Salinismo
guaguasebas16 de Mayo de 2013
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Nueva Sociedad Nro. 152 Noviembre-Diciembre 1997, pp. 78-92
La revolución salinista.
La crisis de la tecnocracia en México
Miguel Angel Centeno
Miguel Angel Centeno: profesor asociado de Sociología y la Maestría del Wilson College
en la Universidad de Princeton. Tiene publicaciones sobre política mexicana y el proceso de
transición en América Latina y Europa oriental.
Palabras clave: tecnocracia, salinismo, PRI, sistema político, México.
Resumen:
Este ensayo analiza la caída del «salinato» en México. Aunque Carlos Salinas
de Gortari pudo revolucionar la economía y política mexicana, no trató de
cambiar la estructura social. Esa decisión no permitió que la reforma
tecnocrática tuviera un base sólida con la cual empezar una verdadera
modernización del país. Aunque tuvo bastante éxito con algunos aspectos de
la economía, la administración de Salinas tuvo que mantener un equilibrio
político frágil y no pudo y no quiso atacar el problema de la miseria y la
desigualdad. Pero, a despecho de estos límites, la llamada revolución
tecnocrática tiene y tendrá un legado importante.
Cuando estaba terminando la versión final de un libro sobre las elites
mexicanas y su «revolución tecnocrática», en la primavera de 1993, estuve
buscando alguna floritura retórica que indicara mi pesimismo sobre el destino
final de la revolución tecnocrática de Salinas1. Por algunos minutos hasta
consideré preguntar si sería posible que hubiera «un joven Zapata esperando
en las selvas de Chiapas». No tenía absolutamente ninguna razón empírica
valedera para hacerlo, simplemente me pareció que sonaba adecuadamente
dramático. Entonces decidí que un final de este tipo sería demasiado
sensacional: el sexenio de Salinas no iba a terminar con un cataclismo.
Aunque puede que a veces lamente haber perdido esa oportunidad de ganar
fama de oráculo, en realidad no me habría gustado pretender que podía
predecir lo que pasó en México durante los tres años siguientes. La caída de
Carlos Salinas fue tan abismal y continua que no se puede culpar a ningún
conjunto particular de causas o acontecimientos. Lo sucedido tomó totalmente
por sorpresa hasta a quienes pensábamos que iba a pasar algo. Muchos
preveían que los sacrificios soportados por la mitad más pobre de la población
1 Con mi agradecimiento a Wayne Cornelius por sus valiosos comentarios.
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mexicana terminarían en algún tipo de revuelta urbana que obligaría al gobierno
a cambiar sus políticas. En lugar de eso un ejército guerrillero organizado,
dirigido por restos de la virtualmente olvidada izquierda militante mexicana, puso
en jaque al gobierno desde una base en uno de los estados «seguros» del PRI.
En 1994 no hubo uno, sino varios estallidos en México. En enero, Chiapas; en
febrero la amenaza de Manuel Camacho de dividir el partido; en marzo, el
asesinato del candidato presidencial Luis Donaldo Colosio. Con todos esos
acontecimientos la revolución tecnocrática perdió la pátina de paz que había
disimulado la naturaleza radical de los cambios emprendidos. Como una
repetición espeluznante de la primera mitad del año, todo estalló nuevamente
después de las elecciones nacionales de agosto de 1994. Primero el asesinato
de José Francisco Ruiz Massieu. Después las acusaciones de su hermano de
que el PRI estaba involucrado tanto en el crimen como en el encubrimiento. Y
finalmente, en diciembre, signos de violencia renovada en Chiapas seguidos
por la caída del peso mexicano.
Que el «salinato» casi lograra sobrevivir a ese año es un testimonio de la
astucia política del presidente y de las profundas raíces institucionales de su
reforma macroeconómica. Incluso después de la revuelta inicial en Chiapas, y
del asesinato de Colosio, Salinas todavía tenía suficiente poder interno y
prestigio público para imponer su propio candidato en el PRI y para ayudarlo a
ganar una elección mayormente limpia –si bien desleal– en agosto de 1994. E
incluso después del homicidio de Ruiz Massieu y del escándalo creciente
asociado con la investigación de los asesinatos políticos, Salinas salió del
poder con su lugar en la historia aparentemente bien asegurado y todavía con
un posible empleo en la OMC. Lo que hundió el salinato no fue la oposición de
los que habían perdido más con la revolución tecnocrática, sino el pánico de los
inversionistas extranjeros que Salinas había cortejado tanto. Algunos de
nosotros pensamos que el proyecto de Salinas sería desafiado en barrios
pobres como Chalco o Ciudad Nezahualcóyotl, pero nadie se imaginó que lo
derrotaría Wall Street. Salinas cayó por una bizarra alianza casual: el
enmascarado Marcos y los igualmente anónimos negociantes de la bolsa
mundial. Nadie podía haber previsto una combinación así, y es evidente que
conmocionó a Salinas. ¿Fue el salinato la víctima de alguna broma cósmica
destinada a expiar la arrogancia del ex-presidente?¿Fue Salinas simplemente
la víctima de una racha espectacular de mala suerte? ¿Qué tan conciente
estaba Salinas de los riesgos inherentes de algunas de sus decisiones claves
en política económica? ¿Dejó cínicamente esos problemas peliagudos en la
puerta de su sucesor, para proteger su propia imagen? En las páginas
siguientes voy a sostener que las debilidades del salinato estaban muy claras
desde el principio: una serie de contradicciones económicas, políticas y
sociales que los tecnócratas se negaron a reconocer, para no hablar de
resolver. Durante unos pocos anos el sistema fue capaz de subliminar esos
conflictos, pero cuando el esfuerzo se volvió excesivo no pudo seguir viviendo
con las múltiples contradicciones del proyecto tecnocrático.
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Sin embargo, la espectacular caída del salinato no debe impedirnos ver sus
legados, sumamente concretos, Como en la mayoría de las revoluciones,
muchos de los protagonistas fallecieron, están desacreditados o en el exilio, y
quizá la ideología rectora original está más silenciada; pero para bien o para
mal la revolución neoliberal dejó un México diferente.
Transformando la economía
El colmo de la ironía en el caso del salinato es que en parte cayó por errores de
examen final sobre macroeconomía intermedia. ¿Cómo es posible que tantas
cosas salieran tan mal, tan rápidamente? Ciertamente el sexenio comenzó
bastante bien. Después del colapso del milagro en 1968, del populismo de
Echeverría a principio de los 70 y del boom petrolero una década más tarde, los
mexicanos habían abandonado las esperanzas de encontrar un modelo
económico que conjugara crecimiento económico y baja inflación. Después de
1988, el Pacto diseñado e implementado por el equipo de Salinas dio la
impresión de estar funcionando. Si bien el crecimiento económico no era
extraordinario (un promedio del 3% anual y per capita virtualmente uniforme
durante el sexenio), parecía que se había controlado la inflación (un promedio
de menos del 15% anual). Quizá lo más importante es que había un
convencimiento generalizado de que la economía había mejorado, y un
optimismo considerable sobre el futuro bajo el Tican. Salinas cuando menos
había convencido a los mexicanos de que se aproximaban tiempos mejores2.
La estrategia económica era engañosamente simple. México iba a atraer
grandes cantidades de capital internacional (incluyendo parte de los 50.000
millones de dólares que escaparan del país durante las décadas de los 70 y los
80), y ese capital por un lado ayudaría a disminuir la carga de la deuda, y por el
otro se invertiría en nuevas empresas productivas. La clave del esquema estaba
en ofrecer estabilidad monetaria e incentivos económicos como mano de obra
barata y acceso a los mercados. Para garantizar lo primero se redujeron
radicalmente los presupuestos públicos –produciendo los primeros superávits
de explotación de México en décadas– y se vinculó el peso al dólar. Para lo
segundo fue necesario abrir la economía mexicana al comercio mundial (y
garantizar la reciprocidad). Obviamente el Tlcan era el toque maestro, pues le
prometía a los inversionistas el acceso al mercado consumidor más rico del
mundo. En gran parte la política tuvo éxito. Durante los primeros años de la
década de los 90 entraron en México cantidades masivas de capital.
Como lo sabemos ahora muy bien, esa estrategia era peligrosa. Mantener la
paridad con el dólar condujo a un peso sobrevaluado3, y lógicamente estimuló
2 Jorge I. Domínguez y James A. Mccann: Democratizing Mexico. Public Opinion and Electoral
Choices, Johns Hopkins University Press, Baltimore, MD, pp. 126-130.
3 También incentivó esa política la fijación del equipo económico en el control de la inflación y
la necesidad política de defender el mayor triunfo económico del gobierno.
4
un consumo excesivo de bienes importados mientras
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