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Mona Lisa


Enviado por   •  8 de Septiembre de 2014  •  1.501 Palabras (7 Páginas)  •  227 Visitas

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Una novedad bibliográfica circula en librerías. Se trata del libro de Eulalio Ferrer Rodríguez titulado Da Vinci y la Mona Lisa, publicado por el Fondo de Cultura Económica, donde el escritor aborda la génesis de esa célebre obra de Leonardo da Vinci. El propio autor seleccionó este fragmento para los lectores de La Jornada

Es imposible hablar de Leonardo sin hablar extensamente de la Mona Lisa, su obra más célebre, la encarnación más completa de su genio universal. Y es que si Leonardo es el personaje más representativo del Renacimiento, la Mona Lisa es, a su vez, la obra más representativa de Leonardo. En ella –un espacio mínimo de 77 por 53 centímetros– se concentra la máxima fama de una pintura. La notoriedad del pintor aumentó, sin duda, la de la obra. Pero, a la vez, el aura de la obra ha contribuido decisivamente a aumentar la del pintor. La tabla que sostiene el retrato ha comenzado a deteriorarse y los colores que le dan vida han sido ensombrecidos por las capas de barniz, pero la Mona Lisa ha mantenido inctactos los valores que la han inmortalizado como una de las más puras representaciones del arte renacentista. Su fama no es un producto circunstancial o accidental; en ella han concurrido todos los elementos y resortes que suelen asegurar una consagración.

Una larga estela de juicios encomiásticos acompaña la plena gloria del retrato de la Mona Lisa. Paul Valéry piensa que su belleza está conseguida desde dentro, “trabajando la carne célula por célula”. René Huyghe considera que la Mona Lisa es el retrato de una esfinge situada fuera del tiempo, filtrada por la fascinación. André Malraux piensa que es el más bello retrato del mundo. Es una mujer envuelta en la miel oscura de sus ropas, según Luisa Sofovich. Para Ortega y Gasset es una imagen voluptuosa y melancólica a la vez. Gombrich advierte que piensa por sí misma: “Como un ser vivo, parece cambiar ante nuestros ojos y mirar de manera distinta cada vez que volvemos a él”. Odilón Redón emite un juicio definitivo en el año de 1911: “La Gioconda está consagrada. Durante cuatro siglos ha recibido el homenaje de la admiración de todos los maestros”. De las más variadas formas se afirma una y otra vez que la Mona Lisa es una imagen excitante en su doble reflejo de ternura y altivez, llena de sinuosidades, fuente que irradia misterio y seducción.

De modo irónico, la propia fama del retrato –como el tiempo, los descuidos o la suciedad– ha sido una de las más insidiosas causas de su deterioro: la celebridad la ha cubierto con un espeso velo. Su gloria como símbolo y su éxito como fenómeno de masas han remplazado a la obra de arte, su composición, sus elementos expresivos, su historia como simple retrato de una dama florentina. Para hablar primero de la Mona Lisa como icono cultural es necesario, entonces, hablar primero de la Mona Lisa como lienzo. Con suerte, esta mirada limpia nos permitirá, en palabras de Cécile Scailliérez, redescubrir con nuevos ojos todo lo que en ella hay de excepcional.

Como suele ocurrir con los acontecimientos que se convierten en mitos, las versiones del origen de este encargo pictórico de Leonardo no son coincidentes. La más generalizada, sin embargo, es la establecida por Giorgio Vasari: un noble florentino, próspero fabricante de telas, llamado Francesco Zanobi del Giocondo, se entrevistó con Leonardo para pedirle que pintara a su tercera esposa, la guapa napolitana Lisa Gherardini. Leonardo cobró por anticipado, según su costumbre, y se dice que el Giocondo consideró un honor que el gran maestro pintara a su esposa, sabiendo que dos damas prominentes de la sociedad florentina –Bianca Morella y Margraresa de Mantua– aspiraban a esta preferencia.

El pintor inició la tarea una mañana abrileña de 1503, con la promesa de terminar el cuadro en cuatro semanas, pero en ese lapso apenas concluyó la cara. No serán cuatro semanas, sino cuatro años el tiempo que le llevará la consumación de la obra, pues al mismo tiempo trabajaba en otros proyectos, como el mural de la Batalla de Anghiari y la canalización del río Arno. Refiere Vasari que, mientras retrataba a la Mona Lisa, Leonardo tenía bufones animando su estudio con música y canciones, de modo que el semblante de Lisa pudiera “rehuir esa melancolía que se suele dar en la pintura de retratos”. Fueron cuatro años de recreación en los cuales Leonardo abandonaba y volvía a su obra, cada vez en periodos más espaciados, hasta lograr su propio ideal pictórico:

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