Antologia De Poemas
yoavyeray28 de Noviembre de 2012
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LA INDIA
Autor: Julio Sesto
(Fragmentos)
Público respetable, entre estas sombras
la india va a pasar por la pantalla
y va a hablar de su agónica tristeza,
ella, que siempre supo estar callada...
todo es hablar del indio y de su vida
y de proyectos, para mejorarla...
todo se vuelve leyes y decretos,
papeles y palabras...
todo es hablar del indio decadente
y de su pobre vida relegada,
pero, del sufrimiento de la india,
de la india infeliz, no dicen nada,
no hay quien se acuerde de ella en los papeles,
no hay quien se acuerde de ella en la pantalla,
porque no es una “estrella”, si lo ha sido,
lo fue en su tiempo... y hoy, está eclipsada.
Y ningún cuadro a relucir la expone,
y ningún, libro a relucir la saca,
la tienen ya por muerta y extinguida,
la tienen a desdenes alejada
como una cosa, humillada y sin encantos,
como una bestia de placer y carga.
Y, sin embargo... la india heroica vive
¡para vergüenza de la especie humana,
vive su vida de trabajo rudo,
su vida de pesares y de lágrimas,
sola, sin ilusiones, sin consuelos,
sin fe, sin esperanzas!
Llevamos de sufrir los ojos tristes
y la cabeza baja,
somos las pobres indias que servimos de moldes a la raza:
hoy nos desprecian y nos ven pasar
con una fría indiferencia ingrata,
olvidan que las indias que repudian
fuimos las madres de las hembras blancas,
(algunas de las cuales nos demuestran
tener clara la piel y oscura el alma)
Yo vine desde Aztlán, en aquel éxodo,
cargando al hijo tierno de mis ansias,
y me cansé de llegar, porque traía
a México, en el vientre y en la espalda,
con el hogar a cuestas y descalza,
siguiendo a los guerreros de las tribus
y al Dios que nos guiaba:
las pobres indias íbamos tras ellos
trotando lentas y en sudor bañadas,
y algunas veces, con hijo a cuestas
y otro hijo latiendo en las entrañas.
Así llegamos al soñado valle
en donde en el nopal, se posó el águila
y así fundamos Tenochtitlan,
para que otros llegasen a disfrutarla;
quieras o no. Fuimos crisol fundente
en que sangres adversas se mezclaban,
pero ya no servimos para eso,
pero ya no tenemos importancia
y ni para el amor nos solicitan,
porque hoy los hombres “las prefieren blancas”;
somos las flacas indias del olvido,
sucias, degeneradas,
somos las pobres indias del pasado,
sombrías, cabizbajas,
y sin embargo, fueron estos pechos duros
los que nutrieron a la raza,
y todos fingen,
y todos los que fingen ignorarme
salieron de mi pasta.
Hombre blanco que mandas y gobiernas,
y que de tanto hacer, nunca haces nada,
abre los ojos para ver la vida que hace
tu pobre india abandonada,
¿no la sientes pasar por tu conciencia?
¿no la miras pasar frente a la cámara?
pues en la sorda ¡América!
la india es hambre y desnudez,
dolor que pasa. Adóptala una vez legislador,
dándole a comprender que eres su tata,
y en una de tantas siestas del congreso
pugna por redimirla y reivindicarla.
Ella no tiene vicios refinados
y en espíritu y cuerpo, es pura y santa,
aunque vengan a México mil modas,
aunque vengan a México mil razas,
quedará siempre en el crestón del monte
donde anidan las águilas,
como producto de una sangre “pura”
¡una brava india mexicana”
¡Aún dicen que el pescado es caro!
Marcos Rafael Blanco Belmonte
Cuatro tablas unidas a una peña
que borda con espuma el mar rugiente,
una red, una barca muy pequeña,
y un chiquitín rubillo y sonriente,
durmiendo en pobre cuna...
compendían el amor de los amores,
la dicha, el bienestar y la fortuna
de humildes y sencillos pescadores.
Cuando entre nubes de zafir y grana,
despierta el rojo sol por la mañana,
por buscar la comida de su hijuelo
entonando dulcísimos cantares,
el ave, cruza la extensión del cielo;
y raudo, como el ave, el barquichuelo
surca las olas de los turbios mares.
Cuando mueren del sol los resplandores,
cuando el lucero de la tarde brilla
con trémulos fulgores,
desgarrando los velos de la bruma,
a su nido retorna la avecilla;
entre montañas de bullente espuma,
retorna al nido que labró en la orilla.
Y, en el nido roquero,
donde gozoso el pajarillo canta
y en el modesto hogar que se levanta
sobre el peñón costero,
el pájaro y el hombre
gustan los goces del amor fecundo;
inefable placer, dichas sin nombre,
que ni comprende ni adivina el mundo.
Y los pescados de rosáceo brillo
que saltan en las mallas de las redes,
y las cuatro paredes
que cobijan el sueño de un chiquillo,
y el chasquito del tronco que se quema,
y del hogar las plácidas canciones...
son las notas vibrantes del poema,
que riman, al latir, dos corazones.
Más, a veces, la joven pescadora
regresa a su cabaña
al despuntar la aurora,
y triste llanto su pupila empaña,
y se nubla su rostro bondadoso
al pensar en su esposo
que lucha contra las olas, denodado,
en combate infecundo
por obtener un poco de pescado,
que apenas si se vende en el mercado,
pues dice que es muy caro todo el mundo.
Cuando entre nubes de zafir y grana,
despierta el rojo sol por la mañana,
ya no sale a la pesca el barquichuelo;
y cuando el astro de la tarde brilla
sobre el azul del cielo,
ya tampoco retorna la barquilla,
cual ave errante de cansado vuelo,
buscando el nido que labró en la orilla.
Ya las tablas unidas a la peña
que la mar rugiente azota
y la barca pequeña
por el empuje de las aguas rota,
y la modesta cuna
compendió del amor de los amores...
féretros son que encierran la fortuna
de humildes y sencillos pescadores.
Y los pescados de rosáceo brillo
no bullen en las mallas de las redes;
y las cuatro paredes
son el lecho de muerte de un chiquillo
que agoniza cual débil pajarillo,
falto de pan y dulces afecciones;
ya en el hogar un tronco no se quema,
y el rugir de los fieros aquilones
es la fúnebre nota del poema
que rimaron dos nobles corazones.
Perdida la razón, la pescadora
regresa a su cabaña
al despuntar la aurora,
y triste llanto su pupila empaña;
la pobre mujer llora
la muerte de su esposo idolatrado
y, contemplando un cesto de pescado,
exclama con dolor acre y profundo:
dos vidas a costado
y al quererlo vender en el mercado
¡aun me dicen que caro, todo el mundo!
LAS MANOS DE MI MADRE
(Anónimo)
El otro día,
me quedé mirando
a mi madre descansar,
sentada sobre su silla
con su cabeza inclinada,
pensando quizá en su hogar
o recordando, tal vez
las cosas de aquellos días.
Y con los ojos cerrados
como haciendo una oración,
a lo mejor sin querer
ella se quedó dormida.
Con ternura la observé
y repasé mis recuerdos,
los momentos más felices
que en mi infancia yo viví.
Como se han ido los años,
pero, parece que fue ayer
cuando con ese carácter
de mujer muy decidida,
se afanaba por suplir
las carencias del hogar.
¡No sé por qué!
pero fueron sus manos
las que en esos momentos
me llamaron la atención.
Sorprendida las miraba
sumida en mi discreción.
De pronto esas manos me parecían feas
¡mis ojos me engañan! pensé,
no puede ser,
esas manos significan
demasiado para mí,
y como quien despierta asustada
después de una pesadilla me dije:
¡Son las manos de mi madre!
y al verlas de nuevo las vi hermosas, dignas, fuertes,
incansables, siempre activas
y buscando en todo tiempo
los quehaceres de la casa.
Esas manos fueron tiernas
y débiles un día.
Luego fueron creciendo
y recibiendo fuerzas,
y me imagino ¡que bonitas
se vieron el día de su boda!,
pero el paso de los años
y lo duro del trabajo,
poco a poco las fueron maltratando,
produciéndole callos,
haciéndolas torpes,
pesadas hasta envejecerlas.
Para hacerme dormir,
prepararon mi alimento
que me ayudó a crecer,
evitaron que cayera
cuando empezaba a caminar.
...