ORFEO Y EURÍDICE
cesar63016 de Febrero de 2012
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Orfeo recibió de Apolo una lira tal que, cuando la tañía acompañándola del canto maravilloso que le enseñara su madre, la musa Calíope, acudían los pájaros, los peces, las aguas, los animales e incluso los árboles y las rocas, para escuchar los sones celestiales.
La esposa de Orfeo era la encantadora náyade Eurídice, y entre ellos existía un entrañable amor. Pero su dicha fue breve, porque apenas se habían extinguido las alegres canciones de la boda, cuando una muerte prematura arrebató a la esposa.
Mientras paseaba Eurídice por los campos en compañía de las ninfas, una víbora oculta en la hierba le mordió el talón y la joven cayó moribunda en los brazos de sus atemorizadas amigas.
Desde aquel momento resonaron en montes y valles los sollozos y las quejas de las ninfas, a los que le hacían coro los lamentos y cantos de Orfeo, que expresaba su dolor en las melancólicas tonadas. También le acompañaban en su pena las aves, los ciervos y los corzos. Pero ni las súplicas ni las lágrimas le devolvieron el perdido tesoro.
Entonces Orfeo tomó una insólita resolución: descendería al reino de las sombras para mover a la real pareja del Hades a que le devolviesen a su Eurídice.
Emprendió el descenso por las puertas del infierno; en torno a él flotaban las almas de los muertos, pero él siguió avanzando por entre los horrores del Orco, hasta llegar al trono del pálido Hades y su severa esposa. Una vez allí, Orfeo tomó la lira y comenzó a cantar, al dulcísimo son de sus cuerdas:
-¡Oh, soberanos del imperio de los infiernos, permitidme que os diga palabras de verdad y escuchad benévolo mis súplicas!.. . No he llegado hasta aquí impulsado por la curiosidad ni para encadenar al can de las tres cabezas; fue el amor de esposo el que me condujo hasta vosotros.
Envenenada por la ponzoña de una pérfida víbora cayó mi amada en la flor de su juventud; tan sólo unos breves días fue el orgullo y la alegría de mi morada. He tratado de soportar este dolor inmenso; durante largo tiempo he luchado como un hombre. Pero el amor me destroza el corazón; yo no puedo vivir sin Eurídice
Por eso vine a rogaros, ¡Oh dioses temibles y sagrados de la muerte! Por estos lugares, por estos reinos vastos y silenciosos, devolvedme a mi fiel esposa. Y si ello no es posible, entonces recibidme a mí también entre los muertos: ¡No quiero volverme sin ella!
Así cantó, rasgando las cuerdas con los dedos, y he aquí que las sombras le escuchaban llorando y la sombría pareja soberana se sintió, por primera vez, movida por la piedad. Perséfone llamó a la sombra de Eurídice, que se acercó con paso inseguro.
-¡Llévatela! -dijo la reina de los muertos- pero recuerda una cosa: sólo te pertenecerá si no le diriges una sola mirada antes de que hayas franqueado la puerta del Hades; pero si la miras antes, la gracia te será retirada.
En silencio y con paso rápido remontaron ambos el tenebroso camino, envueltos en lo terrores de la noche. Se había apoderado de Orfeo un ansia indecible; aguzaba el oído tratando de percibir la respiración de su amada, el roce de su vestido; pero entorno a ella reinaba un silencio total, absoluto. Dominado por la angustia y el temor, perdió el dominio de sí mismo y se atrevió a dirigir una rápida mirada hacia atrás. Entonces vio a Eurídice, sus ojos fijos en él, con expresión de amor y tristezas infinitas que se desvanecía en el espantoso abismo. Desesperado, Orfeo en vano le tendió los brazos. Por segunda vez, Eurídice, sufrió la muerte sin quejarse. Casi había desaparecido ya de su vista cuando “Adiós! ¡Adiós!, dijo su voz en un eco apenas perceptible.
Orfeo quedó como petrificado de pesar y terror, pero en seguida se precipitó en la tenebrosa sima; sin embargo, esta vez Caronte
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