Biografia De Juan Vicente Gomez
Enviado por kevinulises1981 • 19 de Marzo de 2014 • 3.394 Palabras (14 Páginas) • 399 Visitas
BIOGRAFÍA DE JUAN VICENTE GÓMEZ
CONTADA POR JOSÉ GÍL FORTOUL
La verdad es que cuando uno le coge interés a cierto tema lo escribe con soltura, porque de tanto oír en este caso sobre el personaje y sus fantasmas uno le fue haciendo como un colateral de la familia, y esto lo digo por varias causas puesto que ya es hora para la ciencia histórica de bajar a la realidad aunque sea crítica y guste o no para muchos lectores comprometidos o los simples amantes de la vivencia escrita que aún sostienen dolientes insepultos en cuanto a que si el personaje merece las verdaderas honras del Panteón Nacional, porque sea dicho de una manera veraz que el tachirense general Juan Vicente Gómez Chacón, de quien aquí me refiero, es uno de los cuatro personajes jinetes más valiosos e interesantes de nuestra vida republicana, porque los otros tres fueron Simón Bolívar, José Antonio Páez y Antonio Guzmán Blanco, señalando esto como hombres que llegan a conducir el país en determinado tiempo, con sus más y sus menos desde luego pero sí suficientes como para señalarlos de manera tan precisa. Sin embargo y porque no soy egoísta otros se acercaron a esta categoría y es bueno también señalarlos aquí, con sus virtudes y defectos, porque la perfección no existe en los seres humanos, para que reposen en el recuerdo no de un Panteón tan vilipendiado por los excesos allí habidos.
No sé si usted está asombrado de lo que afirmo, pero es hora de romper las barreras de estereotipos y anacrónicos tabúes para incluir el pensamiento vasto a sostener, porque saliendo ya de probetas experimentales es oportuno mencionar que nuestro país desde su fundación ha tenido como rémora enfermiza un militarismo feudal peor entendido, que es causa de gran parte de nuestros males subyacentes, pues así como a los religiosos de profesión no se les permite ejercer cargos públicos fundamentales, por fuerza constitucional, igualito debe hacerse con quienes desempeñan la carrera militar, sin excepción alguna y en forma rigurosa, puesto que aquí aplicamos el adagio de “zapatero a tus zapatos”, en lo que no hay vuelta de hoja y en eso seremos firmes de hoy y en lo adelante, para la salud republicana a objeto de salir de esa asfixia monumental anacrónica que nos acogota con el latente peligro cuartelario. Pues bien, distinguidos amigos, toca hoy estudiar y mejor revolver la vida misteriosa de ese zamarro hombre lleno de gimnasia mental, cazurro y vivo como él solo con la particularidad que gobernó a Venezuela por 27 años en momentos aciagos y que con su filosofía conservadora campesina aprendida en las primeras letras de su aldea natal tachirense y fronteriza, o sea de La Mulera, tranquiliza el país de manera muy original pero asertiva, hecho que se puede analizar desde dos ángulos opuestos aunque con validez relativa, “e pur si muove”, como expresara Galileo Galilei. Pues bien, para hablar en escritura de este personaje es bueno remontarse al final de nuestra Guerra de Independencia, cuando el país queda en la ruina y obligado a cancelar una elevada deuda para completar lo infausto aparecen por doquier algunos seudocaudillos y aprovechadores de lo ajeno, que por décadas marcan una pesada carga de lucha social a pagar con sangre, sudor y lágrimas, según gráfica expresión de Winston Churchill, en medio de una constante batalla de hambrientos bandoleros con o sin nombre y apellidos que desangran a Venezuela a través de consignas estúpidas caídas al vacío, en medio de un mar de levantamientos guerreros o de guerrillas bandoleras comandadas pos facinerosos cuya máxima expresión fue la llamada Guerra Federal, la que bajo una sin cesar estela de muertos y paludismo asesino condujo al país a la miseria, país todo escindido por cierto en cuatro partes que se desconocían entre sí y con diversos orígenes sociales, en cuyas trancas y desórdenes salvo excepciones discutidas vivimos hasta el fin del siglo XIX.
Bueno es recordar igualmente que luego de dividir a Venezuela en dos repúblicas de ordeño durante la Guerra de Independencia, lo que no prosperó para así poder salvar algunos restos apreciables, aparece una separación oportuna de las siete provincias iniciales, porque la convivencia entre el Oriente territorial con el Centro capitalino, así como los extensos llanos que la cruzan y aquel nudo de montañas alejadas que eran los estados andinos, hacían más difícil por distante la interrelación geográfica y emocional de los habitantes, que apenas se conocían, al extremo que el Oriente y Guayana mimaban su relación con Trinidad, los llanos con la extensa provincia de Caracas, y el Occidente de Venezuela tenía tres polos de atracción de negocios y familia, que eran Curazao para la espaciosa zona coriana, Maracaibo para los estados andinos y hasta Lara, y los mismos estados montañosos occidentales por su singular idiosincrasia y la economía autóctona que ya despunta con el café, mira una buena relación con Colombia no solo porque las familias están unidas a través de lazos profundos de solidaridad o sangre, sino porque era mucho más fácil ir de viaje o comerciar hacia Colombia que a otras partes del país, donde las vías de comunicación no existen y las enfermedades del camino, tal el paludismo, las colerinas y la fiebre amarilla, son de verdadero temer. A partir de 1864 y acabada la desastrosa Guerra Federal, los Andes, manejados por Trujillo bajo la férula machetera del caudillo Juan Bautista Araujo desde la Ciudad Santa del conservatismo que es Jajó, hasta que en marzo de 1892 sus huestes pierden el combate en El Topón del Táchira y el eje político militar entonces cambia de sitio para asentarse definitivamente en esa frontera dinámica y rica por la agricultura que la entorna. En estos momentos cruciales de la vida regional y en la última década novecentista anda dando vueltas y revueltas por dicha frontera colombo venezolana un pichón de sacerdote que no llega a serlo, alborotado y mujeriego pero de recia personalidad, ambicioso “indio que no cabe en el cuerito” como le llama Ignacio Andrade y osado que no le para a los infortunios, quien viviendo del lado de Colombia convence a su rico compadre y más que amigo, Juan Vicente Gómez, para acabar con la mafia política establecida en Caracas ya desde los tiempos de Guzmán Blanco, y mire que este hombre escéptico y taciturno, prevenido, para hacerle compañía al compadre Castro decide cerrar sus negocios productivos y acompañarle al centro de la república en una revolución corta e increíble mientras deja a buen resguardo el ganado que eleva en la frontera y entierra su fortuna en monedas de oro, para prevenirla de interesados botijeros.
Así las cosas y una vez que Castro amarra su caballo frente al Capitolio caraqueño, como lo había predicho, comienza una sucesión de hechos anormales por este que llaman “cabito” debido a su baja estatura, entre bebidas y mujeres, mientras desata una grave situación internacional que llega a bombardear los puertos nacionales y se enemista Castro con todo el mundo, al extremo que el banquero Manuel Antonio Matos lo tilda claramente de loco y que por ello va a dar mucho que hacer en la historia de Venezuela. Entretanto el general Gómez, que ha ganado este título militar no como muchos burócratas en comidillas de palacio sino en los campos de batalla, se mantiene calmo, muy callado porque fue siempre hombre de poco hablar y de mucho hacer, a la espera de otras circunstancias que el destino depare y sin caer en trampas que el propio Castro le tiende para demostrar su confiabilidad, o que emanen de fuerzas enemigas con lo que quieren enlodar su reputación. Entre tanto el general Gómez a la chita callando se prepara de una manera juiciosa para el ejercicio del poder primero asegurando la presa castrista en calidad de segundo en el mando de a bordo, por lo que le toca luchar de veras bajo el mando de tropas en esa casi década cuando gobierna de manera desaforada el compadre Cipriano, a quien le presta dinero en aprietos económicos y mantiene buenas relaciones con el clan valenciano de aduladores de Castro timoneados por Ramón Tello Mendoza y Torres Cárdenas, quienes por ello obtienen cuotas de poder. Entre tanto el país continúa enguerrillado con esa nueva gente andina que por antonomasia llaman chácharos, buenos y sanos pero iletrados y duros de roer, que son como un sostén del régimen decadente y mientras las fuerzas militares agrupadas bajo distintos caudillos decimonónicos llenos de intereses personales le declaran una cruenta revolución al chácharo mayor Castro, sostenida por numerosos generales que vienen rondando el poder desde los tiempos de la Federación, que en combo se atrincheran finalmente en La Victoria para dar la batalla final, ganada por Castro con mucha dificultad y gracias a la intervención precisa de Gómez, como del doctor y general trujillano Leopoldo Baptista en la toma sigilosa del cerro Copey. De allí en adelante la estrella militar del general Gómez obtenida con valentía en los campos de batalla y después de los 40 años de edad, brilla con luz propia, lo que pone en guardia a otro guapo militar que era el cabito Castro.
Entre conjuras, aclamaciones y disgustos internos e internacionales se mantiene la era castrista, por pleitos con los banqueros, las casas extranjeras de negocios y mucha gente acomodada, mientras Gómez va cimentando su prestigio palpable en diversos combates y batallas con que pacifica el país por la primera vez y piensa en el ejército que de verdad no tiene Venezuela sino montoneras, mientras el compadre Castro pervive disoluto entre juergas de damas al paso y alcohol sin continencia. Allí sucede el traslado del Presidente a La Victoria por un tiempo dado que en una farsa teatral renuncia, situación de viveza que Gómez con rapidez
...