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La Sala De Guardia


Enviado por   •  24 de Septiembre de 2012  •  2.975 Palabras (12 Páginas)  •  420 Visitas

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La sala de guardia

La sala de guardia de los médicos (en una sección cualquiera de un hospital

cualquiera de una ciudad cualquiera) reunió a cinco personajes y entretejió su actuación y

sus discursos en una insignificante, y por eso tanto más alegre, historia.

Están aquí el doctor Havel y la enfermera Alzbeta (ambos tienen ese día guardia

nocturna) y están también otros médicos (los ha hecho venir hasta aquí una excusa de

escasa entidad, acompañar, con un par de botellas de vino, a los dos que están de

servicio): el calvo médico jefe de esa misma sección y una doctora de otra sección, de la

que todo el hospital sabe que sale con el médico jefe.

(Naturalmente, el médico jefe está casado y acaba de pronunciar hace un momento

su frase predilecta con la que pretende poner en evidencia, no sólo su sagacidad, sino

también sus intenciones: «Estimados colegas, la mayor desgracia posible es un

matrimonio feliz: no le queda a uno la menor esperanza de divorciarse». )

Además de los cuatro mencionados hay un quinto, pero ése en realidad no está aquí,

ya que por ser el más joven acaba de ser enviado a por una nueva botella. Hay también

una ventana, cuya importancia consiste en que está abierta y a través de ella penetran

ininterrumpidamente en la habitación, desde el exte- [103] rior en penumbras, el perfumado

verano y la luna. Y hay, finalmente, buen humor, que se pone de manifiesto en la amable

charlatanería de todos los presentes y en particular en la del médico jefe, que escucha su

propia charla con oídos enamorados.

Será al avanzar la velada (y es entonces cuando comienza nuestra historia) cuando

se registre cierta tensión: Alzbeta ha bebido más de lo que le corresponde a una

enfermera que está de guardia y además empezó a comportarse respecto a Havel con

una incitadora coquetería que a éste le desagradó y provocó su invectiva de advertencia.

La advertencia de Havel

—Querida Alzbeta, no consigo entenderla. A diario anda usted metida en heridas

infectadas, pincha arrugados culos de viejecitos, pone enemas, retira bacinillas. El destino

le ha otorgado una envidiable oportunidad de comprender la corporalidad humana en toda

su vanidad metafísica. Pero su vitalidad es incorregible. Su encarnizada voluntad de ser

cuerpo, y nada más que cuerpo, es inamovible. ¡Sus pechos son capaces de restregarse

contra un hombre que esté a cinco metros de usted! Ya me da vueltas la cabeza de los

eternos círculos que describe al andar su incansable trasero. ¡Diablos, aléjese de mí!

¡Esas tetas suyas están en todas partes, como Dios! ¡Hace ya diez minutos que debería

haber ido a poner inyecciones! [104]

El doctor Havel es como la muerte.

Arrampla con todo

Cuando la enfermera Alzbeta (notoriamente ofendida) salió de la sala de guardia,

condenada a pinchar dos culos de ancianitos, el médico jefe dijo:

—Dígame una cosa, Havel, ¿por qué rechaza usted tan encarnizadamente a Alzbeta?

El doctor Havel dio un sorbo a su vaso de vino y respondió:

—Jefe, no me lo tome a mal. No se trata de que no sea guapa y esté ya entrada en

años. Créame que he tenido mujeres aún más feas y mucho mayores.

—En efecto, eso es de dominio público: es usted como la muerte; arrampla con todo,

¿por qué no acepta a Alzbeta?

—Seguramente —dijo Havel— porque manifiesta su deseo de una forma tan

expresiva que parece una orden. Dice usted que con las mujeres soy como la muerte.

Pero es que ni siquiera a la muerte le gusta que le den órdenes.

El mayor éxito del médico jefe

—Puede que le comprenda —respondió el médico jefe—. Cuando tenía yo algunos

años menos, conocía a una chica que iba con todo el mundo y, como era guapa, decidí

ligármela. Pues imagínese que me rechazó. Iba con mis colegas, con los chóferes, con el

encargado de la calefacción, con el cocinero, hasta con el que llevaba los cadáveres; con

todos menos conmigo. ¿Se lo puede imaginar?

—Claro que sí —dijo la doctora.

—Para que usted lo sepa —se enfadó el médico [105] jefe, que delante de la gente

trataba a su amante de usted—, hacía entonces un par de años que había acabado la

carrera y era un fenómeno. Estaba convencido de que todas las mujeres podían ser

conquistadas y conseguía demostrarlo con mujeres bastante difíciles de conquistar. Y

miren ustedes por donde, en el caso de esa chica, tan fácil de conquistar, fracasé.

—Conociéndole, diría que tiene usted alguna teoría para explicarlo —dijo el doctor

Havel.

—La tengo —respondió el médico jefe—. El erotismo no es sólo un deseo del cuerpo,

sino también, en la misma medida, un deseo del honor. La pareja

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