Juan Montalvo
enrique_cesar_2131 de Mayo de 2015
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Digo enteramente -porque, aun ignorando la obra, de seguro se han leído algunos fragmentos de ella, como que diarios y revistas reproducen de cuando en cuando, con muy buen acuerdo, partes de tan hermoso libro, como para obsequiar á sus leyentes con un trago de vino generoso.
Es verdad que las obras de Montalvo no son fáciles de obtener, salvo quizás, relativamente. Siete Tratados, Capítulos que se le olvidaron á Cervantes y Geometría moral, editadas en Europa, las dos últimas después de muerto el autor; es verdad que su nombre es más célebre que sus obras", que éstas no han llegado ni quizás llegarán nunca, dada la naturaleza de semejantes escritos, al vulgo de lectores; pero también es verdad que casi todos los americanos, máxime los del extremo norte de la América del Sur, que mejor lo conocemos, aunque lo conocemos mal, nos sentimos orgullosos de contar entre los próceres de las letras a tan insigne maestro. Su influencia, la influencia de su estilo, si no la de su ética, es patente al través de las generaciones. Siempre hay en tal o cual República tal ó cual escritor en quien se advierte, como en la tierra el surco abierto por el arado, la huella de la pluma que escribió las Catilinarias. Es también don Juan Montalvo de los autores á quien citamos más á menudo en América cuando nos referimos á estilistas castellanos, poniendo su nombre entre los de Baralt y José Martí, o cuando nos enorgullecemos de poseer filólogos que penetraron hasta los silos del idioma y sacaron al sol el alma de la lengua y entonces repetimos el nombre de don Juan Montalvo, entre los de don Andrés Bello y don Rufino Cuervo. Por último, sabemos vagamente que fue un rebelde, un irreductible y como á tal lo citamos. Pero á ciencia cierta, ¿qué conoce la generalidad del carácter y de la vida de Montalvo? Nada, casi nada, bien poco.
Montalvo murió ayer, puede decirse, puesto que falleció en enero de 1889; su obra es de constante contemporaneidad; su influencia en las nuevas generaciones americanas, por lo que respecta al lenguaje, se mantiene viva en tal cual escritor; los contemporáneos de aquel hombre singular, amigos y adversarios, existen aun en muchedumbre, — sin embargo, la vida de Montalvo, la verdadera vida, los detalles, nos son casi desconocidos á todos, y una vegetación de leyendas empieza a florecer sobre la tumba del maestro y á desfigurar aquella fisonomía. Estas leyendas que trepan como enredaderas sobre la estatua y la ocultan á los ojos del que pasa y quiere observar, no son sino desviaciones de la gratitud y de la admiración. En vez de plantar un árbol -junto al sepulcro del maestro hemos plantado un bosque. El hacha tiene mucho que hacer en torno de esa tumba. La gran lección de ese apóstol, la gran moral de ese ejemplo, la gran verdad de esa vida deben aprovecharse intactos y escuetos. Es necesario que la podadera termine con toda la vegetación lujuriosa de falsedades tropicales y que aparezca en obra digna de perdurar una. Vida de Montalvo y un Examen critico de sus obras. Los admiradores del maestro nos deben esos libros.
En América debemos convencernos de que no basta producir varones ilustres, que es necesario merecerlos, honrarlos, estudiarlos y mantener encendido el fuego de Vesta en torno de aquellos nombres que lo merezcan, entendiendo por tal fuego, no el aplauso desacordado é ininteligente, sino la escudriñadora mirada que explica lo que advierte y el afecto vigilante que, como grano de sal, guarda en sazón lo que sin ese grano conservador vendría á parar en cuerpo manido.
Es así, por medio de esa cadena de solidaridad entre las generaciones, cómo los muertos nos gobiernan desde el fondo de sus tumbas, cómo no hay solución de continuidad, en las letras de un pueblo, cómo el alma nacional se acentúa, cómo el arte y los artistas pueden tener historia en Hispano América.
No repitamos jamás, en sentido disociador, el verso de Longfello w :
Let the dead Past bury ist dead !
Don Juan Montalvo nació en Ambato, República del Ecuador, hacia el año de 1833. De sus padres habla en los Siete Tratados; y en una carta á don Julio Galcaño, desde París, en octubre de 1885, escribió:
«Lo que hay de sangre española en mis venas me viene de Andalucía y no de Galicia. Anduluz fue mi abuelo paterno don José Montalvo y de Andalucía pasó este nombre á Cuba, donde se formó la opulenta familia que hoy lo lleva ennoblecido, yo no sé si por sus altos fechos, ó por los millones del viejo Conde de Montalvo que murió ahora ha algunos años en París.»
Pero como don. Juan carece de preocupaciones nobiliarias. agrega en su epístola: <« Lo cierto es que el marquesado y el condado son hoy en día tan baratos, que tan solamente por prurito democrático no es conde ni marqués cualquier indiete que asoma por ahí con cuatro reales.»
Montalvo pinta a su madre como á una hermosa dama y á su padre coma á caballero de gentil prestancia. Su padre poseía un campo, según me informan, cerca de Ambato. Entre ese campo y ese pueblo corrieron la infancia y la adolescencia de Montalvo.
Ambato es un pueblecillo de los Andes equinocciales, no mayor de 8.000 habitantes. El pueblo, situado en un valle entre los montes sublimes, tiene en su torno la soledad, que tanto amó don Juan Montalvo, rocas, turbiones, quebradas profundas, todo el aparato imponente de la naturaleza tropical y toda la exuberante vegetación de la zona tórrida. Disculpándose de por qué acometió la empresa de continuar el Quijote en los Capítulos que se le olvidaron á Cervantes, Montalvo pinta su Ecuador nativo y arguye que el medio grandioso predispone á los atrevimientos intelectuales. He aquí sus palabras : « El espectáculo de las montañas que corren á lo largo del horizonte y obscurecen la bóveda celeste haciendo sombra para arriba; los nevados estupendos que se levantan en la Cordillera, de trecho en trecho, cual fortificaciones inquebrantables erigidas allí por el Omnipotente contra los asaltos de algunos gigantes de otros mundos enemigos de la tierra : el firmamento en cuyo centro resplandece el sol desembozado, majestuoso, grande, como el rey de los astros : las estrellas encendidas en medio de esa profunda pero amable obscuridad que sirve de libro donde se estampa en luminosos caracteres la poesía de la noche : los páramos altísimos donde arrecian los vientos gimiendo entre la paja cual demonios enfurecidos : los ríos que se abren paso por entre rocas zahareñas y despedazándose en los infiernos de sus cauces, rugen y crujen y hacen temblar los montes', estas cosas infunden en el corazón del hijo de la naturaleza ese amor compuesto de mil sensaciones rústicas, fuentes donde hierve la poesía que endiosa á las razas que nacen para lo grande.»
Cerca del pueblo donde nació Montalvo corre un río. el río de Ambato. Allí se iba don Juan adolescente; arbitraba los medios de allegarse á un gran peñón que se irgue, pecho afuera, en el centro de la corriente, y sobre la peña del agua se instalaba el soñador horas y horas, sólo con sus pensamientos y sus libros. En vano los vecinos le aconsejaban se precaviera contra una de esas violentas acrecidas de nuestros ríos. Don Juan sonreía del consejo. El placer de la soledad bien podía comprarse al precio de un susto. Y este amor del aislamiento fue tan absorbente en Montalvo desde sus más verdes mocedades, que no contento de su Ambato solitario y de su río campestre, íbase por temporadas á Baños aldehuela de cien casas, á siete horas de Ambato, en el oriente del Ecuador. Baños es pintoresco sitio andino donde a más de soledad encontraba Montalvo otro tesoro : -panoramas magníficos y la hermosa cascada de Agoyán, ese Niáraga ó Tequendama del Ecuador. Allí estudió, allí sonó, allí meditó, y, dados la edad y el temperamento rijoso de don Juan, puede asegurarse de firme que allí amó.
Montalvo, como otros dos americanos, de los más sabios en punto á letras. Bello y Baralt, fue un autodidacta. Pero mientras Bello completó su aprendizaje con diez años de Londres, Montalvo, como Baralt, salió de sus breñas nativas armado de todas armas. Excluyendo una estada en Europa de1858 á 1860, — y otra hacia 1869 de que no puedo fijar la duración, pero nunca mayor de dos años, — cuando Montalvo se radica en París, es para publicar los Siete Tratados, escritos en parte, según parece, en Ipiales, pueblecito de Colombia por el estilo de Ambato, donde fijó su tienda de proscrito durante varios años. Fue á partir de 1882, quizás, cuando Montalvo arraigó en París, donde iba á fallecer. Es cierto que Montalvo hablaba enEl Espectador, en 1886, de los ocho años de Europa de sus tres viajes; y que en los Siete Tratados, impresos en 1882, en Besanzón, se descubre que ha recorrido Europa; pero ya el escritor para 1882 y hasta para 1869 y hasta para 1858 estaba formado y el erudito, de seguro, no hizo sino acrecer su caudal de ciencia. En 1858 contaba Montalvo veinticinco años y á los veinticinco años en cualquier parte, pero mayormente en la prematura América del trópico, un escritor de raza está formado, no ya en flor sino en sazón. El caso de Montalvo tiene más similitud con el de Baralt que con el de Bello, ya que Baralt también había escrito no sólo páginas admirables sino su Historia de Venezuela, que es su obra maestra, antes de fijarse en España. Es más: fue á residir en España precisamente porque su país, al que acababa de erigir un monumento, le pagó al historiador persiguiéndolo: ninguno de los contemporáneos, comenzando por Páez, Presidente de la República, estaba contento con Baralt, que se había reducido a la escueta verdad, sin lisonjas para los vivos ni para los muertos. España,
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