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Of Money, David Hume

juaninti2 de Septiembre de 2013

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DISCURSO TERCERO

SOBRE EL DINERO

El dinero, hablando con propiedad, no es una mercancía, y sí solo un instrumento para el negocio; por unánime consentimiento han convenido los hombres en que sirva para facilitar el cambio de un género por otro. No es propiamente la rueda que hace andar al comercio, sino el unto viejo que se da a la rueda, para que voltee con más viveza y facilidad. Si consideramos a cada reino en sí mismo, es evidente que la mayor o menor cantidad de dinero no es de gran consecuencia, puesto que el precio de las cosas se proporciona siempre a la cantidad de dinero, de tal manera que en el reinado de ENRIQUE VII, se hacía tanto con un escudo como hoy con una libra esterlina. Solo el estado es a quien trae cuenta la abundancia de dinero, ya en las guerras, ya en las negociaciones con las potencias extranjeras. Esta es la razón porque todos los estados ricos y comerciantes desde Cartago hasta la Inglaterra y la Holanda inclusivamente, se han valido de las tropas mercenarias que les suministraban sus vecinos indigentes. Si se hubieran servido de sus súbditos naturales, hubieran hallado menos ventajas en la superioridad de sus riquezas y de la cantidad de oro y plata que poseían; puesto que la paga de un hombre que sirve al público debe proporcionarse siempre con la opulencia pública. Nuestro pequeño ejército de veinte mil hombres nos cuesta tanto como un ejército tres veces más numeroso a la Francia. La armada Inglesa en la última guerra necesitaba tanto dinero para mantenerse, cuanto exigieron en tiempo de los Emperadores todas las Legiones Romanas que subyugaron el mundo entero. [1]

La cantidad de pueblo y de industria son dos cosas ventajosas en toda, especie de caso, tanto para dentro como para fuera, para el particular y para el público; pero el dinero tiene un uso muy limitado, y su demasiada abundancia puede perjudicar a una Nación en su comercio con los extranjeros.

Parece que hay en los negocios de este mundo un concurso dichoso de causas, que oponen obstáculos al acrecentamiento excesivo del comercio y de las riquezas, e impiden que se concentren en una sola Nación. Una vez que un pueblo se haya adelantado a otro en el comercio, es muy difícil a este último reconquistar el terreno que ha perdido; porque el primero siempre tiene la ventaja de la industria y la habilidad, y porque sus mercaderes estando mejor surtidos de mercaderías pueden venderlas con mucha menor ganancia; pero esta ventaja también se contrapesa con el bajo precio de la mano de obra en todo país que no tiene un comercio muy extendido, ni una abundancia considerable de oro y plata. Esta es también la razón porque las manufacturas van mudando poco a poco de lugar, abandonando las regiones y provincias que han enriquecido, y se refugian a otras a donde las atrae la baratura de los géneros. En general puede decirse que el precio subido de las cosas que proviene de la abundancia de dinero es una desventaja que ordinariamente acompaña a un comercio sólidamente establecido, y que le fija límites en todos los países, poniendo a una Nación más pobre en estado de dar más barato el género que una Nación rica, en las ventas al extranjero.

Estas consideraciones me hacen dudar mucho de la utilidad de los Bancos y de los billetes de crédito, que se tienen por tan ventajosos en todas las Naciones. Bajo muchos respectos es inconveniente el que los géneros y la mano de obra se encarezcan con el aumento del comercio y la abundancia de la plata; pero es un inconveniente inevitable, y es el efecto natural de la opulencia y de la prosperidad, que son el objeto de todos nuestros deseos. Además se halla bien compensado con las ventajas que sacamos de poseer este precioso metal, y con la influencia que da a la Nación en las guerras y en las negociaciones extranjeras. Parece que no puede haber razón alguna que obligue a aumentar este inconveniente con una especie de moneda falsa, que los extranjeros no recibirán, y que será reducida a cero al primer desorden que haya en el Estado. Es bien cierto, lo confieso, que en todos los Estados ricos hay gentes que teniendo gruesas sumas en especie, preferirán el papel (mediante la seguridad conveniente), por ser más fácil de transportar y de guardar. Sino hay banco público, los banqueros particulares no omitirán valerse de esta coyuntura, como los plateros lo practicaban antes en Londres, y como lo hacen actualmente los banqueros en Dublín. Esta es la razón por que vale más, según mi dictamen, el que una sociedad pública goce del beneficio de los billetes de crédito, que siempre tendrán curso en todo Reino opulento. Pero el aumentar artificiosamente esta especie de crédito nunca puede convenir a los intereses de alguna Nación comerciante. Por el contrario es necesario creer que de ahí resulta un perjuicio, porque aumenta las especies más de lo que requiere su proporción natural con la mano de obra y con los géneros, y sube por este medio el precio de estas dos cosas al mercader y al manufacturero. Convengamos no obstante en que no habría cosa más útil que un banco que guardase como en depósito toda la plata que recibiese, sin aumentar jamás las especies circulantes, haciendo entrar en el comercio una parte de su tesoro, como se practica ordinariamente. Con este medio un banco público cortaría de raíz todos los fraudes de los banqueros particulares y cambiadores.

Es cierto que los salarios de los directores, tenedores de libros y cajeros de este banco cargarían enteramente sobre el estado, puesto que adoptándose nuestro supuesto no se cometerían en él fraudes, ni por consiguiente resultarían utilidades para ellos; pero la ventaja que la Nación sacaría del bajo precio de la mano de obra y la destrucción de los billetes de crédito, serian una indemnización suficiente. Omito ahora decir el que un acopio de plata que se tendría siempre, digámoslo así, en la mano, facilitaría grandes recursos en las necesidades urgentes del estado y en las calamidades públicas, y podría reemplazarse poco a poco en tiempo de paz y de prosperidad.

Pero en otra parte hablaremos más a la larga de los billetes de crédito, y entre tanto concluiremos este ensayo sobre el dinero con dos observaciones que propondremos y explicaremos, y que acaso servirán para que se ocupen las especulaciones de nuestros políticos; porque siempre son estos señores los sujetos a quienes me dirijo aquí, y a quienes llamo en mi auxilio: no acomodándose con mi humor el que además de estar expuesto al ridículo afecto por lo común al carácter de filósofo en este siglo, me motejen también de proyectista.

I. ANACHARSIS EL ESCITA, que nunca había visto dinero en su país, decía burlándose, que le parecía que el oro y la plata no servían a los Griegos más que para contar y cifrar [2]. Efectivamente se ve con claridad que el dinero no es otra cosa que la representación del trabajo o de las cosas necesarias a la vida, o un modo de tasar y estimar estas cosas. El país en que las especies son más abundantes, necesita mayor cantidad para representar la misma cantidad de bienes que se hallan en otro país donde es más raro el dinero. De aquí se sigue que considerada una Nación en sí misma, esta mayor abundancia de dinero no decide de su mal o bienestar; así como importa poco el que los libros de un mercader, en lugar de cifras Árabes que piden pocos caracteres, estén escritos en cifras romanas, que requieren muchos más. Hay otra razón, y es que la abundancia de especies semejante a las cifras romanas, es muy embarazosa e incómoda, y más difícil de guardar y de transportar. Pero a pesar de esta consecuencia, y en cuya exactitud es necesario convenir, es constante que después del descubrimiento de las minas de la América, la industria se ha acrecentado en todos los reinos de Europa, exceptuando los poseedores de estas minas; lo cual debe atribuirse a otras razones diversas del aumento del oro y de la plata. Así es que vemos que en cada reino donde empieza a correr la plata en mayor abundancia que antes, todas las cosas toman un nuevo aspecto; el trabajo y la industria dan con que vivir; el mercader emprende muchos negocios; el manufacturero se hace más diestro e inteligente; y hasta el arrendador cultiva la tierra con mas alegría y mas atención. No es fácil dar la razón de esta diferencia si consideramos la influencia que tiene en este mismo reino la mayor abundancia de especies, subiendo el precio de los géneros, y obligando a cada uno a pagar un número mayor de esas piezas pajizas o blancas para tener lo que desea. Respecto al comercio con el extranjero parece cierto que la grande abundancia de dinero es una desventaja, puesto que hace levantar el precio de toda especie de mano de obra.

Para dar razón de este fenómeno es necesario considerar que aunque la subida de los géneros es una consecuencia necesaria de la multiplicación de las especies de oro y plata, no es con toda la consecuencia inmediata. En efecto, se necesita tiempo para que las especies circulen con abundancia de un extremo a otro del Estado, y penetren todas sus partes tanto específicas como individuales. Al principio no se nota alteración sensible; ahora se encarece este género, y después aquel, y así se va por grados hasta que la totalidad haya llegado a una justa proporción con la nueva abundancia de especies que se halla en el reino. Según mi modo de pensar solo en el intervalo o circunstancia intermedia entre la adquisición de la opulencia y la alza de precio de las cosas, es favorable a la industria la multiplicación de las especies de oro y plata. Cuando cierta cantidad de dinero se introduce en una Nación, no se distribuye prontamente en muchas manos, sino que permanece confinada en los cofres de algunas personas que

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