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Volcanes De Nicaragua


Enviado por   •  11 de Marzo de 2013  •  2.449 Palabras (10 Páginas)  •  348 Visitas

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La Ruta de los Volcanes, Sección Occidental

Introducción

Uno de los paisajes más imponentes de entre los muchos que se pueden admirar en Nicaragua es el que regala la Cordillera de los Maribios: Observando desde el Momotombo, en su extremo oriental, hacia el oeste se contempla una sucesión de montañas y volcanes que termina en la península de Cosigüina con el volcán del mismo nombre.

Entre la cordillera y el Océano Pacífico se extiende una suave llanura de unos siete mil kilómetros cuadrados y que consiste en la sección más poblada y desarrollada del territorio comprendido por los departamentos de León y Chinandega. La serenidad del paisaje en un día despejado, subrayada por la ausencia de los ruidos mundanos, puede llegar hasta engañar al observador menos informado: Se encuentra ante una de las secciones más activas del cinturón de fuego del océano pacífico: Seis volcanes que en conjunto han protagonizado cuarenta y nueve eventos (erupciones, terremotos, deslaves, etc.), registrados a partir de la época colonial.

No es una exageración afirmar que la circunstancia socio-política-económica de Nicaragua ha estado y estará ligada, para bien o para mal, a esta cadena de volcanes. Como podrán leer más adelante, las tragedias naturales más tristes de nuestro pueblo se narran alrededor de la dinámica existencia de estos colosos; pero también mucha de la riqueza agrícola del país está directamente relacionada con la misma actividad.

El objetivo de este breve documento es presentar al lector algunos de los elementos fundamentales para desarrollar una guía de turismo que abarque aspectos tan interesantes como los que pueden aportar la geología, ecología, historia y sociología, todos enmarcados en un escenario que el diplomático estadounidense Ephraim Squier, viajero y explorador consumado, calificó como “uno de los más bellos del mundo”.

CAPÍTULO I. Antecedentes Precolombinos

La historia de Nicaragua también se inició con una referencia a la presencia de sus volcanes. Según tradición recogida en 1570 por el fraile Juan de Torquemada en México, los indios náhuatl de Nicaragua eran originarios de la alta región del Anáhuac, de donde fueron expulsados por tribus más aguerridas. En la migración consultaron a sus sacerdotes acerca de la nueva tierra que deberían poblar y éstos les indicaron continuar su camino, hasta encontrar un gran lago con dos cerros redondos en medio. De este modo, en el año 1200 después de Cristo, arribaron y se detuvieron en el actual istmo de Rivas, cuando descubrieron el lago de Nicaragua y los dos volcanes que se levantaban en una de sus islas, como señal de que habían alcanzado la tierra prometida. Llamaron Ometepe (“los dos cerros”) a la isla y Nic-Anáhuac, (Nicaragua en español), al territorio encontrado, palabra que se traduce por “hasta aquí (llegamos) del Anáhuac”.

Las culturas precolombinas que encontraron los conquistadores en este país, en especial los Nicaraos, Chorotegas y Maribios, se asentaron a lo largo del corredor volcánico-lacustre. No obstante el temor que les infundían las erupciones volcánicas, no dudaron en asentarse a la orilla de los lagos y al pie de los volcanes, seguramente para aprovechar tanto el agua como los ricos suelos volcánicos de dicho corredor. En el plano espiritual, los indígenas consideraron los volcanes como dioses tutelares.

CAPÍTULO II. Los Últimos Quinientos Años

El cronista Gonzalo Fernández de Oviedo, que vivió en León Viejo en el tiempo de la conquista española, fue el primero en describir con algún detalle e ilustrar los volcanes nicaragüenses, a la vez que registró las creencias supersticiosas y tradiciones que los indígenas tenían sobre estas montañas de fuego y humo.

Durante el período colonial el Momotombo (palabra que es una contracción y corrupción de la frase momoloca-tzon-pol, que en náhuatl significa “gran cumbre hirviente”) manifestó periódicas erupciones, haciendo caer sus cenizas sobre la población española de León Viejo, la cual quedó abandonada en forma definitiva a consecuencia de un terremoto que tuvo lugar en 1610. Las erupciones del volcán fueron un preludio de la tragedia sísmica, “un castigo de Dios” según los moradores de León, por haber los hijos del gobernador Rodrigo de Contreras asesinado a puñaladas al obispo Antonio Valdivieso medio siglo antes de presentarse el sismo.

Durante los restantes siglos coloniales algunos volcanes como San Cristóbal, Telica y el mismo Momotombo mostraron repetidas evidencias de actividad, pero ninguna manifestación volcánica ocurrida en el continente americano en la época histórica testimoniada ha sido tan portentosa como la gran erupción del volcán Cosigüina en enero de 1835, el cual se levanta en el extremo occidental de Nicaragua, en una península que se adentra en el golfo de Fonseca. Durante esa explosión, acompañada por retumbos, truenos y movimientos terráqueos, la mitad del cono voló por los aires totalmente pulverizado y una espesa nube de cenizas candentes tornó el día en noche por las siguientes 90 horas en los pueblos de Nicaragua, Honduras y El Salvador situados en el contorno del golfo

Cuando la erupción terminó, pocos días después, la mitad del cono volcánico había desaparecido, dejando en su lugar un inmenso y profundo cráter humeante de 2,000 metros de ancho por 700 de profundidad, donde posteriormente se formó una laguna. Todo el bosque frondoso que existía en la península de Cosigüina quedó arrasado y tumbado por la fuerza de la erupción, sepultado bajo varias toneladas de material volcánico lanzado durante las explosiones, incluyendo dos fincas donde pereció todo el ganado y algunos mozos que cuidaban los animales. El mar quedó cubierto por una capa de pómez flotante por muchas millas a la redonda.

El explorador inglés Robert Glasgow Dunlop, con apreciaciones menos gentiles sobre nuestra tierra y sus gentes, como las que tuvo E. Squier, recoge en su obra “Travels in Central America” la crónica de la tragedia:

“(…) A las seis y media de la mañana del 20 de enero de 1835, los habitantes de Chinandega, León, El Realejo, La Unión (El Salvador), San Miguel (El Salvador), y muchos pueblos de los países vecinos fueron alarmados por una fuerte explosión seguida por la inmediata iluminación del horizonte con una luz amarillenta y por un intenso olor a azufre, a la vez que una fuerte lluvia de fino polvo blanco se colaba por todos lados, haciendo la respiración dolorosa y dificultosa.

Esta situación continuó

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