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Cazadores


Enviado por   •  5 de Abril de 2012  •  1.185 Palabras (5 Páginas)  •  372 Visitas

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científicos entre piezas de tela, escuchando durante seis años el tintineo de la

campanilla del cajón del dinero, y teniendo que mostrarse siempre amable con la

larga fila de comadres holandesas que regateaban hasta el último centavo en forma

desesperante. Pues bien, ¡durante seis años, esta fue su universidad!.

A los 21 años, Leeuwenhoek abandonó la tienda y regresó a Delft; se casó y abrió

su propia tienda de telas. En los veinte años que sucedieron se sabe muy poco de él,

salvo que se casó en segundas nupcias y tuvo varios hijos, que murieron casi todos de

tierna edad. Seguramente fue en ese período cuando le nombraron conserje del

Ayuntamiento de Delft y le vino la extraña afición de tallar lentes. Había oído decir

que fabricando lentes de un trozo de cristal transparente, se podían ver con ellas las

cosas de mucho mayor tamaño que lo que aparecen a simple vista. Poco sabemos de

la vida de Leeuwenhoek entre sus 20 y 40 años, pero es indudable que por esos

entonces se le consideraba un hombre ignorante; no sabía hablar más que holandés,

lengua despreciada por el mundo culto que la consideraba propia de tenderos,

pescadores y braceros. En aquel tiempo, las personas cultas se expresaban en latín,

pero Leeuwenhoek no sabía ni leerlo. La Biblia, en holandés, era su único libro. Con

todo, su ignorancia lo favoreció, porque aislado de toda la palabrería docta de su

tiempo no tuvo más guía que sus propios ojos, sus personales reflexiones y su

exclusivo criterio. Sistema nada difícil para él, pues nunca hubo hombre más terco

que nuestro Antonio Leeuwenhoek.

¡Qué divertido sería ver las cosas aumentadas a través de una lente! Pero,

¿comprar lentes? ¿Leeuwenhoek? ¡Nunca! Jamás se vio hombre más desconfiado.

¿Comprar lentes? No, ¡él mismo las fabricaría!.

Visitando las tiendas de óptica aprendió los rudimentos necesarios para tallar

lentes; frecuentó el trato con alquimistas y boticarios, de los que observó sus

métodos secretos para obtener metales de los minerales, y empezó a iniciarse en el

arte de los orfebres. Era un hombre de lo más quisquilloso; no le bastaba con que sus

lentes igualaran a las mejor trabajadas en Holanda, sino que tenía que superarlas; y

aun luego de conseguirlo se pasaba horas y horas dándoles una y mil vueltas.

Después montó sus lentes en marcos oblongos de oro, plata o cobre que el mismo

había extraído de los minerales, entre fogatas, humos y extraños olores. Hoy en día,

por una módica suma, los investigadores pueden adquirir un reluciente microscopio;

hacen girar el tornillo micrométrico y se aprestan a observar, sin que muchos de ellos

sepan siquiera ni se preocupen por saber cómo está construido el aparato. Pero en

cuanto a Leeuwenhoek...

Naturalmente, sus vecinos lo tildaban de chiflado, pero aún así, y pesar de sus

manos abrasadas, y llenas de ampollas, persistió en su trabajo, olvidando a su familia

y sin preocuparse de sus amigos. Trabajaba hasta altas horas de la noche en apego a

su delicada tarea. Sus buenos vecinos se reían para sí, mientras nuestro hombre

buscaba la forma de fabricar una minúscula lente —de menos de tres milímetros de

diámetro— tan perfecta que le permitiera ver las cosas más pequeñas enormemente

agrandadas y con perfecta nitidez. Sí, nuestro tendero era muy inculto, pero era el

único hombre en toda Holanda que sabía fabricar aquellas lentes, y él mismo decía de

sus vecinos: «Debemos perdonarlos, en vista de su ignorancia».

Satisfecho de sí mismo y en paz con el mundo, este tendero se dedicó a examinar

con sus lentes cuanto caía en sus manos. Analizó las fibras musculares de una ballena

y las escamas de su propia piel en la carnicería consiguió ojos de buey y se quedó

maravillado de la estructura del cristalino. Pasó horas enteras observando la lana de

ovejas y los pelos de castor y liebre, cuyos finos filamentos se transformaban, bajo su

pedacito

...

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