ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

Habían atropellado un venado


Enviado por   •  24 de Febrero de 2018  •  Ensayos  •  2.116 Palabras (9 Páginas)  •  136 Visitas

Página 1 de 9

Habían atropellado un venado.

Lo único que podría considerarse bueno en esta situación, era que no había nadie más en la carretera en el momento del choque. De hecho, ese camino pocas veces era atravesado, y había sido olvidado con el paso del tiempo y la construcción de la nueva interestatal. La razón por la que habían decidido tomar esa intersección, era porque era la manera más rápida de llegar a la cabaña de los padres de Jay. Y todos venían tan contentos, con la música de las bocinas a todo volumen, tomando cerveza y prendiendo cigarrillos, que cuando el venado se atravesó, apenas lo notaron hasta el momento del impacto. Las risas se apagaron inmediatamente. Se escuchó un grito. Por un momento, una milésima de segundo, antes de ver parcialmente al mamífero montado encima el cofre, a pesar de no compartir sus ideas en voz alta, todos pensaron lo mismo: No habían atropellado a un venado. Había sido algo más. Una persona. Aunque el choque había sido demasiado fuerte para que fuera una persona, eso era en lo que menos estaban pensando. Estaban demasiado conmocionados y mareados por todos los derrapes que había dado el pequeño Chevy, llevándose al animal con ellos, hasta estar a unos ocho metros del impacto.

Tom, quien iba en la parte delantera del coche, manejando apenas podía pensar. Le ardía la cabeza por dentro, y la nariz le dolía. Él había chocado con algo. No fue hasta lo que parecieron varios minutos después, que se dio cuenta que su cabeza se había impactado contra las bolsas de aire. Jay, su copiloto, había sentido lo mismo.

Jay, el dueño de la cabaña, y el ocupante del asiento del copiloto, preguntó si alguien estaba herido. Tom iba a responder que no, cuando sintió un líquido deslizarse por su piel desde su nariz y llegar a su boca. Sabía a hierro. O más bien a lo que él pensaba que sabría el hierro. Aunque sabía a la perfección que estaba saboreando sangre, aún así deslizó su mano en su piel, justo arriba de su boca, y observó sus dedos manchados de rojo. Por eso le dolía tanto la nariz. Se la había roto. Pero aparte de él, los demás parecían estar bien, considerando que pudo haber sido mucho peor. Sofía, la chica que iba sentada en las piernas de Leonardo en la parte trasera del coche, dijo que se había pegado la cabeza y le dolía. Pero solo eso. Le saldría un hematoma y después de unos días desaparecería. Samara, la chica que venía en medio, traía puesto su cinturón de seguridad, y aunque era la única, muy probablemente eso le salvó la vida. Quién sabe qué hubiera sucedido de lo contrario. Todo parecía la mejor de las posibilidades cuando se sufre un choque de ese impacto, hasta que se bajaron.

Habían atropellado a un venado. Uno grande. Entre él y Tom, su mejor amigo y conductor, se bajaron del coche, más para checar las condiciones del carro que para ver el estado del animal. Y solamente recibieron malas noticias cuando notaron un golpe considerable en la parte del cofre. Tom maldijo una y otra vez, sabiendo que cuando sus padres se enteraran de lo que había sucedido—debían de enterarse pues ellos cubrían los gastos del carro--, lo más seguro era que lo castigarían. Probablemente le quitarían la licencia, o tal vez el carro, de plano. No era la primera vez que chocaba, aunque las demás veces habían resultado en pequeñas abolladuras o rayones de pintura. Esta vez era mucho más grave.

Después de informar a las personas que estaban sentadas en la parte trasera del coche sobre el asunto, y de maldecir una vez más, Tom abrió el cofre. Una brisa caliente le llegó en cuanto lo hizo. Con la ayuda de Jay empezaron a revisarlo, aunque no hacía mucha falta ser expertos en el tema para saber que algo andaba mal. Parte del motor estaba aplastado, hecho una masa caliente de aceite, metal y vapor. Vislumbraron sangre en la orilla del carro, la misma sangre que emanaba del venado y manchaba la acera de rojo escarlata, cerca de los pies de los dos chicos. Tom volteó a ver al animal, doblado de una manera antinatural, con la mitad de sus huesos rotos. Tenía abierto el estómago, en donde había sufrido la mayor parte del golpe. De él salía sangre. De su boca, de su corte, que también tenía vísceras salpicadas alrededor de la herida. Jay ya había visto a animales muertos en los bordes de las carreteras, inclusive a veces en medio. Pero Tom no. Claro, había visto al menos una vez en su vida un mapache en descomposición, o un perro desafortunado. Pero nunca algo tan grande. Algo que había estado vivo hace pocos segundos. Se fue a la orilla de la carretera, en donde el cemento se convertía en tierra húmeda y árboles enormes, y ahí volvió el estómago.

Lo que más le preocupaba a Jay, y generalmente a todos los demás, más que el hecho de que tendrían que vérselas con los padres de Tom, o del reciente estado de descomposición del venado, era si el coche arrancaba o no. Y francamente, por el aspecto del capó deformado y la expresión en la cara de Jay y Tom, las cuatro personas que estaban detrás sentadas estaban adivinando que no se podría arrancar. Ni siquiera reparar, aunque tardaran horas. Tom tenía una caja de herramientas en la cajuela por si alguna vez el carro dejaba de funcionar, pero dudaba mucho que le fuera a servir para algo en esas circunstancias.

--¿Estás bien?

Tom apenas se había dado cuenta que Samara se había bajado del coche y había caminado hasta él. En su rostro se notaba preocupación, no solo por el asunto del carro, sino por él.

Por supuesto que no estaba bien. Acababa de vomitar por haber visto a un animal con los intestinos de fuera que él había atropellado. Pero no era culpa de Samara. Las personas están ya acostumbradas a hacer esa pregunta, a pesar de saber a la perfección que no es así. Un relativo cercano está en el hospital. ¿Estás bien? Descubriste que tu esposa te está engañando ¿Estás bien? Tu mascota se acaba de morir ¿Estás bien? Y la lista sigue y sigue. Y usualmente, la mejor respuesta para ambos participes en la conversación es que sí. Porque así se ahorran la molestia de tener que conversar más acerca de ello, y de que surja una plática incómoda que en un principio se pretendía ser corta. No una visita al psicólogo.

No estaba nada bien. Seguía teniendo nauseas y el corazón le latía de angustia. Pero sabía que ella lo preguntaba porque era su manera de preocuparse. Así que Tom le respondió que sí. Al menos, esperaba que lo fuera a estar.

--Revisen si el coche enciende—dijo Anna, quien seguía dentro, con una de las ventanas abajo, la de su lado del asiento.

No iba a encender. Tom estaba cien por ciento seguro de ello. Pero aún así, observó a Jay subirse al asiento del copiloto e iniciar el carro. E intentarlo de nuevo. Y como la tercera siempre es la vencida, ¿por qué no? Una vez más. Nada.

...

Descargar como (para miembros actualizados)  txt (12.2 Kb)   pdf (51.2 Kb)   docx (14.9 Kb)  
Leer 8 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com