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Círculo De Luna


Enviado por   •  10 de Mayo de 2015  •  1.746 Palabras (7 Páginas)  •  181 Visitas

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"Chuang Tzu soñó que era una mariposa.

Al despertar ignoraba si era Tzu

que había soñado que era una mariposa o

si era una mariposa y estaba soñado que era Tzu".

La Luna parecía un inmenso ojo que observaba desde el cielo todo el valle. Ana se había levantado tarde ese día, por lo que no tenía mucho sueño a la hora habitual. En el valle de Casablanca la gente acostumbra irse a acostar temprano. "Demasiado temprano", se quejaba Ana. Jugaba con un cigarrillo entre los dedos y no se animaba a encenderlo. Parecía que espera que algo pasara. Que alguien viniera a sacarla del tedio, del típico aburrimiento que caracterizaba el pueblo donde había nacido. Mirando el vacío de la noche, intentó imaginarse su vida en otro lugar. Comenzó a dibujar una escena: una gran ciudad donde el frío arrecia en invierno y los veranos son apenas cálidos, con calles eternamente iluminadas y transeúntes bulliciosos. Eligió para sí misma el rol de curadora de una galería de arte ubicada en los suburbios de moda. Se vio saliendo de un departamento en el lado opuesto de la ciudad, cruzando un parque y abordando el subterráneo. Deslizándose entre la multitud con destreza, ajena a los rostros, los ruidos. Inmersa en sus propios pensamientos. Cuando llegó a la galería la encontró cerrada. Susana, la muchacha que la ayudaba tenía que haberse marchado hacía poco rato. Eran cerca de las 6 de la tarde de un día viernes, los empleados no trabajaban horas extras, al menos, no en la galería "Moinvison". Inútilmente buscó las llaves dentro del bolso. No las encontró. Entonces, recordó que las había dejado tiradas sobre la cama de la habitación antes de salir. No era habitual en ella ese tipo de descuidos ni tampoco el lenguaje vulgar, pero terminó echando una puteada contra Susana que, en el fondo, iba dirigida a sí misma. Volvió a meter la mano en el bolso. Cogió un cigarrillo del paquete y lo encendió. Le dio dos piteadas antes de tirarlo y parar un taxi. Se sentía algo tonta, cómo iba explicarle a Carlos que los bosquejos estaban en la Galería y que ella no los tenía porque había olvidado las estúpidas llaves. Habían quedado de juntarse en el café "LA LUNA" y ya estaba atrasada, por lo que no tenía tiempo de regresar a buscarlas. Al cerrar la puerta del taxi echó una última mirada a la calle. Vio las luces de los faroles reflejándose en las ventanas de los edificios bajos. Miró a la gente que caminaba apurada de regreso a sus casas. Antes que el taxi virara en la esquina alcanzó a divisar la señalética de la calle que decía: "Stroget del 399 al 499". Tuvo la sensasión de encontrarse en un lugar equivocado. De no encajar en esa escena ordinaria. Incómoda, parpadeó. En ese instante volvió al valle de Casablanca. A su abulia, su sencillez y su aburrimiento. Miró hacia los lados y hacia abajo, donde se desplegaba el caserío. En el tiempo que había estado imaginando las pocas luces que quedaban encendidas se habían apagado. Quizo, por un momento, ser una de esas mujeres que alegremente cumplían con sus tareas en aquel rincón olvidado por el mundo: Clara, con sus cinco hijos y la chacra, trajinando entre los almácigos; Isabel, la encargada de la tienda de ramos generales; Mercedes, con su camioneta desvencijada pero indestructible, atravesando vados en busca de objetos curiosos para hacer sus artesanías. Pero no. Así como ellas descansaban ahora en el valle y ella las miraba desde ese lugar más cercano a las estrellas; Clara, Isabel y Mercedes estaban felices con sus monótonas existencias mientras que Ana añoraba una vida que no conocía pero que presentía con la intensidad con la que algunos presienten la llegada del verdadero amor. Alzó la cabeza hacia la luna detestando encontrarla nuevamente plácida, redonda y fría. Con el cigarrillo sin encender todavía jugando entre sus dedos se preguntó si la luna se vería igual desde otro lado. ¿Alguien estaría mirando la luna, en ese mismo momento, en otro lugar del planeta preguntándose qué hacer de sus días?. Tal vez esa mujer que había imaginado hasta pocos minutos atrás, esa misma Ana situada en otro espacio, lanzada a otro destino, pero con la misma sensación de ser una extranjera en su propio habitat tuviese la respuesta. Cerró apenas los ojos, tratando de reconstruir la escena: la calle equivocada, las señales desconocidas, el barrio silencioso y en penumbras. Su gesto de disgusto al ver alejarse el taxi y comprender que estaba perdida y sola.

Al llegar al café no divisó de inmediato a Carlos. Simulando haberlo encontrado se hizo paso entre la gente que, a esa hora, repletaba el lugar. Pensó que no había elegido el mejor sitio para una cita de negocios. "La Luna" era un café-bar que reunía emigrantes latinoamericanos, africanos y europeos del este, pero igualmente concurrido por daneses, belgas o franceses. Llevar unos bocetos a lápiz de un pintor desconocido del siglo XVII a un comprador cualquiera hubiese sido una pésima idea, pero llevarlos a un cliente como Carlos, un español tan rico como exéntrico no le pareció tan estúpido cuando la llamó el día anterior para concretar el negocio. Cuando

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