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Cantar De Rolan

leiren4 de Abril de 2014

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LOS CANTARES DE GESTA FRANCESES

Visión general de su temática.

En lengua francesa se conservan el mayor número y los mas antiguos cantares de gesta románicos, que se pueden cifrar en un centenar. A principios del siglo XIII era creencia que la epopeya francesa se podía reducir a tres grandes ciclos de cantares: el de los reyes de Francia o de Carlomagno, el de Doon de Mayence y el

Garín de Monglane. Tal distribución, aunque no muy exacta ni acertadamente designada con estos nombres, es útil porque intenta poner orden en tan vasta materia, pero conviene no olvidar que la agrupación cíclica encadena uno tras otro cantares de estilos muy distintos y de épocas muy diversas, y no es raro que los que narran los acontecimientos más antiguos sean más modernos que los dedicados a hechos centrales y posteriores.

Siguiendo más o menos un orden argumental o presuntamente histórico de acontecimientos, hallamos en los principios del ciclo de los reyes de Francia, prescindiendo de los que se remontan demasiado, los cantares de las mocedades de Carlomagno, como el de Berta la de los grandes pies (Bertrte aus grans pies) y el Mainet, este último basado en la leyenda castellana de Alfonso VI de León y la mora Zaida. Ya emperador, vemos al héroe emprender una fabulosa peregrinación a Jerusalén y Constantinopla (Pélerinage Charlemagne), de donde trae a Occidente preciosas reliquias de la pasión de Cristo. Luego los sarracenos invaden Italia, adonde acude presuroso Carlomagno; y entre sus tropas se encuentra su sobrino Roldán, casi un niño, que realiza sus primeras hazañas (Aspremont), si bien unas preciosas reliquias quedan en poder de los sarracenos, los cuales, derrotados en Italia, se trasladan con ellas a España (Fierabrás), tierra en que tienen lugar numerosas campañas de los francos, que acaban con la famosa batalla de Roncesvalles (Cantar de Roldán). Después del desastre en los desfiladeros pirenaicos y la inmediata derrota de los moros de España, a ésta emprenden otra expedición los hijos de los guerreros de Carlomagno (Gui de Borgogne), y finalmente, en el cantar de Anseis de Cartage (tal vez de la Cartaginense), inspirado en la leyenda castellana de don Rodrigo, el último godo, la península queda finalmente pacificada por los francos. El lector habrá advertido la constante desfiguración histórica que suponen estos cantares en su conjunto, que nos llevan a una España toda ella hecha cristiana por los francos por lo menos dos siglos antes de que ellos, con la conquista de Granada, fuera una realidad en la que nada tuvieron que ver los franceses. La epopeya es, en gran medida, un curiosísimo ejemplo medieval de lo que ha venido a llamarse «historia ficción».

La muerte de Carlomagno y el advenimiento al trono de su hijo Ludovico enlaza en cierto modo el ciclo de los reyes de Francia o carolingio con el denominado de Garin de Monglane. Se hace de éste el tronco de un famoso linaje de héroes altivos y fieros que aparecen como defensores del decaído poder real, aunque siempre sean mal recompensados por sus soberanos. Hijo de Garín es Girart de Vienne (así se intitula el cantar a él dedicado), señor feudal que, ofendido por Carlomagno, se desnaturaliza de él y se hace fuerte en Vienne, en el Delfinado, contra los ejércitos reales, y no se llega a la paz hasta que un ángel del Señor se interpone entre Roldán y Oliveros, paladines de ambos bandos, que desde entonces quedarán unidos en entrañable camaradería caballeresca. Al regreso de Roncesvalles, Aymerí, sobrino de Girart, es investido por Carlomagno del peligroso feudo de Narbona, donde el caballero fija su residencia (Aymeri de Narbonne). Tiempo después los siete hijos de Aymerí son enviados a ganarse tierras en países sarracenos, pero todos ellos acuden al lado del padre cuando éste se ve cercado por el enemigo (Les Narbonnais). Muerto Aymeri, hereda la primacía heroica su hijo Guillermo, llamado «el de la nariz aguileña» (luego «de la nariz corta»), el cual defiende la debilidad del rey Ludovico frente a turbulentos nobles que quieren despojarle de la corona de su padre, Carlomagno (Li coronemenz Loois); pero no recibe galardón alguno por su fidelidad (Lecharroi de Nimes), y se adueña del feudo de Orange conquistándolo a los sarracenos (La prise d'Orange). Ya viejo, Guillermo realiza sus mayores hazañas luchando en una feroz batalla contra los mahometanos (Chançun de Willelme y Aliscans), y finalmente se retira a un monasterio, hasta que Dios lo llama al paraíso (Le moniage Guillaume). Este ciclo es denominado, tal vez con acierto, el ciclo de Guillermo.

El llamado ciclo de Doon de Mayence, o Maguncia, pretende agrupar una serie de cantares cuyo tema es la rebelión de señores feudales contra el poder de los reyes de Francia. Cantares como los de Gormont e Lsembart, Girart de Rossilhó, Raoul de Cambrai, Les quatre fils Aymon, Ogier de Danemarche, etc., aunque no unidos temáticamente los unos a los otros, tienen de común el carácter rebelde de sus héroes.

Esta mezcla de fantasía y de historia, este elevar a la categoría de héroes a personajes de escaso relieve histórico, juntamente con la fabulosa geografía en que transcurre este cúmulo de aventuras, de lances, de expediciones, de batallas, de sublevaciones y de amores, dan a los cantares de gesta franceses el mérito de traducir una potente imaginación literaria.

El Cantar de Roldán».

La más antigua de las conservadas y al propio tiempo la más bella de las gestas francesas es el Cantar de Roldán[2] (la Chanson de Roland, nombre dado modernamente a la obra, sin título en el manuscrito original), que conocemos a partir de un texto anglonormando (el francés hablado en Inglaterra) que se puede fechar entre los años 1087 y 1095.

El hecho histórico.

Los acontecimientos narrados en este cantar, cuya acción transcurre sólo en una semana, constituyen una especie de novelización de una desafortunada expedición de Carlos, rey de los francos, a España. Entre el suceso histórico y el texto del cantar que hoy leemos transcurrieron tres siglos, durante los cuales es indudable que la tradición trabajó ampliando y embelleciendo las circunstancias y los protagonistas de aquél, sin duda de un modo similar a lo que debió de ocurrir desde la última histórica destrucción de Troya y la !liada que hoy leemos en hexámetros griegos. En nuestro caso, no obstante, disponemos de datos y de indicios que permiten llegar a unas conclusiones aceptables y que difícilmente puede proporcionar el estudio de aquella tan lejana historia de los pueblos griegos.

El paso de la historia a la gesta, o sea de lo que realmente ocurrió en Roncesvalles al más antiguo de los textos del Cantar de Roldán, nos brinda un excelente ejemplo del nacimiento de una epopeya, y por ello vale la pena de dar una sintética versión de lo que aquí entra en juego. Sabemos que al proclamarse 'Abd al-Rabmán, en Córdoba, emir independiente de los lejanos califas abasidas de Damasco, no todos los musulmanes españoles aceptaron la nueva señoría, y en el norte de la península algunos gobernadores o reyezuelos se opusieron a Abd al-Rabmán, incluso con las armas, y la ciudad de Zaragoza se mantuvo fiel a Damasco. Algunos de estos gobernadores irreductibles, entre ellos al- Arabi, señor de Barcelona y de Gerona, emprendieron un largo viaje a Paderborn (Westfalia), donde conferenciaron con Carlos, rey de los francos, y lo convencieron de que los apoyara enviando una expedición militar a España, en lo que éste vio la posibilidad de establecer al sur de los Pirineos una especie de protectorado que defendería sus extensos dominios de presuntos ataques por parte de Abd al-Rabmán. Carlos convocó un poderoso ejército, que dividió en dos columnas, las cuales atravesaron los Pirineos por Navarra y por Cataluña y convergieron en Zaragoza, ciudad que, mientras tanto, se había sometido al emir de Córdoba y por ello se cerró a los francos, que no pudieron conquistarla. Carlos, convencido de que había sido traicionado por los moros que fueron a verle a Paderborn, aprisionó a varios de ellos, entre ellos a al-Arabi, y emprendió el regreso a Francia en una sola columna. En la baja Navarra el ejército franco sufrió un golpe de mano de los moros, que consiguieron libertar a al- Arabi; y al llegar a la cumbre de los Pirineos la retaguardia, en la que figuraba Roldán, gobernador o marqués de Bretaña, fue aniquilada por los vascos, que cayeron inopinadamente sobre los francos desde las altas cumbres y los mataron a todos, acción que tuvo efecto el 15 de agosto del año 778.

La deformación legendaria.

Si, conociendo estos hechos, nos aproximamos al Cantar de Roldán, advertimos que es bien cierto que esta gesta narra aquellos acontecimientos, pero que lo hace con una deformación tal que semeja un relato profundamente novelizado, con exageraciones llamativas y admisión de personajes históricos que nada tuvieron que ver con la batalla de los Pirineos y de muchos otros más completamente ficticios, y que da una visión inexacta de España y del mundo musulmán. Lo que en realidad fue una imprevisión estratégica se convierte en el drama de una pasión surgida de la pugna entre Roldán y su padrastro Ganelón, que condiciona la traición por parte de este último; y vemos que, contra toda verdad histórica, el desastre militares vengado en una batalla que a orillas del Ebro mantienen Carlomagno y el emir Baligán, señor feudal del reyezuelo de Zaragoza, que ha acudido desde Egipto para ayudarlo; y vemos también que la traición es castigada tras un proceso y un combate judicial a que es sometido Ganelón, a quien se condena a morir descuartizado.

Esta deformación legendaria ya se hace patente en el breve proemio con que

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