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Los Valores


Enviado por   •  26 de Agosto de 2014  •  4.298 Palabras (18 Páginas)  •  126 Visitas

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Conferencia pronunciada en Dornach, 19 de enero de 1923

ImageEstas palabras han expresado tres grandes ideales a lo largo de toda la evolución de la conciencia del hombre, ideales que han sido instintivamente reconocidos como representación de la sublime naturaleza y noble meta de todo el esfuerzo humano. En anteriores épocas, en mayor grado que en la nuestra, el ser humano tenía un conocimiento más profundo de su unión con el universo, y entonces la Verdad, la Belleza y la Bondad tenían una realidad más concreta que la que tienen en nuestra época de abstracción. La Antroposofía, o Ciencia Espiritual, es capaz, nuevamente, de señalar la realidad concreta de estos ideales, a pesar de que no siempre encuentra la aprobación en nuestro tiempo, en donde los hombres prefieren ser indecisos y nebulosos en las cuestiones que están más allá de la vida cotidiana.

Las virtudes teologales son tres: Fe, Esperanza y Caridad, mientras que las morales o cardinales son cuatro: prudencia, justicia, templanza y fortaleza.

Virtudes Teologales.

Fe: es la por la cual creemos en Dios.

Esperanza: Por ella esperamos y deseamos de Dios, con una firme confianza, la vida eterna y las gracias para merecerlas.

Caridad: Es por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas y a nuestros prójimos como a nosotros mismos.

Virtudes Cardinales.

Prudencia: Dispone de razón práctica para discernir nuestro verdadero bien y elegir los medios justos para realizarlo.

Justicia: Consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que le es debido.

Fortaleza: Asegura la firmeza y la constancia en la práctica del bien.

Templanza: Modera la atracción hacia los placeres sensibles y procura la moderación en el uso de los bienes creados.

Tomando la "vida espiritual" de Servais pinckaers, nos dirá que: Las virtudes son actitudes firmes que nos hacen actuar buscando lo mejor y tender hacia la perfección que nos conviene a nuestra persona y a nuestras obras. En una palabra: las virtudes nos permiten ejercer plenamente nuestro oficio de hombre. Solo la experiencia revela verdaderamente lo que pueden ser estas cualidades dinámicas. Recordemos que las virtudes así entendidas no son simples hábitos, una especie de mecanismo psíquico formado en nosotros mediante la repetición de los mismo actos materiales, que disminuirían el compromiso personal; son propiamente "hábito", disposiciones a obrar cada vez mejor obtenidas por una sucesión de actos inteligentes y libres.

Una virtud especial.

La prudencia.

Después de haber desarrollado brevemente las virtudes en general me detengo en la virtud llamada por Santo Tomás "virtud especial": La prudencia.

Para tratar de dilucidar la significación de esta virtud recurrimos a varias fuentes con la pregunta: ¿Qué es la Prudencia?

La prudencia es una virtud de la razón, no especulativa, sino práctica: la cual es un juicio, pero ordenado a una acción concreta. Así, por ejemplo será tarea de la prudencia saber juzgar si en un determinado caso, considerada determinada circunstancia, nos podemos comportar de un modo que, normalmente no seria el adecuado. Será más prudente aquel que, valorando y confrontando las diversas circunstancias con la ley perenne de la moralidad, sabrá llegar mejor al centro focal de una decisión conforme a la misma ley. Acostumbramos a escribir esta situación psicológica con expresiones así: en esa circunstancia, después de haber reflexionado y haberme aconsejado, sentí en conciencia que tenia que obrar así.

Honor a los prudentes, poseedores de una cualidad que los distingue entre todos los otros seres del universo, les hace diferentes e insignes. La prudencia no mancha las manos de púrpura, ni se precipita en el abismo de los riesgos innecesarios, no actúa sin razones ni razona sin lógica, no procede sin causa, ni propone sin previsión. Medita sus empresas bajo todos los aspectos y estudia sus horizontes desde todos los ángulos. Pocas son las veces que yerra el prudente, y cuando yerra, su equivocación no le es generalmente imputable. Hace que fermenten las otras esencias del comportamiento, le da cauce al valor, cielo despejado a la sabiduría, le pone alas a la esperanza, cimientos a la fidelidad, camino seguro a la constancia, hogar duradero a la alegría. Está aliada con el azar de modo permanente, y la muerte y ella se tratan con grave respeto. Los antiguos y sagrados libros veneran a la mujer prudente y al prudente varón, los ponen como ejemplos a seguir y encomiendan este habito sobre otros muchos. Si te vuelves prudente (no calculador), si te orientas por la prudencia (no por la frialdad del animo), si sabes en todo momento distinguir la medida prudencial (no el astuto beneficio), mucho tendrás ganado en todos los ordenes de la vida y de la convivencia, pues desde la Ley hasta la costumbre consideran la prudencia guía segura de los actos. Aunque pasa con ella, como con tantas otras que es primeramente buena para quien la posee, y solo de forma delgada y vicaria con los otros que a su lado se encuentren a los que a veces llega nada más el fleco escasamente abrigador de sus deshilachados perfiles. Y nos libren los dioses de un perverso prudente.

La prudencia es la virtud que dispone la razón práctica a discernir en toda circunstancia nuestro verdadero bien y a elegir los medios rectos para realizarlo. "El hombre cauto medito sus pasos", "sed sensatos y sobrios para daros a la oración". La prudencia es la "regla recta de la acción", escribe Santo Tomás, siguiendo a Aristóteles. No se confunde ni con la timidez ni con el temor, ni con la doblez ni con la disimulación. Es llamada "auriga virtutum": Conduce las otras virtudes indicándole regla y medida. Es la prudencia quien guía directamente el juicio de conciencia. El hombre prudente decide y ordena su conducta según este juicio. Gracias a esta virtud aplicamos sin error los principios morales a los casos particulares y superamos las dudas sobre el bien que debemos hacer y el mal que debemos evitar.

Según San Agustín la prudencia es: Cognitio rerum appetendarum, et fugiendarum. Su objeto formal no es asignar su fin a las virtudes morales, sino lo que conduce para el, esto es; como y porque medios tocara el hombre el de la razón. Y así el objeto formal de la prudencia es aquella honestidad peculiar que se halla en dictar,

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