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Arte Colonial En México

dui.lbdch10 de Octubre de 2012

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Arte Colonial Mexicano

Inmediatamente después de la conquista de México Tenochtitlán, por los españoles, nació un arte colonial, esencialmente religioso que buscaba propiciar la evangelización cristiana de los pueblos conquistados. Este arte colonial también es denominado Novohispano o arte de la Nueva España y reflejó en un inicio los ideales político-religiosos, dentro de la tradición europea.

Sin embargo, paulatinamente, aparecieron elementos indígenas siempre más marcados, hasta el surgimiento de un arte inconfundible, con una trayectoria y proyección propias.

Las primeras iglesias y conventos del siglo XVI son de estilo plateresco; poseen un amplio patio al frente, circundado por muros altos con almenas, al fondo se localiza la iglesia, con capilla abierta para permitir al numeroso pueblo asistir a la ceremonia de la misa. Los primeros conventos hacían las veces de fortalezas debido a la inestabilidad e inconformidad que existía en el pueblo recientemente conquistado.

Las iglesias por lo general tienen una sola nave cubierta con una bóveda de estilo gótico y en las fachadas se pueden apreciar elementos románicos, renacentistas o mudéjares. El retablo principal de las iglesias es de madera tallada y recubierta con hoja de oro, con esculturas estofadas y pinturas al óleo, obviamente de temática religiosa.

Los frailes que acompañaban al ejército conquistador, en su mayoría españoles e italianos, pertenecían a las órdenes franciscana, dominica y agustina. Cada una de estas órdenes construyó en la Nueva España un considerable número de conventos con características propias acordes a las normas de cada orden religiosa.

Los franciscanos construyeron en el siglo XVI más de cuarenta obras arquitectónicas: Representa el prototipo de los conventos de la Orden el de Tepeaca, sobre todo por su arcaísmo y por su traza de verdadero templo-fortaleza. Se singularizan por su belleza los de Tlalmanalco, Huejotzingo, Calpán y Atlixco.

El voto de pobreza de los franciscanos, reflejado durante el siglo XVI en sus templos, resalta el contraste con los agustinos de la misma época, que levantaron colosales obras de ingeniería ricamente ornamentadas, reflejando con exactitud la transición del Gótico al Barroco sin solución de continuidad. Dentro de los veintiún templos agustinos destacan los de Acolman, Actopan, Cuitzeo y Yuriria.

Los dominicos intentaron emular a los franciscanos y agustinos en sus colosales conventos de Tepotzotlán, Oaxaca y Yanhuitlán. Comenzaron a utilizar el crucero, que habría de definir la planta de los templos del siguiente siglo, como la iglesia de Oaxtepec, que presenta en la bóveda nervaduras y arcos apuntados.

El estilo herreriano aparece en la arquitectura de la segunda mitad del siglo XVI, en las catedrales de México, Puebla, Mérida y otras. La catedral de la Ciudad de México, empezada en 1563, siguiendo el proyecto de Claudio de Arciniega, fue terminada siglos después, durante el Neoclasicismo, en el siglo pasado.

En la escultura colonial se pueden encontrar valores ancestrales de la cultura popular mucho más fuertes que en la pintura. Los talladores mestizos e indígenas llevaban en la sangre una tradición basada en la decoración en relieve. Los aspirantes a pintores estaban obligados a asimilar obras europeas, totalmente distintas a las heredadas y, además lograr representaciones objetivas de la realidad. Por eso, en el Arte Colonial, la escultura es más libre y original que la pintura, y sobre todo más americana.

El sello más mexicano durante el desarrollo del plateresco lo dan las aplicaciones y los relieves en la talla de las estructuras funcionales como son las capillas abiertas llamadas "posas" y en las cruces atriales.

Los artistas Alonso Vázquez y Andrés de Concha iniciaron la pintura de caballete en México en pleno auge del plateresco, pero la representación más genuina del periodo corresponde a los frescos de los conventos, la mayor parte en blanco y negro y algunos con color. Son los más valiosos los de San Agustín de Acolman, Huejotzingo, Tepeaca y Actopan.

La llegada a México del pintor flamenco Simón Pereyns (1566-1603) durante el segundo tercio del siglo XVI, inicia el desarrollo de una pintura de caballete de calidad, ejemplarizada en sus óleos de los retablos de Cuernavaca, Malinalco y Huejotzingo.

La yesería policroma, la tintura de almagre y el azulejo, son típicos del Barroco mexicano, que se refleja en un marcado dualismo: por un lado los españoles que construyeron a imitación de las obras de la madre patria, como San Sebastián y Santa Prisca en Taxco, la catedral de Zacatecas, la capilla del Sagrario de la Catedral de la Ciudad de México del español Lorenzo Rodríguez, considerado el iniciador del estilo variante mexicano. Por el otro, la influencia indígena, que se manifiesta en Santa Rosa y Santa Clara en Querétaro, en la fachada de Tepotzotlán y en la Colegiata de Ocotlán.

Otros ejemplos de esta mezcla de arte criollo español y el arte religioso popular mexicano se manifiesta en el Santuario de Tepalcingo, en la iglesia de Santa María Jolalpan y la de San Lucas Tzicatlán, en la Capilla del Rosario de Puebla, en Santo Domingo de Oaxaca, mientras la culminación del estilo poblano popular se encuentra en San Francisco Acatepec y Santa María de Tonantzintla.

La escultura "culta" se había incorporado desde el siglo XVI a la arquitectura en la estatuaria solemne de las fachadas o en el trabajo de los retablos. Se pueden encontrar manifestaciones escultóricas profusamente variadas desde Chihuahua hasta Oaxaca. La figura culminante dentro del trabajo escultórico es Jerónimo de Balbás, llegado a México a principios del siglo XVII, de reconocida fama por la obra del Retablo mayor de la Catedral de Sevilla. El Retablo de los Reyes de la catedral de la Ciudad de México, si no introdujo el signo formal del barroco, en todo caso sirvió de modelo en la proliferación por doquier del estípite.

La expresión escultórica más mexicana está representada tanto en los retablos populares como en la abundante imaginería. Con frecuencia se pueden encontrar también bajorrelieves en los cuales el artista anónimo ha desahogado una real intimidad con lo divino. Constituye un arquetipo el "Nacimiento de la Virgen" en la Capilla del Rosario en Puebla.

La escultura integrada en el ornamento y en la arquitectura se muestra plenamente en Tlacolula. La imaginería popular llena las iglesias de México de extremo a extremo, con singularidades llevadas a lo sublime en los Cristos de caña o en las representaciones tenebristas, como el Cristo en la columna de Taxco.

Simón Pereyns formó buenos discípulos. No obstante la influencia flamenca del maestro Baltasar de Echave Orio (conocido como "el viejo") pintó en México de 1608 a 1650 con un tono español. Otro discípulo de Pereyns, el mexicano Luis Juárez llevó la suavidad a los ángeles rubios, ojos de éxtasis y colores brillantes. Baltasar Echave Ibía, hijo de Echave el Viejo, encontró su expresión en los azules, tanto de los cielos como de sus paisajes. José Juárez, hijo de Luis, abandonó la pintura suave del padre y un tercer Echave, Baltasar de Echave Rioja, amalgama las influencias encontradas de Murillo y de Rubens. Esta confusión de estilos e ideas es aún más representativa en el caso de Pedro Ramírez que imitó en sus pinturas a los estilos de José Juárez, a Ribera y a Rubens.

La pintura europeizante del primer Barroco culmina en la obra de Cristóbal de Villalpando y Juan Correa, ambos pintores fecundos y, tal vez por eso mismo, desiguales en sus respectivas producciones; ambos alternaron una forma de expresión sombría, estática y de tonos oscuros con otra, por contraste, de figuras dinámicas y tonos claros. Ya en pleno siglo XVIII se distinguieron dos pintores de caracteres más diferenciados. José de Ibarra nacido en Guadalajara, conocido como "el Murillo Mexicano", tanto por su habilidad para copiar al maestro como por su parecido físico con él. Miguel Cabrera gozó de tanta fama en vida que su figura polémica es todavía materia de controversia. Fue un buen retratista y es famoso por su retrato de Sor Juana Inés de la Cruz, elaborado sobre otro anterior de mala calidad. La fuerza de la impresión europea fue tanta en México, que no permitió las mínimas expresiones de escuelas mestizas, como las de Cuzco o Potosí.

En los primeros tiempos de la dominación española fueron trasladados a México los estilos arquitectónicos que estaban en vigencia en Europa. Gótico, con o sin acentos mudejares, con o sin agregados platerescos, gótico de transición, renacimiento, neoclásico, se suceden admitiendo poco a poco elementos decorativos y soluciones técnicas mexicanas. El gótico y el renacentista son casi extraños a América, como lo fueron a España.

Las dos construcciones más importantes de la arquitectura hispano-mexicana son la catedral de México y la de Puebla, en las que reconocemos el estilo neoclásico de la época de Felipe III. La iglesia de Santo Domingo de Oaxaca es un ejemplo del barroco español, que llega a México hacia fines del siglo xvi. Es el estilo que predomina, enriquecido con variaciones americanas que lo tipifican.

Aunque la arquitectura religiosa es la más importante en la capital de México y ha caracterizado a

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