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Pablo Macera

ANSHIENA22 de Abril de 2012

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La vocación por la historia y otros temas

Entrevista a Pablo Macera

Doctor, ¿cómo nació su vocación de historiador?

No estoy muy seguro, porque en los años finales de la secundaria lo que más me interesaba era Biología; hasta pensé en algún momento postular en San Marcos a esa disciplina, pero en ese entonces para los cursos de Ciencias y por consiguiente para Biología se exigía Matemáticas, mientras que estaba excluido ese curso para la línea de Letras; yo era muy malo en matemáticas, entonces no podía elegir Biología. No creo tampoco que yo haya tenido al comienzo un interés muy definido y muy claro por la Historia. De hecho, mi postulación inicial fue para la Facultad de Derecho. Ahí también ocurrió que cuando estudié el primer año de Derecho en San Marcos la verdad es que los cursos y los profesores no eran de interés, con una excepción, José León Barandiarán. Sus clases eran magistrales. Lo único que me ha quedado de ese tiempo es la lectura de Kelsen.

Además fui un estudiante muy irregular. Ingresé a la universidad a los 16 años, en 1945 o 1946, no estoy muy seguro. Terminé mi carrera de historiador (si es que existe) y me gradué en 1960. Es decir que demoré catorce años y debo haber sido una verdadera vergüenza y un caso clásico de “estudiante eterno”. Por eso no me siento con mucho derecho de juzgar y condenar a los que se encuentran en situaciones parecidas. Desde luego que puedo dar explicaciones y culpar de esa demora a las dificultades económicas, psicológicas o familiares. Pero creo que en el fondo lo mío, desde luego en forma inconciente, ocurre con mucha frecuencia entre los peruanos y en países parecidos al Perú que padecen de lo que llamo las ganas de no nacer.

Por otro lado, en el caso de Derecho cometí un error. Por entonces para las prácticas de la carrera tomé contacto con don Ismael Bielich por encargo y recomendación de mi padre. Bielich y mi padre eran muy amigos. Mantenían amistad pese a los apartamientos políticos porque en los años 30 Bielich fue secretario nacional de política del Partido Aprista y mi padre subsecretario nacional de política. Ambos se apartaron del aprismo a partir de la llamada Revolución del Agustino. Por ese tiempo Haya de la Torre encomendó a Bielich y a mi padre que tomaran contacto con fuerzas políticas democráticas, para crear un frente electoral que permitiera reemplazar o suceder a Benavides; pero sin que lo supieran Bielich ni mi padre, al mismo tiempo Haya pensó que era conveniente tener una suerte de seguro, de segunda carta que consistió en un golpe de Estado, cuyo comando fue confiado al entonces líder aprista Rivera Schreiber. Bielich y mi padre ignoraban totalmente esta decisión, y de pronto se encontraron con que estallaba este golpe que fracasó completamente, y que ellos quedaban por otro lado desautorizados frente a las fuerzas democráticas con las que habían tomado contacto: ambos decidieron apartarse de la acción política.

Cuando visité a Bielich, inmediatamente aceptó que practicara en su estudio, pero me sugirió que fuera a la Católica donde él era profesor. Lo cierto es que en la Católica tampoco encontré profesores estimulantes, con una sola excepción, el doctor Vega, quien bajo la apariencia de cursos de prácticas en realidad desarrollaba y nos hacía desarrollar teoría. No tuve ningún entusiasmo por el Derecho. Mal que bien con muchos atrasos llegué hasta el penúltimo año de la carrera pero luego me aparté definitivamente. Del otro lado, la Facultad de Letras de San Marcos donde yo había iniciado mis estudios era muy dispareja. Había maestros muy estimulantes, pero había también otros que hacían un esfuerzo por cumplir y honestamente lo conseguían a medias. De aquellos años recuerdo con devoción y admiración las clases de Psicología de José Russo Delgado, realmente geniales, muy estimulantes. Fue uno de los pensadores perdidos del Perú. Hablamos de 1946. Russo fue deportado del país en 1948; era líder aprista; volvió ya en 1956, y entonces muchos de los que fuimos sus alumnos acudimos masivamente a escuchar sus clases sobre Heidegger.

Pero cuando uno escucha mencionar los nombres de Luis Valcárcel, Raúl Porras Barrenechea o de Jorge Basadre como representantes de las Ciencias Sociales en San Marcos, no se advierte bien que por lo menos en los primeros años no se tenía contacto con ellos. Yo no escuché clases de Porras ni de Basadre. Sí escuché las clases de la doctora Dunbar Temple, que traía una propuesta novedosa, la historia de las instituciones siguiendo la línea que habían empezado en España Vicente Rodríguez Casado y la Escuela de Sevilla; pero por más que era novedosa la propuesta, la apertura que recomendaba, tampoco era para despertar gran entusiasmo. Por lo que yo más o menos recuerdo, el mayor desarrollo de las Ciencias Sociales en San Marcos en ese entonces era el de la Antropología, debido a la asociación entre dos personas muy diferentes en edad y en actitud pero coincidentes en sus proyectos científicos: por un lado don Luis Valcárcel que era un patriarca y un sabio, y de otro lado José Matos Mar de quien yo no he sido necesariamente amigo pero en el que reconozco, como lo deben hacer todos, su capacidad de impulso, de organización; el Departamento de Antropología de San Marcos, con el que yo no estuve vinculado, fue un ejemplo no solamente dentro del Perú sino para toda Latinoamérica. Fue además el núcleo innovador para el desarrollo moderno en el Perú de la Sociología y la Arqueología. La Sociología era apenas un anexo del departamento de Historia y estaba bajo el control de Roberto Mac Lean Estenos, inteligente, muy poderoso, temido. Cuando Mac Lean fue deportado por Odría, Antropología aprovechó positivamente e inició cursos informales de Sociología a cargo de Francois Bourricaud. Ese fue el comienzo de las vocaciones de Cotler y Quijano.

Pero a mí no me entusiasmaba la Antropología. Podía impresionarme mucho más la Arqueología, pero al año siguiente que yo ingresé murió Julio C. Tello y la Arqueología quedó muy mal representada. Hubo personas admirables, verdaderos sabios, como Toribio Mejía Xesspe o el padre Villar Córdova, pero no tenían el liderazgo que había ejercido Tello. De hecho, la Arqueología una vez más tuvo que ser desarrollada desde la Antropología, siguiendo una línea que ya había iniciado Valcárcel cuando fue director del Museo de la Cultura Peruana y que hacia 1950 formó la arqueología moderna con la presencia en el Perú de jóvenes arqueólogos norteamericanos (Lanning), y la formación de los primeros arqueólogos peruanos como Bonavia, Ravines, Rosa Fung y Lumbreras. Pero todo esto ya es en años muy posteriores a aquellos en los cuales yo debía tomar una decisión sobre cual iba a ser mi carrera, mi elección científica o profesional.

En realidad yo no estaba muy seguro de que era lo que iba a terminar por estudiar, por lo que recuerdo no eran muchos entonces los que tenían claro además su vocación. La mayoría se seguía preguntando ¿qué vamos a ser?, ¿qué haremos?, o ¿qué seremos? Un hecho que marcó mucho mi definición fue el contacto con Raúl Porras Barrenechea en 1951, o sea años después de haber yo ingresado a San Marcos, cuando él se reincorpora al Perú después de haber estado en la embajada peruana en Madrid. Porras era un gran profesor, un historiador con entusiasmo por los temas, admirable en la disertación; trabajé con él desde 1951 hasta 1956 y luego, después de su elección como senador, lo continué visitando pero ya no con la misma frecuencia. A mí no me interesó el campo de investigación propio de Porras, o sea el siglo XVI, la conquista, más bien me interesó el siglo XVIII; lo percibía como un momento de gran cambio no solo en el Perú sino en términos mundiales.

Mi vinculación con la Historia en 1951 coincidió con el I Congreso de Peruanistas convocado ese año por la Universidad de San Marcos en celebración de su cuarto centenario. Lo presidió Raúl Porras Barrenechea. Este primer congreso fue una convocatoria extraordinaria a la cual asistieron estudiosos de diferentes países (Paul Rivet, Trimborn, Marcel Bataillon, Wendell Bennet…). El Departamento de Historia de San Marcos guardó las numerosas ponencias presentadas a ese congreso. Las clasificó y preparó para su edición. Desgraciadamente la mala voluntad de algunas autoridades universitarias contra Raúl Porras impidieron su publicación. Quizás por eso muchos ignoran hoy día la existencia de ese primer congreso. Por lo menos dos universidades (la Universidad de Lima y la Universidad de Harvard) se han atribuido por separado la convocatoria de algún I Congreso de Peruanistas, cuando les correspondería el segundo y tercer lugar. Creo que el año entrante habrá un cuarto o quinto congreso de peruanistas en Chile que de nuevo habrá de ignorar la existencia del primer congreso de 1951.

Ya en la carrera de Historia, ¿qué libros influyeron en esta etapa inicial?

La verdad es que nosotros no tuvimos una buena orientación de lecturas, temo que eso ocurre también hoy en día. Había una lectura intensiva de las crónicas, para aquellos que estuvimos cerca de Raúl Porras. No tuvimos la suerte, al menos yo no la tuve, de ser alumnos de Jorge Basadre; mi vinculación y amistad con Basadre ocurrió mucho después, es muy tardía. Y yo encuentro que las lecturas que nos proporcionaban eran bastante repasadas, y temo que es también lo que hoy ocurre en San Marcos y en las universidades nacionales. Hace diez años yo insistía mucho en esto y pedí a algunas colaboradoras mías que hicieran un listado de todas las revistas de Ciencias Sociales (historia,

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