La Extencion Del Crecimiento Economico
Armandp20 de Septiembre de 2012
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LA EXTENSIÓN DEL CRECIMIENTO ECONÓMICO MODERNO
El crecimiento económico moderno surgió en primer lugar en Inglaterra debido a la confluencia de condiciones favorables. Sin embargo, esas condiciones no eran exclusivas de Inglaterra, y, una vez que estuvo en marcha la revolución industrial, la misma combinación de tecnologías modernas y organización social pudo extender- se a otras regiones del planeta. Lo que empezó en un rincón del norte de Europa acabaría alcanzando la práctica totalidad del planeta. Al hacerlo, las fuerzas del crecimiento económico moderno impulsaron un aumento general de la producción mundial cuyas dimensiones no tenían precedentes. Sobre el papel, la transición al crecimiento económico moderno podría parecer un beneficio claro e inequívoco para el mundo. Al fin y al cabo, las nuevas tecnologías permitieron a la sociedad aprovechar una energía y unas ideas que incrementaron la productividad laboral (la producción económica por persona) a unos niveles jamás imaginados anteriormente. Esa productividad ocasionó un aumento del nivel de vida de una magnitud sin precedentes. Sin embargo, la transición resultó más bien tumultuosa, y comportó enormes luchas sociales y, a menudo, la guerra. Antes de pasar al relato histórico, vale la pena plantearse por qué la transición fue tan difícil en tantos lugares. Lo más importante es que el crecimiento económico moderno no fue solo cuestión de «más» (producción por persona), sino también de «cambio». La transición al crecimiento económico moderno comportó la urbanización, el cambio en los roles de género, el aumento de la movilidad social, cambios en la estructura familiar y una especialización cada vez mayor. Fueron transiciones difíciles, que implicaron múltiples trastornos en la organización social y las creencias culturales. Además, la extensión del crecimiento económico moderno estuvo también marcada por una confrontación sistemática y reiterada entre los países del mundo que se acababan de convertir en ricos y los que seguían siendo pobres. Como el crecimiento económico moderno se produjo a ritmos tan distintos según los lugares, generó una desigualdad de riqueza y poder mundiales sin parangón en la historia humana. La supremacía industrial de Gran Bretaña —resultado del papel puntero del país en la industrialización— le otorgó también una supremacía militar excepcional, que a su vez le permitió crear un imperio. De modo más general, la temprana industrialización de Europa en el siglo XIX acabó dando lugar a un vasto imperio europeo que se extendió por Asia, África y América.
Finalmente, las grandes diferencias de poder contribuyeron a teorías erróneas sobre tales diferencias que todavía nos acompañan hoy. Cuando una sociedad es económicamente dominante, a sus miembros les resulta más fácil atribuir ese dominio a una superioridad más profunda —ya sea religiosa, racial, genética, cultural o institucional— que no a una casualidad temporal o geográfica. Así, la desigualdad económica y de poder del siglo XIX en favor de Europa se vio acompañada de la extensión de nuevas formas de racismo y <‘exclusivismo cultural» que ofrecían justificaciones pseudos-científicas a las inmensas desigualdades que se habían generado. Esas teorías, a su vez, justificaron formas brutales de explotación de los pobres mediante el dominio colonial, la desposesión de las propiedades y tierras de los pobres por los ricos, e incluso la esclavitud. De todos modos, y a pesar de esas dificultades, las fuerzas básicas subyacentes que impulsaron la revolución industrial podían reproducirse, y se reprodujeron, en otros lugares. Al suceder tal cosa, arraigaron múltiples centros de industrialización y crecimiento económico. Como en una reacción en cadena, cuantos más lugares había que experimentaban aquel cambio, más interactuaban con los demás y, de ese modo, creaban las bases para que hubiera todavía más innovaciones, más crecimiento económico y más actividad tecnológica. La industrialización británica se extendió a otros mercados de varios modos: estimulando la demanda de exportaciones por parte de socios comerciales de Gran Bretaña, suministrando a esos socios comerciales capital británico para realizar inversiones en infraestructura (por ejemplo, puertos y ferrocarriles) y difundiendo tecnologías aplicadas en primer lugar en Gran Bretaña. La difusión del crecimiento económico moderno se produjo de tres formas. La primera forma de difusión, y en ciertos aspectos la más directa, fue la que se produjo desde Gran Bretaña a sus colonias de América del Norte, Australia y Nueva Zelanda. Las tres regiones se hallan en zonas templadas cuyas condiciones para la agricultura, la ganadería y otras actividades económicas son similares en muchos aspectos a las de Gran Bretaña. Por lo tanto, resultó relativamente sencillo trasplantar tecnologías, cultivos alimentarios e incluso instituciones jurídicas británicas a esos nuevos escenarios. Aquellos nuevos centros de crecimiento económico moderno constituyeron literalmente una «Nueva Inglaterra» —en el caso del litoral norteamericano— o «filiales occidentales», según las palabras de Angus Maddison. Desde el punto de vista ideológico, las potencias y colonizadores imperiales consideraron que América del Norte y Oceanía eran lugares vacíos, a pesar de la presencia de habitantes nativos en ambas regiones. Al aniquilar, acorralar o expulsar de sus tierras a aquellos nativos, los nuevos colonizadores ingleses promovieron una extraordinaria expansión demográfica y el subsiguiente crecimiento económico de América del Norte y Oceanía.
La segunda forma de difusión tuvo lugar en la propia Europa, en un proceso que, a grandes rasgos, se extendió durante el siglo XIX de oeste a este y de norte a sur del continente. La Europa noroccidental partía con ciertas ventajas sobre la oriental y la meridional. En primer lugar, la Europa noroccidental se encuentra en la parte atlántica del continente, y debido a ello se había beneficiado más que la Europa oriental de la gran explosión de comercio oceánico con América y Asia. En segundo lugar, solía poseer recursos naturales más favorables, entre ellos el carbón, la madera, los ríos (para las fábricas que funcionaban con energía hidráulica) y las lluvias. En tercer lugar, se beneficiaba por lo general de un entorno más benigno en cuanto a la propagación de enfermedades y era menos vulnerable a afecciones tropicales o subtropicales como la malaria. En cuarto lugar, por un gran número de razones, algunas aceptadas unánimemente y otras más debatidas, las condiciones políticas y sociales eran más favorables. En lo esencial, en el siglo XVII la servidumbre ya había desaparecido de gran parte de la Europa noroccidental, mientras que aquella y otras rigideces sociales se mantenían prácticamente intactas en el sur y el este. Al comienzo de la revolución industrial, Alemania e Italia todavía no eran estados—nación, y estaban afectadas por barreras extremadamente dificultosas para el comercio entre principados rivales. Cuando se inició la revolución industrial, y en especial cuando empezó a extenderse en plenas guerras napoleónicas y después de ellas, comenzaron a disminuir los obstáculos al desarrollo en la Europa meridional y oriental. La servidumbre se abolió de manera convulsa y a menundo violenta a lo largo y ancho de Europa. Se introdujo el gobierno constitucional. Se crearon ferrocarriles para enlazar las regiones europeas. Las ideas y los avances tecnológicos circularon con velocidad creciente y contaron con el apoyo de sumas cada vez mayores de capital financiero. A finales del siglo XIX, la industrialización ya hacía sentir sus efectos en toda Europa.
La tercera forma de difusión supuso la extensión del crecimiento económico moderno desde Europa a América Latina, África y Asia. El proceso fue tumultuoso en todas partes, pues comportó la confrontación de una Europa cada vez más industrializada y rica con sociedades no industrializadas, en gran medida rurales y militarmente débiles, de otras regiones del planeta. Algunas eran civilizaciones antiguas con tradiciones milenarias, como China o Japón; otras eran regiones escasamente pobladas, como las de buena parte del África tropical. Sin embargo, el drama que vino a continuación en casi todas partes fue el caos generado por la confrontación entre aquellas sociedades, economías y culturas distintas. Aun cuando hizo aumentar el nivel de vida, el crecimiento económico moderno implicó un cambio fundamental de la organización social y dolorosos enfrentamientos con los europeos, que eran más poderosos.
La confrontación entre ricos y pobres fue muy dura debido a que la gran diferencia de riqueza significaba también una gran diferencia de poder, y este podía usarse para la explotación. El mayor poder de Europa se usó reiteradamente para obligar a las sociedades pobres a actuar en beneficio de los señores ricos. Las potencias imperiales europeas forzaron a los africanos a cultivar productos comercializables según su elección. Las autoridades coloniales impusieron la capitación y obligaron a los africanos a trabajar en minas y plantaciones, a menudo a cientos de kilómetros de sus familias y sus hogares. Inversores y gobiernos europeos se apropiaron de los recursos naturales, incluidas las riquezas minerales y los extensos bosques y selvas de África y Asia. Empresas europeas mantenían ejércitos privados en las colonias para garantizar la sumisión a sus propias «leyes», al tiempo que sabían que, en caso extremo, sus gobiernos las apoyarían con la fuerza militar.
La cascada del cambio tecnológico
El nivel de vida empezó a aumentar en muchas zonas del planeta, a pesar de toda la brutalidad
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