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El sonido rítmico de la vieja mecedora permitía a sus tenues ojos ver muy apenas la luz que se filtraba en la ventana


Enviado por   •  23 de Septiembre de 2015  •  Tareas  •  1.353 Palabras (6 Páginas)  •  144 Visitas

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El sonido rítmico de la vieja mecedora permitía a sus tenues ojos ver muy apenas la luz que se filtraba en la ventana y sentir un poco del calor del verano…hacía poco se tiempo logró levantarse de cama, tras una larga, larga enfermedad que atacó sus ya de por sí artríticos huesos que casi le impedían escribir, una de sus más grandes pasiones en ésta tierra.

A pesar de ello, sonrío mostrando su desdentada encía, porque el suave viento trajo el olor de las rosas que adornaban su jardín.

Rosas…otra de sus pasiones.

La sonrisa que afloró trajo recuerdos tan lejanos, pero tan vívidos que se sintió transportada a otra época, a su ya lejana juventud. La atmósfera lo envolvió todo y, de pronto, se vio a sí misma a los 15 años… edad de las más grandes ilusiones: su pelo ondulado, inmensamente castaño, sus ojos enmarcados en incontables pestañas y la sonrisa siempre eterna, que reflejaban la felicidad de sentirse amada y aquél tono bronceado de su piel que hablaba de muchas horas bajo los rayos de un sol del desierto.

Todavía podía ver los mezquites, aquéllos árboles espinosos de su tierra, una tierra agreste, semi-estéril donde las lagartijas y las iguanas se asoleaban frente a la carretera central de su país: la carretera 57.

Aún le parecía ver aquél letrero:

Un arco señalando la entrada de Matehuala, su pueblo del

altiplano potosino que la vio crecer y le vio convertirse en una jovencita, enamorada de la vida, sentada en el jardín de su madre, su amado jardín lleno de rosas. Fue ahí donde nació su amor por estas flores.

Aún le parecía ver a su hermano y a sus padres con las manos llenas de rasguños al intentar cortar ese precioso ramo, que, en ofrenda llevarían a la virgen Moreno, la Virgen de Guadalupe, dueña y Señora de la pequeña ermita familiar, adonde juntos se sentaban a orar y pedir por los demás, como cuando pedían por la salud de la vieja Irene que vivía justo enfrente de la Plaza de Armas, la plazoleta central de su pueblo.

Irene se encontraba enferma de cáncer cuando cada tarde se sentaba a escuchar el sonido de los pájaros entre los árboles o la voz de Martín el cantante que entonaba melodías de otra época arriba del quiosco, justo frente al restaurante Santa Fe, el más popular de aquélla época, donde las familias compartían sus alimentos. Desde ahí veía pasar a don Víctor, el presidente Municipal y a su esposa quienes se dirigían a los amplios arcos de cantera que enmarcaban las dos plantas de la presidencia Municipal y que quedaba justo enfrente a la conocida Casa de los Arcos, una edificación de principios del siglo XX, con ventanales de época colonial.

Hasta ella llegaba la algarabía de los

muchachos del amado Nervo que festejaban algo en las Pizzas Giovanni, un lugar encantador con grandes arcadas, que permanecía intacto al paso del tiempo.

¡Qué olores! ¡Qué risas!... juventud tan lejana.

Un acceso de tos le trajo al presente, donde sus ojos se llenaban de lágrimas al pensar en su lejano y precioso país.

No sabía en qué momento siguió a Roberto hasta a Argentina, de donde nunca pudo volver, por la Guerra Civil que se desató en su país.

Tomó un impecable pañuelo blanco y el simple roce la recordó las nubes de su terruño. Cuántas horas había consumido pensando en aquéllos mapas de su clase de Geografía que indicaban el lugar exacto de su tierra:

Se llegaba desde el sur por carretera, proveniente desde Chiapas, la entrada al país, hasta tomar la ruta de Puebla a la Cd. De México, de ahí, la carretera 57 a más de 600 km. Al NE, pasando por paisajes semidesérticos hasta encontrar el arco que no olvidaba su vieja memoria. De ahí, el Boulevard Héroes potosinos, calle 5 de mayo hasta Regules al poniente, al final, luego una cuadra y su casa fija en sus recuerdos, por siempre.

¡Cómo podía olvidar las excursiones con sus primos hasta el mercado! ¡cómo olvidar el olor de fruta y flores!

¡Y ni qué decir del

...

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