Guerra Cristera
alixsrfn28 de Marzo de 2014
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GUERRA CRISTERA
La cristiada, como se llamo a la guerra civil ocurrida en México entre 1927 y 1929, fue un movimiento estrictamente popular y apolítico en el sentido de que, aunque se dirigiera en contra del gobierno provocando gran conmoción, formalmente, no pretendía desestabilizarlo y mucho menos destruirlo. Su único propósito, por el que se involucraron en una lucha contra decenas de miles de personas, era salvaguardar el culto a la religión que consideraban –y en muchos casos lo era en realidad- atacada por los miembros del gobierno revolucionario. El centro del país volvió a convertirse en escenario de otra guerra fratricida, esta vez originada por el fanatismo violento de unos y el obstinado jacobinismo de otros, que causaron muchas muertes y retrasaron, en segunda instancia el proceso de reconstrucción económica que apenas se intentaba.
Entre los católicos que militaron en la lucha se distinguen dos sectores: a) los miembros de la LNDR, que no combatían en el campo de batalla y que, en su mayoría, pertenecían a la clase media; y b) los cristeros que si utilizaron las armas para enfrentarse al gobierno y provenían casi exclusivamente de la clase campesina. Los integrantes de este grupo armado se llamaron primeramente a si mismos “defensores”, en clara referencia a su relación con la Liga; después “libertadores”, porque militaban en el Ejercito Nacional Libertador; y definitivamente “cristeros”, porque luchaban vitoreando a Cristo Rey (aunque este ultimo adjetivo les fue aplicado por sus adversarios en sentido despectivo).
Para la primavera de 1927, combatían contra el ejercito federal en condiciones adversas, mas de 50 mil cristeros, diseminados en grupos aislados y carentes de una organización central y del armamentos adecuados, en comparación con los federales al mando del general Joaquín Amaro que , con todos los recursos militares del Estado, controlaban las ciudades y las vías de ferrocarril.
Tal desigualdad de condiciones hizo temer a las autoridades del Estado y de la Iglesia que fuera aniquilada la población campesina, y por ello Obregón se decidió a actuar como mediador en el conflicto. Se entrevisto en varias ocasiones con los obispos, pero sus gestiones de paz fracasaron porque la Iglesia se mantenía firme en su posición de exigir la derogación de los artículos constitucionales que lesionaban sus intereses, y porque el presidente Calles se molesto al enterarse de las negociaciones, efectuadas sin su consentimiento. El embajador estadounidense Dwight W. Morrow también intervino para solucionar el conflicto y lograr que ambas partes llegaran a un acuerdo; pidió a Calles le permitiera actuar como el mediador, a lo cual el presidente acepto con escepticismo, pues creía que había alguna complicidad entre los petroleros estadounidenses y la Iglesia. En enero de 1928, Morrow y el secretario general de la National Catholic Welfare Conference, Jhon Joseph Burke, promovieron un acercamiento entre el presidente Calles y los obispos mexicanos; en marzo siguiente el padre Burke envió una carta a Calles en tono cordial, donde le exponía las intenciones de la Iglesia mexicana de reanudar el culto publico y poner así fin a la guerra.
La respuesta de Calles fue positiva. Manifestó que no era su propósito , ni el de la Constitución, destruir la identidad de la Iglesia ni involucrarse en cuestiones espirituales, y se mostro dispuesto a escuchar las quejas que le presentara a su gobierno cualquier prelado o simple particular, “por injusticias cometidas a causa de algún exceso en la aplicación de la ley”.
La reelección de Obregón, en julio de ese mismo año, hizo cobrar esperanza a los dirigentes eclesiásticos de que mejorarían sus relaciones con el gobierno. El día en que Obregón fuera asesinado, precisamente por un fanático católico, estaba por efectuarse una entrevista entre el caudillo y Morrow, a fin
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