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Monologo De Un Arbol


Enviado por   •  25 de Mayo de 2015  •  868 Palabras (4 Páginas)  •  428 Visitas

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Tan solo un árbol

Quien me ve ahora, espectral y yermo, jamás imaginará lo que fui. Se que de pronto van a derribarme. Así los oí decir a los hombres que llamaron para que acaben conmigo. Me observaron detenidamente y después de fijar el precio se alejaron. Yo hubiera querido gritarles ¡tengan piedad de mí! ¿Pero para qué? ¡Todo hubiera sido inútil! Si ellos no conocen el idioma de los árboles en cualquier momento volverán para cumplir con su tarea. Mientras, como todo el que va a morir, sólo me queda recordar.

Hablaré de mi infancia, de cuando me colocaron, pequeño e indefenso, al lado del ciprés orgulloso de su estatura, con la punta señalando el cielo. Solía decirme: "Vos nunca vas a crecer, serás un insignificante toda tu vida". Yo callaba y me aferraba a la tierra absorbiendo la savia con vigor. Poco pude hacer, porque en mi primer año, la sequía fue implacable. Luego sobrevino aquella copiosa lluvia que entre los humanos llegó a causar estragos. Se habló de gente ahogada, de ríos desbordados, de casas deshechas. Pero para nosotros, los seres vegetales, era el renacer a la vida. Débilmente fue llegando la primavera, secando los pastos anegados. El sol comenzó a aumentar su poder, hasta que una mañana, vimos con alegría el regreso de los pájaros, nuestros mejores amigos. Todos tratábamos de atraerlos: las casuarinas, con ese silbido tan particular; el ciprés con su movimiento pendular; la magnolia despidiendo a bocanadas ese aroma de sus flores. La embriaguez de los tilos. ¡En fin!, ansiábamos darles albergue para gozar con la retribución de sus cantos. De pareja en pareja fueron eligiendo su lugar y así el jardín adquirió una sonoridad musical, capaz de deleitar al más exigente de los entendidos.

Pero nadie se fijaba en mí. Soporté en silencio la humillación de mi soledad, hasta que un leve cosquilleo me sobrecogió. Y- ¡oh maravilla! vi como un pintado picaflor empezaba a trabajar junto al nacimiento de uno de mis brotes. Yo lo observaba ir y venir, casi sin respirar para no espantarlo y cuando todo estuvo terminado, al verlo acomodarse, entonces sí lo hamaqué dulcemente en señal de bienvenida. Fue mi primer amigo, que por ser el primero no se olvida jamás. Pasaron los días, pegué el estirón de la pubertad, para convertirme luego en un magnífico abeto capaz de provocar la envidia de todos los árboles vecinos. En la primavera, zorzales y benteveos pelearon por anidar en mí y hasta por las noches, cuando la luna lavaba su cara en el río, mi verde tomó la apariencia de una nevada intempestiva. Así año a año fui alcanzando la mayor de las alturas. Aquellos que me habían humillado, rendidos ante la evidencia de mi belleza llegaron a condecorarme con la orden del laurel premio especial para los árboles gigantes. Y hubo hasta quienes vinieron de lejos para conocerme, calcular mi edad y atribuir

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