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OCTAVIO PAZ

ElsaI4 de Octubre de 2013

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Primavera a la Vista

Pulida claridad de piedra diáfana,

lisa frente de estatua sin memoria:

cielo de invierno, espacio reflejado

en otro más profundo y más vacío.

El mar respira apenas, brilla apenas.

Se ha parado la luz entre los árboles,

ejército dormido. Los despierta

el viento con banderas de follajes.

Nace del mar, asalta la colina,

oleaje sin cuerpo que revienta

contra los eucaliptos amarillos

y se derrama en ecos por el llano.

El día abre los ojos y penetra

en una primavera anticipada.

Todo lo que mis manos tocan, vuela.

Está lleno de pájaros el mundo.

El Pájaro

En el silencio transparente

el día reposaba:

la transparencia del espacio

era la transparencia del silencio.

La inmóvil luz del cielo sosegaba

el crecimiento de las yerbas.

Los bichos de la tierra, entre las piedras,

bajo la luz idéntica, eran piedras.

El tiempo en el minuto se saciaba.

En la quietud absorta

se consumaba el mediodía.

Y un pájaro cantó, delgada flecha.

Pecho de plata herido vibró el cielo,

se movieron las hojas,

las yerbas despertaron...

Y sentí que la muerte era una flecha

que no se sabe quién dispara

y en un abrir los ojos nos morimos.

La Rama

Canta en la punta del pino

un pájaro detenido,

trémulo, sobre su trino.

Se yergue, flecha, en la rama,

se desvanece entre alas

y en música se derrama.

El pájaro es una astilla

que canta y se quema viva

en una nota amarilla.

Alzo los ojos: no hay nada.

Silencio sobre la rama,

sobre la rama quebrada

Viento

Cantan las hojas,

bailan las peras en el peral;

gira la rosa,

rosa del viento, no del rosal.

Nubes y nubes

flotan dormidas, algas del aire;

todo el espacio

gira con ellas, fuerza de nadie.

Todo es espacio;

vibra la vara de la amapola

y una desnuda

vuela en el viento lomo de ola.

Nada soy yo,

cuerpo que flota, luz, oleaje;

todo es del viento

y el viento es aire siempre de viaje.

Elegía Interrumpida

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.

Al primer muerto nunca lo olvidamos,

aunque muera de rayo, tan aprisa

que no alcance la cama ni los óleos.

Oigo el bastón que duda en un peldaño,

el cuerpo que se afianza en un suspiro,

la puerta que se abre, el muerto que entra.

De una puerta a morir hay poco espacio

y apenas queda tiempo de sentarse,

alzar la cara, ver la hora

y enterarse: las ocho y cuarto.

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.

La que murió noche tras noche

y era una larga despedida,

un tren que nunca parte, su agonía.

Codicia de la boca

al hilo de un suspiro suspendida,

ojos que no se cierran y hacen señas

y vagan de la lámpara a mis ojos,

fija mirada que se abraza a otra,

ajena, que se asfixia en el abrazo

y al fin se escapa y ve desde la orilla

cómo se hunde y pierde cuerpo el alma

y no encuentra unos ojos a que asirse...

¿Y me invitó a morir esa mirada?

Quizá morimos sólo porque nadie

quiere morirse con nosotros, nadie

quiere mirarnos a los ojos.

...

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