplo, el «robo», la «perversidad», la «prevaricación», el «nepotismo». La lista sería muy larga. Pero sigamos con otros valores.

La «rectitud» expresa, por su parte, una estrategia de ajustamiento del individuo al grupo, por la cual uno debe sacrificar algo para que todo siga igual. Es la base del aprendizaje social y la educación. Siempre se busca la óptima combinación del individuo con el resto. Tal deseado ajustamiento es llamado, también, «honradez», «integridad», «corrección» en el actuar. Los grandes líderes de la religión y la ejemplaridad moral insisten, en diferentes versiones, sobre la conveniencia de esta estrategia social. Que tiene su opuesto en las conductas del «honor», una estrategia a favor de la distinción social y el mantenimiento de las diferencias de rango dentro del grupo. El honor, como la «respetabilidad» y la «realeza», representan estrategias de desajuste: uno gana o cree ganar algo, sin que, de hecho, el resto se beneficie o perjudique por esta conducta tan autodistintiva como falta de funcionalidad social.

Entre otros valores básicos compartidos está la «cooperación», un término para expresar las estrategias de vinculación social o mutualismo. La «ayuda mutua» y la «solidaridad», entre otras formas de acción, se incluyen en la misma modalidad de relación, por la que todos salen beneficiados y ninguno pierde. Frente a lo cual

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