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Hugo Montes y Mario Rodríguez

juanamatilde22 de Agosto de 2013

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por Hugo Montes y Mario Rodríguez

PRÓLOGO

La poesía chilena del siglo XX es una poesía singular y compleja que cuenta con valores universalmente reconocidos. El Premio Nobel que Gabriela Mistral obtuvo en 1945 es un símbolo de tal reconocimiento. Pablo Neruda y Vicente Huidobro integran junto a ella el trío de los grandes, que tiene valiosísimos compañeros, antecesores y seguidores. Estudiar a uno de ellos -Nicanor Parra- es el objeto del presente libro. Su cabal conocimiento, por lo mismo, supone el de la tradición lírica en que su obra aparece, no importa si con signo positivo o negativo. Precisamente la dilucidación de este problema ocupa varias páginas del presente trabajo.

El libro está centrado en la creación de Nicanor Parra, la cual es vista -como dice el título- en términos de una tendencia literaria precisa: la poesía de lo cotidiano. O sea, se la muestra como la expresión válida de una de las múltiples posibilidades poéticas de hoy. La casa de la poesía tiene muchas moradas, y no cabe hacer de una de éstas toda la mansión. Mas ello no impide el análisis pormenorizado de uno de los cuartos, cuando -como ciertamente ocurre en este caso- posee particular relevancia hoy día. En la medida que procede, se vincula al poeta estudiado con quienes en alguna forma participan de su tendencia. Por razones obvias, esas relaciones son sumarias y pretenden sólo aclarar cuestiones consideradas centrales por los autores; no pretenden constituir un objetivo específico de trabajo, el que podrá ser abordado en otra ocasión.

La bibliografía que acompaña al texto muestra hasta qué punto Nicanor Parra no ha sido bien estudiado todavía. Su obra ha suscitado antes que nada comentarios y críticas de periódicos, en algunos casos de interés, siempre insuficientes. Ello, junto con justificar el libro que el lector tiene en sus manos, explicará muchas de sus limitaciones y deficiencias.

LA ANTIPOESÍA DE NICANOR PARRA

Por Hugo Montes Brunet

1.- INTRODUCCIÓN

Decía Vicente Huidobro que los premios literarios eran galardones dados por unos señores muertos a otros medio muertos para terminar de matarlos. No es el caso del Premio Nacional otorgado a Nicanor Parra en 1969. Integraban el Jurado, entre otros, José Miguel Ibáñez, Jorge Millas y Ernesto Livacic. Nada de medio muerto es el agraciado y las consecuencias parecen hasta ahora ser más vitalizadoras que mortales. En todo caso, la distinción lleva a una cima todo un proceso de afianzamiento de la fama de Nicanor Parra, fácilmente perceptible en las ediciones y reediciones de sus libros, en las traducciones, en la crítica y en la inclusión de sus poemas en antologías variadas. Hasta le ha llegado el reconocimiento oficial que significa su inclusión en los Programas de estudio para la Enseñanza Media.

Es un hecho que el autor va de subida en su nombradía y que ésta alcanza a llegar al público grueso. El nombre de Parra es asociado ya por muchos sectores al de los grandes de la poesía nacional: Prado, Huidobro, la Mistral y Neruda. En España y Estados Unidos se le cita, se le compara, se le menciona como una esperanza y como una realidad.

Los libros de Nicanor Parra son cortos, dejan grandes espacios en blanco; además, son pocos. Entre Cancionero sin nombre (1937) -obra primera- y Poemas y antipoemas (1954) -la segunda- transcurrieron diecisiete años. Luego, La Cueca larga (1958), Versos de salón (1962) y Canciones rusas (1967). En 1969 se reúne lo más de lo publicado y se añaden poemas inéditos bajo el título Obra gruesa.

Es curioso tanta parquedad, porque a primera vista parece que los poemas surgieran sin esfuerzo, como de paso.

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