Guevara Y Allende
Enviado por BEBE1125 • 28 de Noviembre de 2012 • 1.177 Palabras (5 Páginas) • 360 Visitas
“Guevara y Allende”
Por Ryszard Kapuscinski
En el curso de un encuentro con los lectores, alguien del público me pide que compare la figura de Allende con la del Che Guevara y diga cuál de los dos tenía razón.
La pregunta encierra la opinión de que sólo uno de ellos podía tener razón, y el público espera a que yo escoja entre los caminos elegidos por Ernesto Guevara y por Salvador Allende.
En un determinado momento de su vida, Guevara abandona el despacho del ministro y su mesa de trabajo para marcharse a Bolivia, donde organiza un destacamento de guerrilla. Muere siendo el comandante de ese destacamento.
Allende, al contrario, muere defendiendo su mesa de trabajo, su despacho de presidente, del cual sólo lo sacarían –como siempre había dicho– en un traje de madera.
Aparentemente, pues, se trata de dos muertes muy diferentes, pero en realidad esa diferencia no estriba más que en el lugar, el tiempo y las circunstancias. Tanto Allende como Guevara sacrifican su vida por el poder del pueblo. El primero defendiéndolo, el segundo luchando por conseguirlo. La mesa de Allende sólo es un símbolo, al igual que lo son las botas de campesino que calza Guevara.
Hasta el último momento los dos están convencidos de haber elegido el más justo y acertado de los caminos. Para Guevara, es el de la acción armada. Y se sabe que ésta no puede saldarse sin víctimas. Para Allende, es el camino de la lucha política. Él quiere evitar víctimas cueste lo que cueste.
Los dos eran médicos. Guevara, cirujano; Allende, internista. ¿Influyó tal cosa en sus actitudes? Al elegir una profesión, la persona se guía por una serie de motivos psicológicos. Indudablemente, pero ¿también fue así en este caso? No lo sé. Los tiros que acaban con la vida de Guevara y de Allende no se disparan desde un escondite. Los dos aceptan su muerte conscientemente, a sabiendas de que llega. Cada uno de ellos puede salvarse, tiene su oportunidad, tiene tiempo. Entre la captura de Guevara herido y su ejecución transcurren veinte horas. El coronel Zenteno le promete que conservará la vida si consiente en comparecer ante un tribunal como acusado. Guevara rechaza la propuesta. Maniatado, permanece sentado en el suelo de tierra de la escuela rural de Higueras y calla, se niega a hablar. Le duele el muslo abierto por el balazo, le duelen los forúnculos, le asfixia el asma. Quizá ni siquiera se da cuenta del momento en que en la ventana aparece un sargento que aprieta el gatillo de su metralleta.
Allende dispone de ocho horas. Por la mañana se entera de que hay un avión esperándolo, que puede ir donde quiera, a condición de que dimita, de que abandone su puesto. Pero no lo hará. Todavía ayer era un señor mayor, de rostro cansado y preocupado, ya grave, ya bonachón, vestido siempre con sofisticada elegancia. Hoy rebosa en nuevas energías, en una fuerza y una vitalidad que asombra a todo el mundo: dispara, dicta órdenes, lidera su última batalla. Pasan las horas. A su alrededor hay muertos y heridos. También él está herido. Pero el pulso sigue firme, la metralleta no falla la diana. El ejército irrumpe en el Palacio. En uno de los salones, en medio del humo, el polvo y el olor a quemado, seguirá disparando hasta el final un hombre bajo, aunque robusto, cumplidos con creces los sesenta, con casco de minero y jersey de cuello alto: el presidente de la república.
En la manera en que mueren Guevara y Allende hay una implacable determinación, una inexorabilidad conscientemente escogida, una tremenda dignidad. En esas últimas horas, todo lo que podría llevar a la salvación queda rechazado: regateos, tejemanejes, compromisos, rendición o huida. El camino, ya despejado y recto, no lleva sino a la muerte.
Tanto una como otra, sus muertes son un lance de honor,
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