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Sucedió En Otoño Lisa Kleypas


Enviado por   •  5 de Marzo de 2013  •  2.586 Palabras (11 Páginas)  •  362 Visitas

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Sucedió En Otoño

Lisa Kleypas

Resumen:

Cuatro jovenes damas se introducen en la sociedad londinense con un objetivo prioritario: utilizar todos los ardides y artimañas femeninos a su alcance para encontrar marido. Así pues, forman un equipo: las Wallflowers. Ésta es la historia de una de ellas..... Sucedio en un baile.... Inteligente, irrespetuosa e impulsiva, Lillian Bowman comprendió rápidamente que sus costumbres americanas no eran recibidas con simpatía por la sociedad londinense. Y el que más las desaprobaba era Marcus, Lord Westcliff, un insufrible y arrogante aristócrata que, por desgracia, tambien era el soltero más codiciado de la ciudad.

Sucedio en un jardin.... Allí Marcus la estrechó entre sus brazos y Lillian se sintió consumida por la pasión hacia un hombre que ni siquiera le caía bien. El tiempo se detuvo; era como su bi existieran mas que ellos dos... Y casi los atrapan en esa actitud tan escandalosa. Sucedio en otoño....Marcus era un hombre que controlaba sus emociones, un paradigma de aplomo. Con Lillian, sin embargo, cada caricia suponía una exquisita tortura, cada beso una invitación a buscar más- Pero ¿como podría considerar siquiera tomar como su prometida a una mujer tan manifiestamente inapropiada?.

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Stony Cross Park, Hampshire

—Han llegado los Bowman —anunció lady Olivia Shaw desde la entrada del estudio, donde su hermano mayor estaba sentado tras su escritorio en medio de un montón de libros de contabilidad.

El sol del atardecer se colaba a través de las enormes ventanas rectangulares de cristal tintado, que eran la única ornamentación de una estancia cuyas paredes estaban cubiertas con paneles de pali¬sandro.

Marcus, lord Westcliff, levantó la vista de su trabajo con un si¬niestro ceño fruncido que unió sus cejas por encima de los ojos color café.

— ¿Que empiece el caos... —musitó.

Livia se echó a reír.

—Supongo que te refieres a las hijas. En realidad no son tan ma¬las, ¿verdad?

—Son peores —afirmó Marcus de forma sucinta; su ceño se acentuó todavía más cuando vio que la pluma que había olvidado entre sus dedos acababa de dejar una enorme mancha de tinta en la, hasta ese momento, inmaculada columna de números—. No he co¬nocido dos jóvenes tan maleducadas en toda mi vida. Sobre todo, la mayor.

—Bueno, son americanas —señaló Livia—. Sería justo que go¬zaran de cierta flexibilidad, ¿no te parece? No se puede esperar que conozcan cada uno de los complejos detalles de nuestra intermina¬ble lista de reglas sociales...

—Puedo permitirles cierta flexibilidad con los detalles —inte¬rrumpió Marcus de forma cortante—. Como bien sabes, no soy el tipo de hombre que se quejaría por el ángulo impropio del dedo meñique de la señorita Bowman al coger la taza de té. Lo que no puedo pasar por alto son ciertos comportamientos que se encon-trarían inaceptables en cualquier rincón del mundo civilizado.

« ¿Comportamientos?» Vaya, aquello se estaba poniendo inte¬resante. Livia se adentró en el estudio, una habitación que solía re¬sultarle de lo más desagradable debido a lo mucho que le recordaba a su difunto padre.

Ningún recuerdo del octavo conde de Westcliff era agradable. Su padre había sido un hombre frío y cruel que parecía absorber todo el oxígeno de una habitación cuando entraba. No había nada ni nadie que no hubiera decepcionado al conde en vida. De sus vás¬tagos, tan sólo Marcus se había aproximado a sus elevadas expecta¬tivas, ya que, sin importar lo imposibles que fueran sus requerimientos o lo injustos que resultaran sus juicios, Marcus jamás se había quejado. Livia y Aline admiraban a su hermano mayor, cuyo esfuerzo constante por alcanzar la excelencia lo había conducido a obtener las más altas calificaciones en la escuela, a romper todas las marcas en sus deportes preferidos y a juzgarse con más dureza de lo que lo habría hecho nadie. Marcus era un hombre que sabía mon¬tar a caballo, bailar una contradanza, dar una conferencia sobre una teoría matemática, vendar una herida y reparar la rueda de un ca¬rruaje. No obstante, ninguna de su vasta colección de habilidades había merecido nunca una felicitación por parte de su padre.

Al volver la vista atrás, Livia se dio cuenta de que la intención del anterior conde debía de haber sido eliminar cualquier vestigio de amabilidad o compasión que poseyera su hijo. Y, al parecer, duran¬te una época lo había conseguido. Sin embargo, tras la muerte de su progenitor, cinco años atrás, Marcus había demostrado ser un hom¬bre muy diferente al que se suponía que debía ser. Livia y Aline habían descubierto que su hermano mayor nunca estaba demasiado ocupado para escuchadas; sin importar lo insignificantes que le parecieran sus problemas, siempre estaba dispuesto a ayudar. A decir verdad, era comprensivo, cariñoso e increíblemente atento; lo cual no dejaba de ser un milagro si se tenía en cuenta que la mayor par¬te de su vida había transcurrido sin que nadie le demostrara esas cualidades.

Aparte de todo lo dicho, también había que admitir que Marcus era un poco dominante. Bueno... muy dominante. Cuando se trataba de aquellos a quienes amaba, el actual conde de Westcliff no mostraba reparo alguno en manipularlos para que hicieran lo que él consideraba que era mejor. Ésa no era una de sus virtudes más encantadoras. Y si Livia se viera obligada a ahondar en sus defectos, también tendría que admitir que Marcus poseía un molesto con¬vencimiento acerca de su propia infalibilidad.

Con una sonrisa cariñosa dirigida a su carismático hermano, Li¬via se preguntó cómo podía adorarlo de esa manera cuando se parecía tanto a su padre en el aspecto físico. Marcus poseía los mismos rasgos severos, la frente ancha y la boca de labios finos. Tenía el mismo cabello abundante y negro como el ala de un cuervo; la misma nariz amplia y prominente; y la misma barbilla, pronunciada y te¬naz. La combinación resultaba más impactante que hermosa... pe¬ro era un rostro que atraía con facilidad las miradas femeninas. Al contrario que sucedía con los de su padre, en los atentos y oscuros ojos de Marcus solía brillar una chispa de humor y poseía una par¬ticular sonrisa que permitía que sus blanquísimos dientes iluminaran su atezado rostro.

Al ver que Livia se acercaba, Marcus se reclinó en el sillón y en¬trelazó los dedos de ambas manos sobre el vientre. En deferencia al calor tan poco usual para una tarde

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