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ENCONTRAR UN EQUILIBRIO


Enviado por   •  29 de Agosto de 2015  •  Informes  •  1.476 Palabras (6 Páginas)  •  67 Visitas

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ENCONTRAR UN EQUILIBRIO

Hay cambios naturales para los que nadie nos prepara. En el año 2009 ingresé al grado sexto, con doce años. En mi colegio se notaba mucho más el cambio de primaria a secundaria porque además significaba un cambio de jornada. De estudiar toda la  mañana, pasé a estar toda la tarde en el colegio. Esa mañana antes de dirigirme al colegio sentía muchos nervios, lo admito, no solo era cambiar de jornada sino también de ambiente, profesores, entorno y, por qué no, comportamiento. Ya no me movería en un ambiente “infantil e inocente” sino en uno más “maduro”, “acorde a mi edad”, decían. Me daba mucho miedo no encajar en esa nueva etapa de mi vida.

¿Ya no podríamos correr en los descansos? ¿Ya éramos responsables de nuestras faltas? ¿Cómo nos miran los mayores? Me hacía todas esas preguntas.

Muchos de mis compañeros hablaban de la gran ventaja de no tener que levantarse temprano, ni tener que correr para que nos dejara la ruta (bueno ni siquiera el colegio tenía una) o simplemente no tener que estar sentado en el aula de clase a las siete de la mañana o muchas veces antes. La verdad es que con el transcurrir de los días me di cuenta de que era preferible levantarse temprano y tener la tarde libre no solo para descansar, hacer tareas, si no, sobre todo, para desarrollar otras actividades que me comenzaron a interesar como la guitarra o el voleibol.

La jornada comenzaba a las 12 del mediodía y finalizaba a las 6:30 de la tarde. Sigo creyendo que en ese pequeño cambio de grado, hay muchas cosas que no se tienen en cuenta en las instituciones: a veces los profesores son severos, no te hablan de la naturalidad del cambio ni te explican por qué. Aún recuerdo a esos profesores que me recibieron en sexto, en especial a dos maestros que se destacaron en todo el bachillerato y en algo aportaron para que hoy quiera seguir el camino de la docencia. El primero fue Milton, uno de esos profesores que tiene vocación y que no solo buscaba que supiéramos la diferencia entre las palabras agudas y esdrújulas; Miton procuraba nuestro crecimiento personal (ser mejores personas para una sociedad) y el amor por la lectura y la escritura, siempre dejándonos claro que ambas cosas son igual de importantes para nuestra formación. Ya lo dice Héctor López Bello en su artículo Una noble y auténtica vocación de servicio: el ser maestro: “Ser Maestro es, ante todo, lograr un cúmulo de satisfacciones trascendentales que no pueden ser medidas ni cuantificadas materialmente, sino que son una riqueza interna que solo aquellos quienes saben que han realizado con responsabilidad su noble labor docente, saben cómo nutren al espíritu”. Su labor no tenía como satisfacción el dinero, ni se limitaba a que supiéramos cómo poner una tilde, para él lo verdaderamente importante era ver como sus estudiantes iban mejorando cada día, no solo en conocimientos, conceptos, sino en valores y principios. No solo éramos un fragmento ni aprendíamos por fragmentos, éramos un todo y en la medida en que algo fallaba en nuestro todo no era posible un buen aprendizaje.

“Un verdadero Maestro tiene plena conciencia que su labor de enseñanza debe estar destinada a traspasar el salón de clase, a tocar los corazones de sus alumnos para transformar sus mentes y, sobre todo, a generar en ellos valores humanos y sociales que muevan al mundo futuro en el que se han de desarrollar”, dice el mismo López Bello. Milton era el mismo tanto dentro como fuera del aula de clase, dispuesto a escuchar y a generar diálogo, era de ese tipo de maestros que se convierten en amigos, pero saben que también deben de regañar cuando es oportuno y felicitar cuando sus estudiantes se lo merezcan, que los resultados de su profesión no se verán reflejados en sus estudiantes de manera inmediata sino que en un futuro verán a estas personas realizadas tanto a nivel profesional como personal, y eso será una gran satisfacción.

Claro que también estaba la otra cara de la moneda, por llamarlo de alguna manera. Luz Dary Zuluaga, profesora de Ética y valores, era una especie de amiga que nos escuchaba y nos daba consejos, una profesora para confiarle cualquier secreto. Solo que su metodología de enseñanza era verdaderamente fría: trataba de ofrecernos ciertos textos con sus respectivos talleres sin pasar por una mínima socialización. Simplemente nos los daba para copiarlos literalmente al cuaderno. Lo que ella necesitaba era que nosotros tuviéramos trabajo durante toda su clase, mantenernos ocupados, aunque muchas veces o la mayoría no entendiéramos lo que hacíamos, porque sabíamos que con solo copiar o realizar un taller ganábamos la materia, sin necesidad de comprender los temas expuestos. Siempre me pregunté si no era esa clase, precisamente la de Ética, la que debía mostrarme cómo asimilar mis cambios, apoyarnos desde la teoría para afrontar un bachillerato con menos golpes.

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