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Reflexion Semiolinguistica


Enviado por   •  11 de Febrero de 2015  •  707 Palabras (3 Páginas)  •  149 Visitas

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Un reloj para toda la vida

En mi familia siempre me han relacionado con mi padre, pues además del gran parecido físico, compartimos gustos especiales por objetos o estilos de vida. Dice mi abuela que verme a mí, es ver reflejada la infancia de mi padre, claro que un poco menos dura, pues ya que el no tuvo a ese ser (un padre) tan esencial en la vida de todo niño. Mi padre, para mí, es un ejemplo a seguir, no tanto por lo material, si no que en cambio, por su personalidad o por la forma de ver y afrontar las cosas.

Aún recuerdo el día de mi cumpleaños número ocho, como si hubiese sido ayer, pues ese día a pesar de haber recibido bastantes regalos y felicitaciones por parte de familiares y compañeros, me sentía bastante inconforme y hasta vacio, pues días anteriores mi padre había viajado, no dijo su rumbo ni cuándo llegaría, el caso es que ese día no fue nada especial para mí, me hacía falta su presencia, su olor, su voz recia y gruesa cantándome el feliz cumple años, y por supuesto y no menos importante, su regalo. Al final de la noche casi entre las once, once y media un mensajero tacaba a la puerta con una caja en sus manos insinuándole a mi madre que dicha caja era para mí, lo se nos hizo extraño ya que la correspondencia parecía haber sido enviada desde Italia por parte del señor Henao, dentro de la caja se encontraba lo que para mí, incluso hoy en día sigue siendo el objeto con más significado sentimental, era un reloj, con apariencia bastante señorial y grande para mi edad, cosa que nunca me importó y sin dudarlo me lo puse aún sin avergonzarme de que este colgase de mi delgada muñeca.

Mis compañeros de clase, incluso maestros y familiares se burlaban de mí por portar aquel reloj, evitaba no jugar con mis compañeros ya que en mi existía un miedo porque este se dañase, recuerdo que en clase no hacía más que mirarlo y ver como pasaban las horas, los minutos para llegar a casa con la esperanza de que mi padre ya hubiera llegado. Después de un día de colegio, bastante pesado por cierto tuve la dicha de ya en la casa encontrarme con mi padre y de igual manera como un perro expresa su dicha al ver nuevamente a su amo, lo abracé durante varios minutos y disfrute más que nunca su olor característico, el reloj coincidencialmente, como un cronometro que ya se había detenido después de alcanzar su determinado tiempo o lo que para mí fue un logro, me asusté y le dije que que había sucedido, mi padre me miró y me dijo que no me asustara, que este no se había averiado, que solo necesitaría un cambio de pila.

Fue allí donde entendí la fortuna pero a la vez la desgracia del paso del tiempo, por un lado porque aprendería a disfrutar cada día más de su presencia, y del otro, a vivir con el temor de que este mismo me lo quitara, pero en esta ocasión e inevitablemente para siempre. Desde ese día, y a pesar de contar con

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