El Alquimista
gabriii12325 de Mayo de 2014
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Historia / El Alquimista
El Alquimista
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Enviado por: cmga89 20 septiembre 2011
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El muchacho se llamaba Santiago. Comenzaba a oscurecer cuando llegó con su rebaño frente a una vieja iglesia abandonada. Decidió pasar la noche allí. Cubrió el suelo con su chaqueta y se acostó, usando como almohada el libro que acababa de leer.
Aún estaba oscuro cuando despertó. Miró hacia arriba y vio que las estrellas brillaban a través del techo semidestruido.
“Quería dormir un poco más”, pensó. Había tenido el mismo sueño que la semana pasada y otra vez se había despertado antes del final.
Se levantó y tomó un trago devino. Después cogió el cayado y empezó a despertar a las ovejas que aún dormían. Siempre había creído que las ovejas eran capaces de entender lo que él les hablaba. Por eso acostumbraba a veces a leerles los trechos de los libros que le habían gustado.
En los dos últimos días, no obstante, su tema había sido prácticamente uno solo: la niña, hija del comerciante, que vivía en la ciudad a donde llegarían dentro de cuatro días. Sólo había estado una vez allí, el año anterior. El comerciante era dueño de una tienda de tejidos y le gustaba ver siempre a las ovejas esquiladas en su presencia, para evitar falsificaciones. Un amigo le había indicado la tienda, y el pastor había llevado sus ovejas allí.
“Necesito vender lana”, le dijo al comerciante.
La tienda de hombre estaba llena, y el comerciante pidió al pastor que esperase hasta el atardecer. Él se sentó en la acera frente a la tienda y sacó un libro de su alforja.
-No sabía que los pastores fueran capaces de leer libros -dijo una voz femenina a su lado.
Era una joven típica de la región de Andalucía, con sus cabellos negros lisos y ojos que recordaban vagamente a los antiguos conquistadores moros.
Se quedaron conversando durante más de dos horas. Ella le contó que era hija del comerciante y habló de la vida en la aldea, donde cada día era igual al otro. El pastor le habló sobre los campos de Andalucía y sobre las últimas novedades que había visto en las ciudades que visitó
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. Estaba contento por no tener que conversar siempre con las ovejas.
-¿Cómo aprendiste a leer? -le preguntó la moza, en cierto momento.
-Como todo el mundo -respondió el chico-. En la escuela.
-¿Y si sabes leer, por qué eres sólo un pastor?
El muchacho dio una disculpa cualquiera para no responder aquella pregunta. A medida que el tiempo fue pasando, el muchacho comenzó a desear que aquel día no acabase nunca, que el padre de la joven siguiera ocupado mucho tiempo y que le mandase a esperar tres días. Se dio cuenta de que estaba sintiendo algo que nunca había sentido antes: las ganas de quedarse viviendo en una ciudad para siempre. Con la niña de cabellos negros, los días nunca sería iguales.
Pero el comerciante finalmente llegó y le mandó esquilar cuatro ovejas. Después le pagó lo estipulado y le pidió que volviera al año siguiente.
Ahora faltaban apenas cuatro días para llegar nuevamente a la misma aldea.
En dos años de recorrido por las planicies de Andalucía, é ...
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