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ALBERT EINSTEIN

el_lector6 de Diciembre de 2011

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Albert Einstein: su vida y su obra

Jos´e Manuel S´anchez Ron

Real Academia Espa˜nola

Monograf´ıas de la Real Academia de Ciencias de Zaragoza. 27: 11–24, (2005).

Albert Einstein naci´o en Ulm (Alemania) el 14 de marzo de 1879, de padres jud´ıos.

Aunque, como buen cient´ıfico, una de las caracter´ısticas m´as fuertes de su personalidad

fue la de intentar ir mas all´a de lo particular, de la situaci´on espec´ıfica, buscando la

intemporalidad de las leyes generales y la trascendencia de las teor´ıas cient´ıficas, su ascendencia

jud´ıa termin´o ejerciendo una influencia indudable en su biograf´ıa. Ello fue as´ı

debido a las circunstancias hist´oricas en las que se desarroll´o su vida, no como consecuencia

del ambiente familiar: a pesar de que su certificado de nacimiento identificaba a sus

padres, Hermann y Pauline, como “pertenecientes a la fe israelita”, ninguno era religioso,

ni segu´ıan las costumbres jud´ıas. Como en tantos otros casos de la Alemania del siglo XIX

y primeras d´ecadas del XX, los Einstein eran, se consideraban o pretend´ıan ser, “jud´ıos

asimilados”, esforz´andose por no distinguirse de cualquier otro alem´an.

Ahora bien, el que sus padres intentasen ser “buenos alemanes”, no quiere decir que

participasen de ese c´ancer que plaga la historia de la humanidad llamado nacionalismo.

Por lo que se sabe de ellos, sus deseos no iban m´as all´a de una asimilaci´on que permitiese

vivir, ejercer libremente, sin obst´aculos, una profesi´on. De hecho, cuando las condiciones lo

requirieron, esto es, cuando, tras un per´ıodo inicial floreciente, la empresa electrot´ecnica

que regentada con su hermano Jakob comenz´o a declinar, el padre de Albert no tuvo

ning´un problema en trasladar— hacia 1894— el negocio a Pav´ıa, asoci´andose con italianos

para fundar una nueva empresa: la Societ`a Einstein, Garrone e Cia.

Es muy probable, por tanto, que para los padres de Einstein los sentimientos nacionalistas

no significasen demasiado. Menos, mucho menos, significaron para su hijo,

que mostr´o a lo largo de toda su vida lo poco que estimaba los nacionalismos, acaso no

solo porque su propio intelecto y sentimientos humanitarios le mostraban con claridad

lo irracionales que son los discursos, las ideolog´ıas, en los que el rechazo a los “otros”

constituye un elemento fundamental para definir la propia identidad, sino tambi´en como

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consecuencia de su propia experiencia. Un ejemplo que muestra cuales fueron sus ideas

en este punto lo encontramos en lo que manifest´o el 3 de abril de 1935 en una carta que

escribi´o a un tal Gerald Donahue. “En ´ultima instancia”, se˜nal´o Einstein, “toda persona

es un ser humano, independientemente de si es un americano o un alem´an, un jud´ıo o un

gentil. Si fuese posible obrar seg´un este punto de vista, que es el ´unico digno, yo ser´ıa un

hombre feliz”.

Si rechazaba el nacionalismo en general, simplemente como concepto, m´as lo hac´ıa en

el caso alem´an. As´ı, incapaz de soportar la filosof´ıa educativa germana, en diciembre de

1894 –era pr´acticamente un ni˜no cuando abandon´o Munich, donde estudiaba, siguiendo

a su familia a Pav´ıa. El 28 de enero de 1896 renunciaba a la nacionalidad alemana, permaneciendo

ap´atrida hasta que en 1901 logr´o la ciudadan´ıa suiza, la ´unica que valor´o a

lo largo de su vida. En este sentido, el 7 de junio de 1918 escrib´ıa a Adolf Kneser, catedr

´atico de Matem´aticas en la Universidad de Breslau (actualmente Wroclaw, en Polonia):

“Por herencia soy un jud´ıo, por ciudadan´ıa un suizo, y por mentalidad un ser humano,

y s´olo un ser humano, sin apego especial alguno por ning´un estado o entidad nacional”.

No debe pasar desapercibido el que cuando Einstein escrib´ıa estas frases era, desde 1914,

catedr´atico de la Universidad de Berl´ın y miembro de la Academia Prusiana de Ciencias,

es decir, un alto funcionario de Prusia, lo que llevaba asociado la nacionalidad alemana,

una circunstancia que ´el preferir´ıa pasar por alto, manteniendo y refiri´endose siempre a

su ciudadan´ıa suiza (durante sus a˜nos en Berl´ın viaj´o habitualmente con pasaporte suizo;

incluso lo renov´o despu´es de haber adquirido, en 1940, la nacionalidad estadounidense,

un acto tambi´en de dudosa legalidad desde el punto de vista de la legislaci´on norteamericana).

Muestra tambi´en de la peculiar manera en que miraba las adscripciones nacionales

es lo que escribi´o sobre ´el mismo al Times londinense el 28 de noviembre de 1919, poco

m´as de un a˜no despu´es de que hubiese finalizado la Primera Guerra Mundial: “hoy soy

descrito en Alemania como un sabio alem´an, y en Inglaterra como un jud´ıo suizo. Si alguna

vez mi destino fuese el ser representado como una bestia negra, me convertir´ıa, por

el contrario, en un jud´ıo suizo para los alemanes y en un sabio alem´an para los ingleses”.

La persecuci´on que sufr´ıan los jud´ıos —una persecuci´on que no comenz´o con Hitler

(con ´el lleg´o a extremos absolutamente insoportables)— fue lo que le acerc´o a ellos, la

que le hizo sentirse miembro de ese pueblo b´ıblicamente legendario. “Hace quince a˜nos”,

escribi´o en 1929, “al llegar a Alemania, descubr´ı por primera vez que yo era jud´ıo y debo

ese descubrimiento m´as a los gentiles que a los jud´ıos”.

Su solidaridad con el pueblo jud´ıo y la fama mundial de que lleg´o a gozar explican

que, en noviembre de 1952, tras la muerte de Chaim Weizmann, el primer presidente del

estado de Israel, a quien hab´ıa ayudado en diversas ocasiones, Einstein recibiese la oferta

de sucederle en el cargo. Como es bien sabido, rechaz´o la oferta. Merece la pena citar

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la carta en la que transmiti´o su decisi´on al gobierno de Israel: “Estoy profundamente

conmovido por la oferta de nuestro Estado de Israel, y al mismo tiempo apesadumbrado

y avergonzado de no poder aceptarla. Toda mi vida he tratado con asuntos objetivos,

por consiguiente carezco tanto de aptitud natural como de experiencia para tratar propiamente

con personas y para desempe˜nar funciones oficiales. S´olo por estas razones me

sentir´ıa incapacitado para cumplir los deberes de ese alto puesto, incluso si una edad

avanzada no estuviese debilitando considerablemente mis fuerzas. Me siento todav´ıa m´as

apesadumbrado en estas circunstancias porque desde que fui completamente consciente

de nuestra precaria situaci´on entre las naciones del mundo, mi relaci´on con el pueblo jud´ıo

se ha convertido en mi lazo humano m´as fuerte”.

Aunque sinti´o una profunda aversi´on por mucho de lo alem´an, ello no significa que

no amase, y muy profundamente, dominios b´asicos de la cultura germana o, mejor, centroeuropea

de habla alemana; que no amase, en primer lugar, a su idioma, que siempre

manejo con amor y sencillez, pero tambi´en con elegancia, un idioma que le permit´ıa giros

y combinaciones que encajaban magn´ıficamente con su personalidad, plena de humor e

iron´ıa. Ni que no valorase especialmente a la filosof´ıa de habla alemana: en sus labios

aparec´ıan con frecuencia los nombres de Schopenhauer o Kant. ¡Y que decir de la f´ısica

y los f´ısicos! Desde joven hab´ıa bebido de las fuentes de los Kirchhoff, Helmholtz, Hertz,

Mach o Boltzmann; estimaba especialmente a Max Planck, no tanto por sus aportaciones

cient´ıficas, que desde luego valoraba, sino por la persona que era, aunque mantuvieran en

ocasiones posturas encontradas. Y junto a Planck, Max von Laue, ario, y el qu´ımicof´ısico

Fritz Haber, jud´ıo. En los peores tiempos, en agosto de 1933, desde Princeton, escrib´ıa

a Haber, tras haber sabido que ´este tambi´en se hab´ıa convertido finalmente en un exiliado:

“Espero que no regresar´a a Alemania. No merece la pena trabajar para un grupo

intelectual formado por hombres que se apoyan en sus est´omagos delante de criminales comunes

y que incluso simpatizan en alg´un grado con estos criminales. No me decepcionan,

porque nunca tuve ning´un respeto o simpat´ıa por ellos, aparte de unas finas personalidades

(Planck, 60 por ciento noble, y Laue, 100 por ciento)”.

La aversi´on de Einstein por Alemania culminar´ıa tras la Segunda Guerra Mundial: “un

pa´ıs de asesinos de masas”, la denomin´o en una carta que escribi´o el 12 de octubre de 1953

al f´ısico Max Born, uno de los creadores de la mec´anica cu´antica, tambi´en alem´an, tambi´en

jud´ıo, y que tambi´en tuvo que abandonar Alemania (termin´o instal´andose en Edimburgo)

debido la pol´ıtica racial implantada por Hitler. De hecho, Einstein, al contrario que

muchos de sus colegas (Born incluido), nunca acept´o volver a pisar suelo germano, que

hab´ıa abandonado en 1932, en principio para pasar un tiempo, como ya hab´ıa hecho

en otras ocasiones, en el California Institute of Technology. Tras la llegada al poder de

Hitler el 30 de enero de 1933, decidi´o romper sus relaciones con la naci´on

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