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Prostitucion En Tapachula


Enviado por   •  6 de Diciembre de 2012  •  1.923 Palabras (8 Páginas)  •  584 Visitas

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En la ciudad, que tiene dos antros por cada escuela, niños centroamericanos se dedican a la prostitución. Activistas afirman que el negocio se realiza a la vista de policías municipales coludidos con mafias de tratantes, y nadie hace nada

JUVENTUD. Muchas de las chicas dedicadas a la prostitución en Tapachula rondan los 20 años, aunque muchas no alcanzan aún la mayoría de edad (Foto: )

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Jueves 22 de septiembre de 2011Gabriela Gutiérrez M. politica@eluniversal.com.mx • FOTOS ALMA RODRÍGUEZ | El Universal

T APACHULA, CHIS. “Fernando” tiene hijos, pero esa no es la razón por la cual acude al parque frecuentemente. De hecho, va solo. Él, como muchos otros, conforma una fauna nocturna que deambula entre las jardineras. Acecha. Va de cacería hasta que encuentra a su presa: un niño.

Sus pasos, que antes parecían erráticos y azarosos, ahora tienen dirección. Conserva el ritmo pausado hasta llegar a “Emilio”. Se sienta a su lado. Podrían pasar por padre e hijo. “Fernando”, de unos 50 años, no lo mira a los ojos, voltea a su alrededor, se anima, le habla. No sabe que el cazador es observado por una cámara y un grupo que vigila de cerca al menor.

Un chiflido provoca que “Emilio” se ponga de pie. El niño se aleja mientras “Fernando” se queda solo en la banca, con expresión consternada.

“Me ofrecía 150 pesos y me pagaba las chelas si me iba con él. Le dije que primero me diera el dinero y luego veíamos. Pero no quiso. Me estuvo insiste e insiste”, cuenta el niño.

“¿Qué más te dijo?”. Titubea, la pena lo enmudece por unos instantes. Finalmente prosigue: “Me pedía que le tocara las chichis. Y luego me preguntaba si me podía tocar él a mí”. El niño mira al piso, guarece su rostro bajo la sombra que da su raída gorra de beisbol.

“Fernando” lucía ansioso, urgido de pagar por sexo, deseoso de sentirse poderoso. En el parque había, por lo menos, otros cinco jóvenes ofreciendo sus servicios, pero ninguno con una imagen tan infantil como “Emilio”, que a sus 14 años aparenta tener 12.

Aquí, en el Parque Central Miguel Hidalgo de Tapachula, enmarcado por la antigua Iglesia de San Agustín y el Palacio Municipal, apenas anochece y emergen figuras varoniles. Son siluetas delgadas que se cruzan de piernas y voltean a su alrededor. Los cazadores están en una banca corrida que tiene la forma de una media luna. Es un pequeño escenario en donde, de vez en vez, se presentan grupos musicales o eventos del gobierno municipal.

Van a dar las 8:30 de la noche cuando llegamos. Voy en compañía de “Gustavo” y “Emilio”, quienes viven en el albergue Todo por Ellos, que es dirigido por Ramón Verdugo, quien también nos acompaña.

Pocos minutos después de arribar, “Gustavo” y “Emilio” se dan a la tarea de explicar los movimientos del parque, que ante sus relatos y enseñanzas se convierte, de repente, en otro lugar, uno más hostil, pese a las familias que aún pasean por ahí, y peligroso, al que acuden niños de entre 10 y 17 años, así como adultos jóvenes que se empeñan en conservar su aspecto infantil para lucir más apetecibles. La inmensa mayoría son centroamericanos, y no vienen por recreación, sino para prostituirse.

Hay hombres, mujeres, jóvenes y ancianos. Seguramente muchos de ellos tampoco identifican a los chavos que ofrecen servicios sexuales ni a los pedófilos que los acechan. Otros lo sabrán, pero prefieren ignorar su existencia. Es como si se necesitara de un traductor para poder identificarlos, pero una vez que se ubican su presencia se convierte en evidencia del tráfico y comercio sexual a la que se enfrentan los menores de edad de esta ciudad fronteriza, puerta de entrada para los miles de guatemaltecos, hondureños y salvadoreños, principalmente, que cada año pasan por aquí.

“Fernando” se levanta de la banca, sin prisa, mete las manos a los bolsillos frontales de su pantalón caqui. Regresa a la cacería.

Un secreto a voces

“Karla” juega desde la calle, a las afueras del Hotel Chiapas, con Manuelito, de dos años, quien se asoma semidesnudo por una ventana. Le recuerda a su hijo Raúl, al que dejo en El Salvador bajo el cuidado de su madre.

Ella y las otras, agolpadas en el callejón al que da el Hotel Chiapas, entran, salen, se ríen, mientras que los clientes vienen y van. Son unas 10. La mayoría en sus veintes, pero otras, como “Karla”, aún no alcanzan la mayoría de edad, la cual se esfuerzan tanto por pretender con gruesas capas de maquillaje. Pero los rostros aniñados y los cuerpos aún en desarrollo las delatan.

La han invitado a trabajar a Las Huacas, la zona de tolerancia de Tapachula, a las afueras de la ciudad, “pero, ¿para qué?”, si en el Hotel Chiapas no está obligada a formarse cada semana para revisión médica. “Ni tengo que sentarme a tomar con borrachos. Aquí, si tomo, tomo con mis amigas. A los clientes los despacho rápido y se van”.

Las Vegas, El Foco Rojo, Las Rosas o La Doña son algunos de los bares y table dances de Las Huacas, espacio que hasta hace un par de años era rentable, pero que ahora luce desértico. Las mujeres que aún trabajan en ellos, se deshacen en piropos a los que por ahí pasan: “Papi, ven a conocernos”, dicen repetidamente, sentadas en sillas de plástico afuera de los antros.

En realidad,

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