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El Himno De Un ángel Parado En Una Pata


Enviado por   •  3 de Julio de 2012  •  691 Palabras (3 Páginas)  •  612 Visitas

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La casa de la Rubia Mireya quedaba justo enfrente de la iglesia. Y en ella los fines de semana funcionaba un salón de baile con un potente parlante en la calle.

..... En las noches de malón, la voz de Enrique Guzmán vociferndo a todo volumen el Rock de la Cárcel o los chillidos de Brenda Lee saltando su endemoniado palo de escoba, apagaban por completo el susurro adagioso del anciano pastor leyendo plácidamente el Sermón de la Montaña. O hacían perder el tono ritual de los piadosos himnos con que en esos momentos se invocaba al Señor por el fuego de Pentecóstes. Por lo mismo, su muy consagrado padre, un martes a la hora de la reunión, poco tiempo después de que su madre muriera, le había prohibido terminantemente juntarse con los hijos de esos satanases de enfrente. Pero la orden paterna le había llegado demasiado tarde, porque sólo dos días antes, él se había enamorado de manera fulminante, por el derecho y el revés, de la única hija de aquellos satanases; la bella satancita de ojos verdes fulgurantes y una deliciosa actitud provocativa en sus mohínes aniñados.

..... El enamoramiento había ocurrido una tarde arrebolada, en el momento en que él, junto a una gran columna de hermanos, venía llegando de la prédica. Era día domingo. Y la congregación de aquella vez era mucho mayor que la normal. Un grupo de misioneros ciclistas, que venía sembrando la semilla del evangelio desde la lejana ciudad de Arica, recorriendo la extensión del desierto a pura fuerza de pedal y fe, había llegado a Antofagasta por la mañana, y por la tarde se había unido a la predicación domnical. Como el conglomerado de hermanos era excesivo, el Pastor los hizo dividir en cinco grupos, para dee se modo abarcar el mayor número de calles posible. El grupo principal había quedado liderado por el propio Pastor y los demás, por los hermanos más ancianos de la iglesia. Él quedo en el grupo comandado por su padre. Cada uno de los grupos debía hacer por lo menos cuatro calles y luego encaminarse hacia el punto de convergencia. La idea era reunirse a tres cuadras de la iglesia, en una calle de mar a cerro, para luego bajar cantando todos juntos en una sola y gran columna.

..... Aquella tarde, los hermanos y hermanas parecían todos rebosantes de la gracia de Dios. Habían predicado la Palabra más inspirados que nunca, habían repartido más tratados evangelizadores que en toda la semana y, bajando por calle Peñuelas, encaminados ya directamente hacia la iglesia en una gran procesión interminable, el "Venid, pecadores, Jesús os salvará", marcial himno de guerra de los predicadores, resonaba en el aire glorioso y espeluznante. Todos cantaban como tomados por el Espíritu Santo, como si fuese el propio día del juicio final, el esperado día de la majestuosa segund venida del Señor. Una estival brisa de júbilo hacia ondear el largo cabello de las hermanas jóvenes y un crepúsculo rojo, grande, bíblico, cuyos

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