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Antologia

rukiamairani25 de Marzo de 2014

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ESCUELA SECUNDARIA TECNICA 36

Cuentos de suspenso y misterio

Hecho por alumnos del 3.-F

Echo en México DF, el 12 de Enero del 2014

Colaboradores de la obra:

Esta antología contiene cuentos de misterio y suspenso los cuales te aran obtener diferentes expresiones

Prologo

La obra que se presentara a continuación esta hecha como un proyecto de alumnos del 3-.f especialmente par a ti, estos cuentos te tendrán en un suspenso del que no podras escapar.

Te sentiras perseguido y asustad y sentiras que tu cuerpo se congela, confundiras la intriga con el suspenso mientras te sumerges en los siguientes cuentos.

Comentarios

`”los cuentos son muy interesantes”

“En general cualquier cuento o novela tiene su propia trama sin embargo es/son de los pocos que me ponen a reflexionar por el misterio y suspenso que me dan, muy bueno/s”

El criminal y el detective

Manuel Fernández

Él lo persiguió durante semanas y semanas. Lo perseguía con el fin de matarlo. Era el asesino más cruel de toda esa ciudad, la sola idea de que había matado a una niña empujándola de un acantilado le daba escalofríos. Sabía todo de él. Había estudiado archivos suyos hasta el hartazgo. Se privaba de comer, de beber y hasta de dormir. Lo único que hacía es buscar y buscar algún indicio que le revele su guarida.Un día como cualquier otro, descubrió su escondite. Su primera reacción fue de sorpresa, todos los indicios apuntaban a que estaba en esa misma habitación, en ese mismo lugar.

Desesperado comenzó a golpear paredes, a patear el piso. Pero no lo encontraba por ningún lado. De repente, una idea se le cruzó por la cabeza – y si… ¿el criminal fuera ÉL? Todo coincidía el lugar, su descripción, ¡hasta su nombre!, ¡como podría haber sido tan tonto! ¡Él era el criminal! Comenzó a golpearse la cabeza fuertemente contra las paredes, debía hacerlo, debía matarse. Por el bien de la sociedad. En eso estaba cuando una alarma sonó y de repente vio todo negro…

-Murió de una rotura en el cráneo causado por los reiterados golpes contra la pared, - declaró la enfermera. – llevaba aquí dos años. Era un detective jubilado, llevaba una vida normal hasta que la trágica muerte de su hija lo arrojó hacía la locura, siempre se sintió culpable de su muerte. La niña se cayó de un acantilado a los 9 años en una excursión familiar, el no la pudo detener. Desde ese día lo único que hacía era leer un papel con su autobiografía escrita. Los oficiales no observaron los primeros golpes ya que estaban en un breve descanso, llegaron a advertir los segundos, pero era tarde.Bueno sentimos mucho lo ocurrido hoy, ¡adiós!- fueron las palabras de la enfermera mientras retiraba el cadáver del manicomio.

El hombre sin Rostro

Era la voz más popular de la radio aunque ya nadie recordaba su rostro. Perdido entre sus múltiples personajes; el seductor Maurice, el recio jefe de la policía o hasta Claire, la solterona que vivía sola con su perro; ya ni el mismo se reconocía y cuando se miraba al espejo y veía sólo una imagen difusa, lo atribuía a la falta de lentes...Así cuando en la noche se despojaba de la piel de sus personajes, se sentía vacío y casi desnudo. Y cuando al salir de la radio recorría las diez calles que lo separaban de su casa, con la mirada perdida y los hombros hundidos, nadie hubiera pensado que era el famoso personaje de las radionovelas..Ni siquiera la casera de su edificio, que no se perdía una sola de sus audiciones, habría pensado que ese insignificante hombrecito, era el personaje que le ponía un poco de fantasía a su vida..Así cuando cada noche él llegaba a su casa, cansado y afónico, ni siquiera su mujer lo miraba y le dejaba su cena en el horno..Ya casi al amanecer se iba a la cama, donde pasaba unas pocas horas de sueños pesados y sudorosos...Fue por eso, que el día que la vio por primera vez en aquel café, el corazón le dio un vuelco y por primera vez en mucho tiempo se sintió vivo… Durante varias noches la vio allí, sentada sola delante de una taza de café...Y empezó a soñar que se le acercaba, que la tomaba entre sus brazos, que la sentía estremecerse de amor y deseo... Hasta que una noche, reuniendo todas lasfuerzas que aún le quedaban, entró en el restaurant y se enfrentó a ella, regalándolecon la mejor sonrisa que todavía le quedaba en su repertorio...Ella le devolvió con una más hermosa sonrisa y en el silencio se fueron entendiendo…Finalmente ella lo tomó del brazo y salieron juntos Caminaron durante un rato a través de calles silenciosas y vacías...El extasiado por el aroma de su perfume y el calor de su cuerpo, se dejaba llevar sintiendo que pisaba el cielo..Ella silenciosa, apretaba cada vez más el paso, hasta que se detuvo debajo de un enclenque farolito y lo miró fijamente a los ojos..De pronto a él le parecieron algo familiares sus rasgos ..Ella rio y el brillo de una daga resplandeció en la oscuridad al tiempo que se hundía en el pecho del hombrecito, que alcanzó a escuchar antes de caer .-.Por mi hermana desgraciado !-..Al día siguiente, cuando encontraron el cuerpo ensangrentado en medio de la calle; a nadie se le ocurrió relacionar aquel crimen con la desaparición del famoso personaje de la radio..Algunos atribuyeron su ausencia a una larga gira por Sudamérica..Otros pensaron que lo habían llamado de Hollywood y muchos creyeron que simplemente había desaparecido...

El piso de cristal

Wharton subió los amplios escalones con lentitud, sombrero en mano, estirando el cuello para poder abarcar mejor la monstruosidad victoriana en la que había muerto su hermana. No se trata de una casa, en lo absoluto, reflexionó, sino de un mausoleo; un enorme y gigantesco mausoleo. Parecía crecer en la cima de la colina como un hongo venenoso, corrupto y sobredimensionado, repleto de gabletes y cúpulas festoneadas con ventanas vacías. Una veleta de latón se inclinaba a unos ochenta grados por sobre un tembloroso tejado cubierto de ripio, con la empañada efigie de un chiquillo que lo vigilaba apantallándose los ojos con una mano. Wharton se alegró de no alcanzar a distinguirlos.

Entonces llegó al porche y todo el conjunto de la casa desapareció de su vista. Tocó la anticuada campanilla, escuchándola repetirse huecamente entre los oscuros recovecos internos de la casa. Había una ventanilla matizada de rosa sobre la puerta, y Wharton apenas pudo reconocer el año 1770 biselado en el vidrio. Una tumba estaría bien, pensó.

La puerta se entreabrió de repente.

—¿Sí, señor? —El ama de llaves lo miró con fijeza. Era vieja, horrorosamente vieja. La cara le colgaba desde el cráneo como una masa fláccida, y la mano que apoyaba sobre la cadena de la puerta estaba grotescamente deformada por la artritis.

—He venido a ver a Anthony Reynard —dijo Wharton. Casi hasta imaginó que podía oler cómo el dulzón olor de la decadencia emanaba del vestido de arrugada seda negra que ella llevaba.

—El señor Reynard no está para nadie. Está de duelo.

—Él me atenderá —aseguró Wharton—. Soy Charles Wharton. El hermano de Janine.

—Oh. —Sus ojos se ensancharon un poco, y la floja inclinación de su boca le empezó a trabajar sobre las encías desnudas—. Un minuto. —La mujer desapareció, dejando la puerta entreabierta.

Wharton espió las oscuras sombras caoba que le deban forma a unas sillas comunes de respaldo alto, a unos divanes cola de caballo tapizados, a altos y angostos estantes de biblioteca, y a paneles de madera esculpidos con motivos floridos.

Janine, pensó él. Janine, Janine, Janine. ¿Cómo pudiste vivir aquí? ¿Cómo rayos pudiste resistirlo?

Una alta figura de hombros vencidos se materializó de repente desde la oscuridad, con la cabeza proyectada hacia adelante, de ojos abatidos y profundamente hundidos.

Anthony Reynard extendió una mano y desenganchó la cadena de la puerta.

—Adelante, señor Wharton —dijo lentamente.

Wharton se introdujo en la vaga semioscuridad de la casa, estudiando con curiosidad al hombre que se había casado con su hermana. Bajo las cuencas de los ojos tenía unos anillos azules que parecían contusiones. El traje que llevaba se veía arrugado y le colgaba flojo, como si hubiera perdido mucho peso. Parece cansado, pensó Wharton. Viejo y cansado.

—¿Mi hermana ya recibió sepultura? —preguntó Wharton.

—Sí. —Cerró la puerta con lentitud, encerrando a Wharton en la decadente oscuridad de la casa—. Mi más sincero pésame, señor Wharton. Quise muchísimo a su hermana. —Hizo un gesto vago—. Lo siento.

Pareció querer agregar algo más, pero cerró la boca con un brusco chasquido. Resultó obvio que cuando volvió a hablar se estaba callando lo que fuera que estuvo a punto de decir.

— ¿Quiere tomar asiento? Estoy seguro de que tendrá algunas preguntas.

—Así es. —Por alguna razón lo dijo de una manera mucho más lacónica de lo que hubiera preferido.

Reynard suspiró y asintió con lentitud. Lo condujo hasta el fondo de la sala y le señaló una silla. Wharton se hundió profundamente en ella, que pareció engullirlo en lugar de sostenerlo. Reynard se sentó junto a la chimenea, poniéndose a buscar los cigarrillos. Le ofreció uno a Wharton sin decir una palabra, y éste negó con la cabeza.

Aguardó hasta que Reynard encendiera su cigarrillo y luego le preguntó:

—¿Cómo falleció? Su carta no explicaba gran cosa.

Reynard apagó

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