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El Señor Presidente


Enviado por   •  29 de Noviembre de 2013  •  3.397 Palabras (14 Páginas)  •  391 Visitas

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III. La fuga del Pelele: El Pelele huyó por las calles, intestinales, estrechas y retorcidas, de los suburbios de la ciudad.

Medio en la realidad, medio en el sueño, corría perseguido por los perros y los clavos de una lluvia fina. Se desplomó en un montón de basura y se quedó dormido. Los zopilotes le cayeron encima. La noche entera estuvo quejándose quedito y recio.

“Entre las plantas silvestres que convertían las basuras de la ciudad en lindísimas flores, junto a un ojo de agua dulce, el cerebro del idiota agigantaba tempestades en el pequeño universo de su cabeza” (p. 10).

IV. Cara de Angel. El Pelele seguía soñando: “Lo que no tuvo en la vida: un pedazo de cera para masticar como copal, un pirulí de menta, un estanque de peces de colores” (p. 25).

Por una vereda de tierra de color de leche, bajó un leñador seguido de un perro. Sin dejar la carga tiró de un pie al supuesto cadáver, y cuál su asombro al encontrarse con un hombre vivo. Los pasos de alguien que andaba por allí acabaron de turbar al leñador. Si fuera un policía…

— “Vi que lo desenterraba —rompió a decir una voz a sus espaldas— y regresé porque creí que era algún conocido; saquémoslo de aquí…”

El leñador por poco se cae del susto. “El que hablaba era un ángel: tez de dorado mármol, cabellos rubios, boca pequeña y aire de mujer en violento contraste con la negrura de sus ojos varoniles. Vestía de gris. Su traje, a la luz del crepúsculo, se veía como una nube. Llevaba en las manos finas una caña de bambú muy delgada y un sombrero limeño que parecía una paloma.

¡Un ángel… —el leñador no le desclavaba los ojos—,… un ángel —se repetía—,… un ángel!”

Lo sacaron del barranco.

“El aparecido consultó su reloj y se marchó de prisa, después de echar al herido unas cuantas monedas en el bolsillo y despedirse del leñador afablemente”.

V. ¡Ese animal!: El secretario del Presidente acompañó al doctor Barreño unos pasos. El Presidente de la República le recibió en pie, la cabeza levantada, un brazo suelto naturalmente y el otro a la espalda y, sin darle tiempo a que lo saludara, le cantó:

—“Yo le diré dónde, Luis, ¡y eso sí!, que no estoy dispuesto a que por chismes de mediquetes se menoscabe el crédito de mi gobierno en lo más mínimo. ¡Deberían saberlo mis enemigos para no descuidarse, porque a la primera, les boto la cabeza! ¡Retírese! ¡Salga!…, y ¡llame a ese animal!”

Salió el doctor Barreño. Entró en su casa que pedazos se hacía.

“En el Palacio, el Presidente firmaba el despacho asistido por el viejecito que entró al salir el doctor Barreño y oír que llamaban a ese animal”.

Ese animal era un hombre pobremente vestido, con la piel rosada como ratón tierno, el cabello de oro de mala calidad, y los ojos azules y turbios perdidos en anteojos color de yema de huevo.

El Presidente puso la última firma y el viejecito, por secar de prisa derramó el tintero sobre el pliego firmado.

—“¡ANIMAL!

—¡Se…ñor!

—¡ANIMAL!

Un timbrazo…, otro…, otro…. Pasos y un ayudante en la puerta”.

“Minutos después en el comedor:

—¿Da su permiso, Señor Presidente?

—Pase general.

—Señor, vengo a darle parte de ese animal que no aguantó los doscientos palos”.

La sirvienta corrió a preguntar por qué no había aguantado.

—¿Cómo por qué? ¡porque se murió!

—¿Y qué? —dijo el Presidente— ¡traiga lo que sigue!

VI. La cabeza de un general: Miguel Cara de Angel, el hombre de toda la confianza del Presidente entró de sobremesa. (Era bello y malo como satán).

El Presidente vestía, como siempre, de luto riguroso. Encaminó su conversación.

—Te llamé, Miguel, para algo que me interesa que se arregle esta misma noche. Las autoridades han ordenado la captura de ese pícaro de Eusebio Canales. Aunque es uno de los que asesinaron a Parrales Sonriente, no conviene al gobierno que vaya a la cárcel y necesito su fuga inmediata.

El favorito salió… Llegó a la casa de Canales situada en el barrio de la Merced. Salió una señorita de la casa del general y Cara de Angel no esperó más.

—Señorita —le dijo— prevenga al dueño de la casa, que tengo algo muy urgente que comunicarle.

—¿Mi papá?

—¿Hija del general Canales?

—Sí, Señor.

Regresó al fondín de la esquina opuesta a la casa.

Ahí se le presentó el policía Lucio Vásquez.

La Masacuata, la dueña del fondín le contó que Fedina, la mujer de Genaro Rodas andaba contando que la hija del general iba a ser la madrina de su hijo.

Cara de Angel se despidió. Partió a toda prisa con la bufanda negra sobre la cara pálida. Llevaba en las manos la cabeza del general y algo más.

VII. Absolución arzobispal: Genaro Rodas se detuvo. Lucio Vásquez asomó. La Policía secreta no desamparaba ni un momento el Portal del Señor.

Vásquez y Rodas siguieron calles arriba y se colocaron en una cantina llamada El Despertar del León.

El Pelele engusanaba la calle de quejidos. La plaza asomó por fin. Vásquez lo alcanzó a ver. Un alarido desgarró la noche. Vásquez, a quien el Pelele vio acercarse con la pistola en la mano, lo arrastraba de la pierna quebrada hacia las gradas que caían a la esquina del Palacio Arzobispal. Rodas asistió a la escena.

Al primer disparo el Pelele se desplomó por la gradería de piedra. Otro disparo puso fin a la obra. Y nadie vio nada, pero en una de las ventanas del Palacio Arzobispal, los ojos de un santo ayudaban a bien morir al infortunado.

VIII. El Titiriteo del Portal: “A las detonaciones y alaridos del Pelele, a la fuga de Vásquez y su amigo, mal vestidos de luna corrían por las calles sin saber bien lo que había sucedido y los árboles de la plaza se tronaban los dedos en la pena de no poder decir con el viento, por

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