Caída Libre
katialuz521 de Abril de 2014
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4. EL FRAUDE DE LAS HIPOTECAS
En el capítulo 4, examina cómo se otorgaron las hipotecas a miles de ciudadanos sin exigirles una garantía. Lo preocupante es que los financieros olvidaron su sensatez y se vieron con decenas de casas devueltas cuando el precio de la hipoteca era mayor que la casa.
CAPÍTULO 4 EL FRAUDE DE LAS HIPOTECAS Las intrigas y la forma de hacer negocios del sector hipotecario en Estados Unidos serán recordadas como el gran fraude de principios del siglo XXI. Tener un hogar en propiedad siempre ha sido un elemento característico del sueño americano, y en realidad una aspiración en todos los lugares del mundo. Cuando los bancos y las compañías hipotecarias estadounidenses empezaron a ofrecer hipotecas baratas, muchas personas se apresuraron a intentar conseguir una parte del pastel[1]. Millones de personas suscribieron hipotecas que no podían permitirse. Cuando los tipos de interés empezaron a subir, esas personas perdieron sus hogares y cualquier capital que hubieran aportado[2]. Este desastre de la vivienda tuvo repercusiones a nivel nacional y en el extranjero. A través de un proceso conocido como titulización, las hipotecas habían sido divididas en tramos, empaquetadas y reempaquetadas, y colocadas a todo tipo de bancos y de fondos de inversión por todo el país. Cuando el castillo de naipes finalmente se desmoronó, se llevó consigo a algunas de las instituciones más venerables: Lehman Brothers, Bear Stearns y Merrill Lynch. Pero las dificultades no se detuvieron en las fronteras de Estados Unidos. Estas hipotecas titulizadas, muchas de ellas vendidas por todo el mundo, resultaron ser tóxicas para bancos y fondos tan remotos como el norte de Noruega, Bahréin y China. En verano de 2007 tuve un encuentro con una gestora de fondos indonesia en una conferencia organizada por el banco central de Indonesia. Estaba conmocionada por las pérdidas y se sentía culpable por haber expuesto a sus clientes al inestable mercado estadounidense. Me explicaba que, dado que estos instrumentos estaban hechos en Estados Unidos, pensó que eran una buena inversión para sus clientes. «El mercado hipotecario estadounidense es muy grande. Nunca pensamos que tendríamos problemas», me dijo. Un riesgo excesivo unido a un endeudamiento excesivo habían creado lo que parecía ser una alta rentabilidad —y fue alta durante un tiempo—. Los responsables de Wall Street pensaron que al reempaquetar las hipotecas y trasladarlas a numerosos inversores, estaban repartiendo el riesgo y protegiéndose a sí mismos. Al repartirse ampliamente el riesgo, podía absorberse fácilmente. Pero titulizar las hipotecas en realidad las hizo más peligrosas. Los banqueros que precipitaron los problemas ahora dicen que no todo fue culpa suya. Dick Parsons, el presidente de Citigroup, ejemplifica el punto de vista de los banqueros: «Aparte de los bancos, había poca supervisión reguladora, se fomentaban los créditos a prestatarios no cualificados y la gente suscribía hipotecas o créditos con garantía hipotecaria que no podían permitirse»[3]. Directivos como Parsons le echan la culpa a los prestatarios por comprar casas que no podían permitirse, pero muchos de esos prestatarios eran financieramente analfabetos y no comprendían dónde se estaban metiendo. Eso es especialmente cierto en
74. el mercado de hipotecas de alto riesgo, que se convirtió en el epicentro de la crisis. Las hipotecas de alto riesgo eran hipotecas concedidas a individuos que estaban menos cualificados que aquéllos a quienes se concedían hipotecas «convencionales», por ejemplo debido a unos ingresos bajos o inestables. Otros propietarios fueron animados por los prestamistas a utilizar sus casas como cajeros automáticos, pidiendo dinero prestado reiteradamente con esa garantía. Por ejemplo, el hogar de Doris Canales estuvo amenazado de embargo después de que refinanciara su casa trece veces en seis años con hipotecas «no-doc» [sin documentación], que exigían poca o ninguna documentación de ingresos o de activos. «Simplemente llamaban y decían: “Oiga, ¿necesita usted dinero en el banco?”. Y yo decía: “Sí, necesito dinero en el banco”», contaba la señora Canales. Muchos de los formularios presentados por los corredores en su nombre falseaban los verdaderos ingresos de la señora Canales[4]. En algunos casos, los resultados fueron literalmente mortíferos[5]. Se produjeron suicidios y rupturas matrimoniales a medida que los prestatarios de todo el país descubrían que los bancos vendían sus casas bajo sus pies. Incluso algunas personas que habían estado al día con sus pagos y sus impuestos vieron cómo sus casas salían a subasta sin su conocimiento. Puede que las dramáticas historias que llenaban los periódicos fueran la excepción, pero tocaban un nervio sensible: actualmente Estados Unidos se enfrenta a una tragedia social además de económica. Millones de estadounidenses pobres han perdido o están perdiendo sus hogares —según una estimación, 2,3 millones sólo en 2008—. (En 2007, hubo ejecuciones de hipotecas contra casi 1,3 millones de propiedades)[6]. El cibersitio de Moody’s, Economy.com, pronosticaba que un total de 3,4 millones de propietarios de viviendas no lograrían pagar sus hipotecas en 2009, y 2,1 millones perderían sus hogares. Se espera que a muchos millones más les ejecuten sus hipotecas de aquí a 2012[7]. Los bancos pusieron en peligro los ahorros de toda una vida de millones de personas cuando les persuadieron para que vivieran más allá de sus posibilidades —aunque en algunos casos indudablemente no hizo falta demasiada persuasión—. Con la pérdida de sus hogares, muchos estadounidenses están perdiendo los ahorros de sus vidas y sus sueños de un futuro mejor, de una educación para sus hijos, de una jubilación con un modesto desahogo. A veces parecía que sólo los soldados rasos —los originadores de las hipotecas que vendían las hipotecas de alto riesgo— tenían alguna sensación directa de culpabilidad, e incluso ellos podían alegar que sólo estaban haciendo su trabajo. Tenían estructuras de incentivos que les animaban a suscribir tantas hipotecas como pudieran. Confiaban en que sus jefes sólo aprobarían las hipotecas si tenían fundamento. No obstante, algunos de los empleados de los niveles inferiores sabían que se avecinaba el peligro. Paris Welch, prestamista hipotecaria de California, escribía a los reguladores estadounidenses en enero de 2006: «Esperen una catástrofe, esperen ejecuciones de hipotecas, esperen historias de terror». Un año después la implosión del mercado de la vivienda le costó su empleo[8]. En última instancia, los instrumentos financieros que los bancos y los prestamistas emplearon para explotar a los pobres fueron también la causa de su propia destrucción. Los extravagantes instrumentos estaban diseñados para sacarle al prestatario todo el dinero posible. El proceso de titulización sostenía unas comisiones ilimitadas, estas comisiones sostenían unos beneficios sin precedentes y los beneficios sin precedentes generaban unas primas inauditas, y todo ello cegó a los banqueros. Puede que
75. sospecharan que era demasiado bueno para ser cierto. Y lo era. Puede que sospecharan que era insostenible —y de ahí la premura para conseguir todo lo que pudieran lo más rápido posible—, y era insostenible. Algunos no fueron conscientes de las víctimas hasta que el sistema se desmoronó. Aunque las cuentas bancarias de muchos altos directivos del sector financiero se han visto enormemente reducidas, muchos han salido beneficiados del caos con millones de dólares (en algunos casos, con cientos de millones de dólares). Pero ni siquiera el hundimiento del sistema moderó la avaricia de los banqueros. Cuando el gobierno aportó a los bancos dinero para recapitalizarse y asegurar el flujo de crédito, por el contrario lo utilizaron para pagarse a sí mismos primas de récord —¡por unas pérdidas de récord!—. Nueve prestamistas que conjuntamente tuvieron pérdidas de 100.000 millones de dólares recibieron 175.000 millones en dinero de rescate a través del TARP, y pagaron casi 33.000 millones en primas, incluyendo más de 1 millón de dólares por cabeza a casi cinco mil empleados[9]. Otra parte del dinero se empleó para pagar dividendos, que supuestamente son un reparto de los beneficios entre los accionistas. En este caso, sin embargo, no había beneficios, sólo ayudas del gobierno. Durante los años anteriores a la crisis, la Reserva Federal había mantenido bajos los tipos de interés. Pero el dinero barato puede conducir a un auge de la inversión en maquinaria y equipo, a un fuerte crecimiento y a una prosperidad sostenida. En Estados Unidos, y en gran parte del resto del mundo, condujo a una burbuja de la vivienda. Ésa no es la forma en que se supone que se comportan los mercados. Los mercados supuestamente han de asignar el capital a su uso más productivo. Pero históricamente ha habido numerosos casos en que los bancos han utilizado el dinero de otros para dedicarse a asumir excesivos riesgos y a prestar dinero a quienes no pueden devolverlo. Ha habido repetidos casos en que ese tipo de política crediticia ha dado lugar a burbujas inmobiliarias. Es una de las razones para que haya una regulación. Sin embargo, en el frenesí desregulador de los años ochenta y noventa, y en los primeros años de esta década, incluso los intentos de restringir las peores prácticas crediticias —como los préstamos abusivos en el mercado de alto riesgo— fueron derrotados[10]. Las regulaciones cumplen muchos cometidos. Uno es impedir que los bancos exploten a la gente pobre o con un bajo nivel de educación. Otro es garantizar la estabilidad del sistema financiero[11]. Los desreguladores estadounidenses eliminaron ambos tipos de regulaciones y, al hacerlo, prepararon el
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