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Los Valores

jesusale1junio25 de Abril de 2015

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¿QUÉ SON LOS VALORES?

Autor: Bernabé Tierno

Cuando se oye hablar de valores, muchos se preguntan, entre asombrados y escépticos, “¿Pero qué son los valores? ¿Acaso existen con realidad propia, o son más bien creación de nuestra febril fantasía?

Les parece a algunos que, al hablar de los valores, estamos reclamando a la existencia todo aquel mundo de esencia o de ideas platónicas que el filósofo ateniense se esforzaba en privilegiar como auténtica realidad, fundamento y consistencia de todo cuanto existe, ideas externas, realidades ideales en un mundo que él soñaba anclado por encima de los altos cielos.

Más sencillamente, nosotros creemos, por el contrario, que no existen los valores como realidades aparte de las cosas o del hombre, sino como la valoración que el hombre hace de las cosas mismas. Los valores no son ni meramente objetivos ni meramente subjetivos: sino ambas cosas a la vez: el sujeto valora las cosas, y el objeto ofrece un fundamento para ser valorado y apreciado. Los valores no existen con independencia de las cosas.

La perspicacia intelectual del hombre ha de servirle para descubrirlos, es decir, saber descifrar por qué una cosa es buena.

Descubrir los valores sólo es posible a quien mira positivamente el mundo, al que previamente ha comprendido que todo lo que existe “existe por algo y para algo”; que cualquier ser, por pequeño que sea, tiene su sentido y su razón de ser, es decir VALE. De modo que podemos llamar BIEN a cualquier a cualquier ser en cuanto es portador de valores. Y podemos designar como VALOR aquello que hace buenas a las cosas, aquello por lo que las apreciamos, por lo que son dignas de nuestra atención y deseo.

FUNCIONALIDAD DE LOS VALORES

El sujeto valora, pues las cosas en función de sus circunstancias especiales, puesto que siempre se encuentra en interacción con el mundo, es decir, con las cosas, los bienes, los valores. El mundo de los valores constituye la puerta de entrada al “mundo de la trascendencia”, puesto que los valores pueden hacer referencia a una realidad meta empírica (realidad no verificable ni por los sentidos ni por la lógica de la razón).

La valoración que hacemos de las cosas no la efectuamos con la sola razón, sino con el sentimiento, actitudes, las obras... con todo nuestro ser.

PEDAGOGÍA DE LOS VALORES

Hablar de “valores humanos” significa aceptar al hombre como el supremo valor entre las realidades humanas. Lo que en el fondo quiere decir que el hombre no debe supeditarse a ningún otro valor terreno, ni familia, ni Estado, ni ideologías, ni instituciones.

En este caso, la acción educativa debe orientar sus objetivos en la ayuda al educando para que aprenda a guiarse libre y razonablemente por una escala de valores con la mediación de su conciencia como “norma máxima del obrar”. Detrás de cada decisión, de cada conducta, apoyándola y orientándola, se halla presente en el interior de cada ser humano la convicción de que algo importa o no importa, vale o no vale. A esta realidad interior, previa a cada acto cotidiano, insignificante o meritorio, la llamamos actitud, creencia, ¡valor!

Los valores reflejan la personalidad de los individuos y son la expresión del tono moral, cultural, afectivo y social marcado por la familia, la escuela, las instituciones y la sociedad en que nos ha tocado vivir.

Una vez interiorizados, los valores se convierten en guías y pautas que marcan las directrices de una conducta coherente.

ACEPTACION DE SI MISMO

El doctor López Herrerías, en su libro El profesor-educador: persona y tecnólogo, cuando presenta el modelo integrado del profesor, insiste de manera especial en la dimensión personal, la que soporta los auténticos valores humanos en que se ha de llevar a cabo la acción educativa. Se refiere a esas tres rarezas: libertad, creatividad y dialogicidad, que en definitiva permiten al hombre ser persona, decidir sobre sí mismo. Estos tres núcleos valorativos que tan acertadamente señala el profesor Herrerías se nutren, activan y proyectan desde el que personalmente considero valor de los valores: la aceptación de sí mismo. Amarse a sí mismo es la decisión más importante que debe tomar todo ser humano a cada instante, en todas las etapas de su vida, tanto en la infancia como en la ancianidad. El problema radica en que aceptarse y amarse a sí mismo exige aprendizaje, nos lo han de enseñar desde la cuna y debemos seguir aprendiéndolo a lo largo de toda nuestra existencia.

La aceptación de sí mismo está en constante interacción y retroalimentación por vasos comunicantes con la libertad, creatividad y actitudes dialogantes.

Es en el propio hogar donde se inicia la aceptación de uno mismo y son los padres quienes deben estar atentos a considerar, alabar y reconocer en cada uno de sus hijos las cualidades, aptitudes y destrezas que se manifiestan de una manera más destacada. Que cada persona se sienta importante, reconocida y alabada por algo es fundamental para lograr ese nivel mínimo de autoestima durante los años de la infancia y de la adolescencia.

Las descalificaciones constantes, las burlas y los sarcasmos, el dejar públicamente en ridículo a un niño ante sus hermanos o ante sus compañeros de clase jamás favorecerán la auto-aceptación y el desarrollo de una personalidad equilibrada y madura. Por el contrario, se irán minando poco a poco los frágiles cimientos de la autoestima, aparecerán los sentimientos de incompetencia, la infravaloración y el obsesivo deseo de aprobación por parte de los demás. El qué dirán, lo que puedan pensar de mí asfixiarán cualquier brote de libertad en el obrar y expresarse y manifestarse libre y autónomamente con actitud crítica.

Las personas que recibieron de sus padres y educadores una dosis suficiente de confianza y seguridad en sus propios valores y aptitudes, acceden pronto a la madurez psíquica y a la auto-aceptación que les permite considerar irrelevantes la aprobación o des-aprobación de los demás. Conocen su propia realidad, sus capacidades y sus limitaciones, y lo que verdaderamente les preocupa es el juicio que merezca para sí mismos, la aceptación de la propia realidad.

LOS CAMBIOS NECESARIOS

“Todos los cambios, aún los más anhelados, tienen su melancolía, pues lo que dejamos es una parte de nosotros mismos; hay que morir a una vida para entrar en otra” Anatole France.

La auto-aceptación conduce directamente a la autoestima. Además, contemplar con serenidad la propia realidad psicofísica y mental nos ayuda a mantener una relación más equilibrada y armónica con nosotros mismos y nos anima y estimula a mejorar y perfeccionar esa realidad. Nadie se sentirá Inclinado a cambiar aquellas cosas cuya realidad niega en sí mismo.

El convencimiento de que “el hombre es siempre el mismo, pero nunca lo mismo”, como decía Goethe, debe llevarnos a considerar a los demás como “realidades vivas”, siempre en tensión hacia el cambio, hacia nuevas fronteras de superación.

No podemos etiquetar al prójimo y dejarle anclado en su pasado como si el cambio no fuera posible.

LO QUE MÁS ME GUSTA:

En mi cuerpo: MI CARA

En mi conducta: COMPORTADA

En mis cualidades intelectuales: TRATO DE COMPRENDER LAS COSAS

En mi carácter: ESCUCHO A LA GENTE

En mis afectos y sentimientos: AMO CON EL CORAZON

En mis relaciones con los demás: LEAL

En mi trabajo: ME GUSTA

En mis estudios:

LO QUE MENOS ME GUSTA:

En mi cuerpo: MIS PIES, MIS MANOS

En mi conducta: MUY SERIA

En mis cualidades intelectuales: QUE ME CUESTA MAS COMPRENDER LAS COSAS

En mi carácter: CORAJUDA

En mis afectos y sentimientos: CONFIADA

En mis relaciones con los demás: SERIA

En mi trabajo: ME CANSO DEMACIADO RAPIDO

En mis estudios: NO DEDICAR EL TIEMPO NECESARIO

LA ALEGRIA DE VIVIR

La paz interior, la armonía y entendimiento con nosotros mismos y la aceptación de la realidad que nos ha tocado vivir preparan el camino hacia esa alegría sublime que pone en paz al hombre consigo mismo y con los demás, y que sólo es posible encontrarla engarzada y asociada a los más nobles sentimientos que anidan en el corazón humano.

La verdadera alegría nace siempre de la bondad de nuestras acciones y de nuestras intenciones. Hacer el bien cada día a aquellos con quienes convivimos o con quien nos encontramos genera constantemente en nosotros gran satisfacción interior que siempre se traduce en verdadera alegría de vivir. La buena conciencia siempre produce alegría. La ciencia de la felicidad justifica la existencia humana, especialmente si descubrimos que buena parte de nuestra alegría hemos de encontrarla en la dicha de ver que nuestra felicidad como el amor es difusiva de sí misma y se incrementa día a día, sin límites, al comprobar que nuestra vida sirve y servirá para traer un poco más de bondad y felicidad al mundo. Decía Ramón Pérez de Ayala. “Gran ciencia es ser feliz, engendrar la alegría, porque sin ella toda la existencia es baldía”.

SUGERENCIAS PARA CONVERTIR LA ALEGRÍA EN HÁBITO

-Elevar el nivel de autoestima del individuo, haciendo que se sienta importante y necesario en la familia, en la escuela, en el grupo de trabajo y, en definitiva, que sea apreciado y tenido en cuenta por los demás.

-Pensar siempre en

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