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Literatura

cdfm19611 de Noviembre de 2013

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Era un día gris y oscuro, lleno de inseguridades para los miles de taxistas, motorizados, y cualquier otro vehículo que transitara en las convulsionadas y rocosas calles de La Arenosa. La Ciudad, que es reconocida internacionalmente por ser “La Puerta de Oro De Colombia”, navegaba en un sinfín de mareas oblicuas e indefinidas que caminaban presurosas devorando todo lo que estuviera a su paso. Todos salían despavoridos de sus carros, buscando un lugar seguro, o quizás escapando a las turbulentas aguas que aparecen cada vez que el cielo abre sus ojos para llorar y descargar todo el daño que le hemos hecho durante décadas, y que agobian a sus ciudadanos desde épocas inmemorables. Esas mismas corrientes de caudaloso ímpetu que desengalanan la arquitectura de la ciudad, provocan en su paso, ese pensamiento de desidia y olvido al que tiene sometido todo político a sus habitantes.

Ese día Juan había salido de su casa lleno de optimismo porque dentro de su mente estaba ese ímpetu moral que se siente cada vez que se va a recibir la remuneración por el trabajo realizado, pero a la vez con ese sentimiento de sinsabor al saber que en sólo un día, quizás dos, o como máximo una semana, todo ese dinero se iba a esfumar, de la misma manera que le ocurría a sus amigos, compañeros, enemigos, compatriotas y personas que no conocía y que trabajaban miles y millares de horas por un miserable, irrisorio y lastimero salario, justo para el gobierno, pero injusto para las masas, que acompañado de sus inseguridades, miedos y deudas, veían como se desvanecía esa efímera ilusión y fugaz sentimiento de tener el anhelado oro verde.

Se desplazó por toda la acera con el típico traje de corbata que tenía desde su fiesta de graduación y los zapatos de charol untados de la resina derivada del petróleo, para que pudieran brillar y resplandecer a todo lugar en que se encontrara. Caminaba con paso lento y desgarbado y una sonrisa disimulada ante todo vecino con él que se encontrara. Quería ocultar, tal vez, la vida tan vacía y lastimera que había llevado conforme a sus expectativas de vida. Prosiguió con su paso y unas dos cuadras más arriba, se dispuso a esperar el bus que lo llevaría a su humilde trabajo de auxiliar contable.

Pasaron cinco eternos minutos. Ningún medio de transporte se avecinaba por el panorama, debido a una marcha de buses que protestaban por la inseguridad y los continuos robos de los que venían siendo víctimas. En 2 semanas habían asesinado a 5 choferes de estas rutas por negarse a pagar la popular “vacuna” que les habían impuesto de manera temeraria los hijos herenciales de los paramilitares, que en la jerga policial, judicial, militar y hasta popular se hacían llamar las BACRIM. La popular avenida circunvalar, la calle 30 y las afueras del Estadio Metropolitano eran el epicentro de esta agitada marcha. Media ciudad se encontraba paralizada y miles de personas, independientemente de su trabajo, estudio u ocupación, estaban a la espera de una solución pacífica para poder proseguir con sus respectivas jornadas laborales. Este panorama era un poco desalentador para toda la ciudad, no tanto, por lo que significaba en sí, sino porque ese día jugaba la Selección Colombia en las horas de la tarde y la mayoría de la ciudad ponía sus expectativas en ir al estadio, dirigirse a un bar a compartir con amigos y familiares de los triunfos de la selección, o simplemente disfrutar en casa y con alegría de este trascendental partido que jugaba el equipo colombiano. Este seleccionado estaba en una racha de victorias que transmitía a la ciudad una felicidad efímera en medio de las realidades dolorosas, incómodas y palpables de sus habitantes.

Por este motivo y a pesar de la realidad que los embargaba, los habitantes de esta ciudad, ponían sus esperanzas en que esta marcha fuera algo efímero y sin ninguna relevancia, con la intención de disfrutar de manera

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