Educación Cientifica

Una educación científica, lo mismo formal que no formal, es útil porque forma ciudadanos que viven en un mundo construido por la ciencia y la tecnología y que toman decisiones basadas en ese conocimiento. Por otro lado, la educación científica permite a la población prepararse para participar directamente en numerosas actividades relacionadas con su entorno. Esta utilidad del pensamiento científico para entender la realidad y de, en todo momento, tener consciente la posibilidad de transformarla, permite a los ciudadanos la percepción de disfrutar o padecer los derivados de un sistema productivo y cultural, del cual ellos forman parte sustancial.

Ahora bien, parece evidente que la enseñanza de las ciencias resulta mejor cuando lo enseñado son tanto los procesos como los resultados de ese quehacer cognoscitivo cotidiano, que tiene lugar en las universidades, las instituciones de educación superior y los centros de investigación (en México todavía no podemos hablar de parques tecnológicos, propiamente dichos).

Mientras tanto, en los niveles básicos y abiertos, donde la divulgación y el periodismo de ciencia tienen grandes tareas pendientes, la labor educativa tiene que insistir en la cercana relación que guarda el conocimiento tecnocientífico en las mínimas decisiones cotidianas que se toman, lo mismo en el hogar, que en la comunidad y, ampliamente, en todos los ámbitos políticos y sociales.

Desde luego que la construcción de un modelo así se topa de frente con una realidad que, como la nuestra, ofrece fuerte resistencias culturales y aun políticas que se antojan imbatibles. ¿Cómo hacer para que nuestro sistema educativo se abra a la construcción de nuevos contenidos y nuevas metodologías de enseñanza que privilegien el razonamiento por sobre la memorización? Ahí está el gran detalle y el gran reto de nuestro tiempo nacional.

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