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GABRIELA MISTRAL (ESCRITORA Y POETISA CHILENA)


Enviado por   •  5 de Mayo de 2015  •  1.507 Palabras (7 Páginas)  •  214 Visitas

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RESUMEN BIOGRAFIA DE GABRIELA MISTRAL (ESCRITORA Y POETISA CHILENA)

Quizás fuera el abandono y la tristeza que signaron su infancia lo que la hizo bregar a lo largo de toda su vida por los desposeídos, los niños y los indígenas. Pero esta circunstancia también despertó en ella una necesidad de expresarse a través de la poesía que le valió, en 1945, el Premio Nobel de Literatura, por primera vez concedido a un escritor latinoamericano. Gabriela Mistral

A su padre le debió la vocación poética y la tristeza que marcó en forma indeleble su infancia, transcurrida enteramente en la ciudad chilena de Vicuña -en el valle de Elqui- donde nació el 7 de abril de 1889.

Es que, siendo apenas una niña, Lucila Godoy Alcayaga, conocida mundialmente con el seudónimo de Gabriela Mistral, sufrió el impacto del abandono paterno. Jerónimo Godoy, en efecto, se marchó un día para siempre, aunque no sin antes haber cultivado en la pequeña el gusto por la poesía y el amor por los campesinos, la tierra, y sus frutos primarios. En la infancia de Gabriela reinaron desde entonces su tía Emelina y su abuela, que por las noches leía la Biblia en voz alta y la iba familiarizando con la poética sensualidad de los versículos del Cantar de los Cantares.

Antes dé terminar la escuela primaria escribe sus primeros versos y traba amistad con algunas compañeras que comparten sus lecturas y juegos. El recuerdo de esos días la acompañará siempre, a tal punto que en su madurez evocó a sus amiguitas con calidez y ternura: Todas íbamos a ser reinas / de cuatro reinos sobre el mar. /Rosalía con Ifigenia y Lucila con Soledad. / Iban las cuatro con las trenzas de los siete años, / y batas claras de percal / persiguiendo tordos huidos / en la sombra del higueral.

A la edad de quince años Gabriela ya publica en un periódico y firma con seudónimos enigmáticos y melancólicos: “Alguien”, “Soledad”, “Alma”. En 1906 comienza a trabajar en una escuela primaria de La Cantera; allí conoce a Romelio Ureta, un empleado de ferrocarril con quien inicia un noviazgo de largas charlas en una sala de pensión provinciana, de paseos y confidencias por los senderos de campaña. Nada en Gabriela revelaba que estuviera viviendo una intensa pasión, pero ese opaco idilio que el tiempo desgastó lentamente dio origen a una de sus obras más importantes, directamente inspirada por el prematuro fin de Romelio que, en 1909, sustrae una modesta suma de la estación de ferrocarriles de La Cantera y cuando es descubierto, se suicida. Impresionada por la tragedia, ese mismo año Gabriela escribe sus célebres Sonetos de la muerte, con los que gana en 1914 los Juegos Florales de la Sociedad de Artistas y Escritores. Es el momento en que comienza la leyenda.

Los lectores de Chile y del extranjero advierten la presencia gallarda e imponente de esa mujer volcada hacia la tierra, los desposeídos y el dolor. Se trata de alguien que habla de materias y texturas simples: pan, harina, miel; del reflejo de una llama de pinos en el rostro de los seres queridos. Poco a poco los versos de Gabriela cobran trascendencia, pero no abandona el magisterio. Hasta 1921 recorre toda su patria enseñando y escribiendo. Es profesora en Traiguén, Antofagasta y Los Andes; directora de liceo en Punta Arenas, Temuco, y Santiago. Su nombre cruza la frontera, atraviesa América, se carga de resonancias misteriosas; es discutido, defendido y vituperado.

Paralelamente, el fervor religioso de Gabriela busca un cauce en forma impetuosa y desordenada: primero se aferra al catolicismo, después a la teosofía y también -por breve lapso- al espiritismo. Se vuelca luego al budismo por influencia de las suaves poesías de Rabindranath Tagore, pero de ese Oriente que predica amor y paz entre los hombres retorna años después al catolicismo completando así un accidentado ciclo.

Entre tanto, los dorados salones de la aristocracia chilena se abren para ella. Las señoras de linaje admiran el carácter indomable pero tierno de Gabriela, ya una luchadora que enarbola la bandera del feminismo. La poetisa, a quien poco le importa su propio aspecto exterior, sabe apreciar en otras las sutilezas del arreglo femenino ye s cautivada por esas damas elegantes y refinadas, aunque su asiduidad con la clase alta no tarda en inspirar nuevas críticas; es tildada de “arribista”.

A esa altura de su trayectoria, su fama ha llegado a otras tierras y en 1922 el ministro de educación de México, José Vasconcelos, la invita a viajar a ese país

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