Ensayo sobre la palabra

La palabra, lejos de la definición que equivale una unidad léxica, es un microcosmos semántico que le otorga un símbolo universal a las cosas. Si nos adentramos a una significación más compleja, la estructura de la palabra es un pálpito que reproduce la oración, y que germina, de manera resolutiva, una imagen total de la realidad. No obstante, ¿dónde está la palabra en función de lo inexplicable? Platón, con el mito de la caverna, posicionó al hombre como un esclavo de espaldas al fuego, y la sombra que proyectaba la lumbre, no era otra cosa que la única realidad percibida, cuando, no muy lejos, había una salida de la caverna expuesta a la luz del sol. ¿Sucede entonces lo mismo con la palabra? ¿Acaso está carente de alguna definición concreta y no es más que una alegoría? Lo cierto es que la palabra es el puente que une a la lengua y al lenguaje, y que le brinda esa sustancia para interpretar los símbolos y comunicarlos.

  Pero, ¿dónde está el propósito real de la palabra? Es cierto que el objetivo de la misma ha ido evolucionando en torno al ritmo social del mundo, y que gran parte de su disposición sintáctica, se ha enrevesado con el fin último que es la comunicación inmediata. Sin embargo, por más que dicha evolución se renueve cíclicamente, y exista una inclusión de nuevas manifestaciones verbales, las palabras siempre contendrán ese misterioso origen que les da, desde un inicio, ese valor semiótico que nuestro intelecto rápidamente relaciona con la realidad que nuestros ojos enfoca.

  Visualice la siguiente oración: “un degüello de soles muestra la tarde”. Si le damos un valor significativo meramente real, lo entenderemos como un simple juego de palabras. Pero, si profundizamos, si nos aventuramos en la laberíntica anatomía de las letras, veremos que este conjunto, bien utilizada nuestra imaginación en mecánica de nuestra perspectiva, se convierte en ilimitadas traducciones literarias: un atardecer de colores cárdenos; la lejanía del sol disuelta en el horizonte; el advenimiento de un crepúsculo incendiado. Toda palabra es un ensamblaje que derivó, históricamente, en una percepción fantasiosa de nuestros sentidos, y que empezó (aunque suene inverosímil) con la talladura de imágenes paleolíticas en cavernas sombrías.

  Si me pregunta, ¿qué es la palabra? La palabra es un trecho entre lo universal y lo particular; es una norma que reafirma lo estructurado; es una expresión insólita de la capacidad humana por comunicarse; es el naufragio de un código neuronal milenario; es una protesta de las cosas que, siendo amorfas, desdibujadas en una creciente ambigüedad, adoptaron un cuerpo en la inteligencia humana para derivar en una definición lógica. La palabra, junto a nuestra imaginación, es la que nos recuerda esa enormidad cuando escribimos montaña, esa humedad cuando escribimos río, y esa electricidad en nuestros corazones cuando escribimos amor.

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